jueves, 15 de diciembre de 2011

La esperanza del tren

La esperanza del tren - Editorial del 16 de diciembre de 2011
Acá donde nacimos, el pueblo y nosotros, "a la vera del ferrocarril", todo lo que tenga que ver con el tren nos es tan propio como la vida misma.
Es por eso que nuestra identidad, para bien o para mal, está tan íntimamente ligada a esas vías que nos cruzan como venas abiertas, y que nos proveyeron de alegrías y tristezas a lo largo de los ciento veinticuatro años de vida que llevamos, contados, y esto no es poco, desde que pasó por acá el primer tren. Porque Basavilbaso no fue técnicamente fundada, como no lo fue casi ninguno de los pueblos entrerrianos. No hubo acá un "adelantado" que hundiera su espada en el centro de una plaza de armas, dando formal inicio a la historia. Acá lo que hubo es una muy seria investigación histórica que en los '80 "descubrió" que nosotros estamos acá por obra y gracia del tendido de las vías del tren.
Y así, durante cien años, cada cosa que nos pasaba tenía el color del humo y el sonido estridente del pito de las máquinas a vapor. Todos nosotros, pero en especial aquellos que tuvimos la suerte de vivir nuestra infancia literalmente frente a las vías, tenemos la impronta ferroviaria aunque nuestros padres hayan sido comerciantes, así como los de otros maestros o agricultores.
Y decimos durante cien años, porque a poco de la gran fiesta que celebró el centenario, y con la llegada al gobierno nacional de un peronismo que recuperaba el poder después del Proceso y de Alfonsín, se comenzaron a escuchar las primeras advertencias acerca de la corriente privatizadora que requería, imperiosamente, de la denostación de lo que estaba en manos del Estado, bajo la necesaria (para ellos) calificación de inservible.
La nefasta década del '90, cuyos efectos todavía estamos sufriendo y pagando, arrasó con un servicio ferroviario que si era deficitario y tenía una pesada mochila de retraso tecnológico, no necesariamente debía ser cerrado o concesionado a empresas privadas como se hizo, ante la pasividad de casi todo el arco político, pero sobre todo de los que habían votado al Dr. Carlos Menem (autor intelectual y material de la entrega de las "joyas de la abuela" a sus amigos) y de los que, ya avisados, lo volvieron a votar en 1995, cuando logró su reelección.
Debemos decir esto, previo a cualquier análisis de la realidad actual, porque nada es casualidad, y alguien debe hacerse responsable de lo que hoy nos está ocurriendo. Mirar para otro lado, fea costumbre que tienen algunos políticos, es la mejor manera de no encontrar soluciones.
Los próceres que nos dieron la Patria, incluyendo a los pensadores que precedieron a los hombres de acción y a los hombres de acción que ejecutaron las ideas de esos pensadores, debieron luchar más que contra el dominador extranjero (primero España y después Inglaterra) contra el desaliento y la confusión que difundían aquellos a los que les interesaba seguir dependiendo de alguna forma de esa dominación extranjera. Y eso mismo tuvimos que soportar quiénes sabíamos lo que estaba pasando, en esos fatídicos años '90, cuando propagandistas pagados por el poder, cuyo arquetipo inconfundible fue Bernardo Neustadt, pero hubo otros, ¡claro que hubo otros!, nos hicieron creer que los españoles (¡otra vez!) podían ocuparse mejor que nosotros de los aviones y los teléfonos, y que a los trenes seguramente otros hombres de negocios podrían hacerlos producir, en plata, mucho más.
Hay que releer (o leer, para quien no lo hizo) a Mariano Moreno, cuyo genio político no ha sido superado hasta hoy en el enfoque de los problemas argentinos de fondo, para descubrir los modos propios de actuar de la perfidia al servicio de los intereses extranjeros y de sus servidores locales, que a veces son peores.
En esos atroces '90 (siempre encontraremos adjetivos descalificativos) los rumores desalentadores ganaron la calle y encontraron un campo propicio en la inercia y en el desgano de una clase política que no supo interpretar el sentir popular, o no supo anteponerlo a sus propios y mezquinos intereses personales o de clase. Muchos de los que hoy nos gobiernan se hicieron ricos con la política en esos años, y ahora proponen soluciones. ¡Primero encendieron el fuego, y ahora se las dan de bomberos!
Cuando el por entonces gobernador Sergio Montiel imaginó el primer asomo de soberanía post menemista, animándose a hacer correr un "trencito" por las cansadas vías que van paralelas a la Ruta 20, fueron más los que pronunciaron sus discursos fatalistas y retrógrados que los que acompañaron la "aventura".
Muchos de los distinguidos prohombres que hasta la pasada semana eran figuras públicas de nuestra provincia no solamente se opusieron, y tenazmente, a este proyecto que todavía hoy subsiste, sino que hasta prohibieron a sus funcionarios y dependientes políticos que cruzaran la calle para ir a la Estación. Lo dijimos esa vez y lo volvimos a decir cuantas veces tuvimos oportunidad de hacerlo: el único que se animó, quizás entreviendo el futuro partidario, fue Horacio Fabián Flores, por entonces, si no nos falla la memoria, Secretario de Acción Social de la Municipalidad, seguramente porque comprendió que era bueno estar del lado de la gente.
El folclore basavilbasense, o sea su esencia de pueblo, está ligado al ferrocarril. El "Canto a Basavilbaso", que se convirtió en una especie de himno local, habla de las "vías que nos separan sin desunir", y todos vivimos "al otro lado" de alguna de esas vías. Hay una canción popular judía, cantada en el cocoliche de los inmigrantes, que se sorprende, en los albores del siglo 20, de cómo la gente va a la estación "solo para ver pasar el tren"; y nuestra fiesta local, algo devaluada por la realidad, pero vigente todavía, se llama "del Riel". La campana de la Escuela N° 9 fue durante más de la mitad de su vida un pedazo de ese "fierro" que hace camino al tren, y le dio nombre también al periódico escolar en el que muchos de nosotros empezamos a despuntar el "vicio" de escribir. Imagínese entonces el lector desprevenido la empatía que nos une al sentimiento ferroviario.
Pero de ahí a creer, en pleno siglo 21, que con meras expresiones de deseos vamos a mover un tren, es desconocer la realidad. Y el desconocimiento de la realidad, por parte de nuestros dirigentes con cargos públicos, es sumamente peligroso, ya que supone algo así como cocinar sin saber los ingredientes.
La geopolítica de la Argentina ha sido vulnerada en estos años, y no entender cuál es el rol de Moyano y su sindicato de camioneros, así como el del pool de empresas de transporte de pasajeros por colectivo que nació paralelamente al cierre de los ramales, es ser iluso.
Es mucho más negocio para los empresarios amigos del poder, acá y en todas partes, ganar licitaciones de rutas que se hacen y se rompen casi al mismo tiempo, que tender rieles que duran cien años. E imaginar que la Presidente de la Nación ignora esta situación (y no la de la suspensión del servicio de "El Gran Capitán", que a esta altura es poco más que anecdótico), es ignorar la esencia del poder. Si hasta bautizarlo como "el tren de los pobres" es entrar peligrosamente en una carrera que nos puede llevar, con el mismo criterio menosmalista, a justificar una "escuela de los pobres" (¿ya hay, dice usted?), un "hospital de los pobres", y hasta un "pan para los pobres" hecho con mijo en vez de harina.
Para empezar, alguien tiene que hacerse responsable de lo que pasa. Luego tenemos que buscar las soluciones. Entre todos. Los que estuvimos en la Estación y los que no estuvieron.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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