jueves, 16 de diciembre de 2010

Tierra en la tierra

Tierra en la tierra - Editorial del 17 de diciembre de 2010
Un clima de violencia latente convirtió al Parque Indoamericano en una verdadera tierra de nadie. El drama de la vivienda en la Argentina, ahora descarnado en esta lucha entre pobres, contrapone la impotencia oficial, tanto macrista como kirchnerista, con la acción de sus propias mafias políticas, y revela la desesperación de quienes optan por "entrar por la ventana" a las casas que todavía no tienen.
Aunque desde el gobierno nacional se insiste en mostrar una imagen deformada de la realidad, tanto en la esencia como en los números, la mayor parte de los diagnósticos sobre la situación en la Argentina hace referencia al grado de pobreza en que cayeron los sectores sociales más sumergidos.
Si bien es cierto que la pobreza no es un hecho novedoso en la dinámica de las economías que no han alcanzado el umbral del desarrollo, las características que asumen las actuales circunstancias exigen una conceptualización y un tratamiento diferentes.
Tal vez el ejemplo histórico que mejor permite advertir la originalidad presente sea el de los barrios de emergencia o "villas miseria", que aparecieron como consecuencia del desarrollo industrial de mediados del siglo 20. Aunque el verdadero origen su ubique en 1930, cuando un grupo de campesinos ocupó un sector de tierras en Puerto Nuevo (premonitoriamente llamado Villa Desocupación, por ese tan exacto criterio que tenemos los argentinos para ponerle apodos a las cosas), las llamadas "villas de emergencia" surgen como fenómeno diferenciado en la década del cuarenta, cuando Juan Domingo Perón convirtió a Buenos Aires en uno de los polos del desarrollo nacional. Los acontecimientos posteriores determinaron que no todo fuera como se pensaba, y esas villas en las que, como dice el Padre Farinello "se veían más las estrellas, la gente ganaba un poco mejor, se hacían asaditos y los domingos se bailaba chamamé", terminaron siendo permanentes.
Y ya que estamos, no está de más contar que ese nombre que se le da en Argentina a los asentamientos informales caracterizados por una densa proliferación de viviendas precarias fue tomado de la novela de Bernardo Verbitsky "Villa Miseria también es América", publicada en el año 1957, donde se describen las terribles condiciones de vida de los migrantes internos en la Década Infame.
Durante varios gobiernos, civiles o militares, se ha tratado, con distinto éxito, de erradicarlas, es decir, de derribar las viviendas y desplazar a sus habitantes hacia algún otro lado, pero los hechos de esta semana nos demuestran que no se ha logrado ninguno de esos efectos, siendo todos los gobiernos desde allí hasta ahora culpables, tanto por acción como por omisión. Solamente incrementa el grado de culpabilidad la proporcionalidad de tiempo que ha estado cada uno de los partidos políticos en el poder, debiendo hacerse cargo en ese orden de su responsabilidad, consecuentemente.
Según los últimos datos creíbles que publicó el INDEC, poco antes de transformarse en INDEK, a fines de 2004 había en la Argentina 15,5 millones de personas que vivían en hogares que no tenían ingresos suficientes para comprar una canasta básica de bienes y servicios. Ahora esa cantidad bajó a 13 millones (si es que podemos creer en los datos oficiales), pero aún así esa es una cifra muy elevada considerando que la población de Argentina es de 40 millones de personas.
Actualmente 3 de cada 10 argentinos no tienen dinero suficiente para comprar una canasta básica de bienes y servicios para una familia tipo (matrimonio y dos hijos) valuada en 849 pesos mensuales. Como para comparar, y según esos mismos datos en el mismo país en el que vivimos usted y yo, el grupo familiar de un profesional ejecutivo, que se ubica en la punta de la pirámide social, necesitó, en setiembre de este año, 18.731 pesos para cubrir sus consumos habituales.
Por su parte, el número de indigentes, la franja más pobre de habitantes, que no llega a cubrir la canasta básica de alimentos, bajó (según esos datos que usted sabrá si son confiables) de 5,7 millones a 4,7 millones. El valor de la "canasta de indigencia" hoy es de 393 pesos para una familia tipo. ¡Obviamente que sin carne!
Si se considera una familia tipo de cuatro integrantes el ingreso de las personas indigentes es menos de un dólar por día. Pero como las familias pobres son las más numerosas puede deducirse que las personas indigentes tienen menos de 70 centavos de dólar diarios para subsistir.
Aún así, la pobreza se redujo más que la indigencia. Y eso se explicaría porque la ayuda de los "planes sociales" siguió congelada, mientras que una porción importante de los asalariados obtuvo mejoras por encima de la inflación. Además el descenso de la desocupación ayudó a mejorar los ingresos de las familias de menores recursos.
También por esa razón, la pobreza se ubica levemente por debajo de la que existía a mediados de 2001. Pero la indigencia supera a la que se registró en aquél momento.
Sin embargo estos datos y este discurso no formaron parte de las apreciaciones políticas que escuchamos por estos días, tanto desde la xenofobia del macrismo cuánto desde la soberbia de algunos sectores del kirchnerismo, básicamente del relacionado a Aníbal Fernández, Página 12 y 6, 7, 8, que se obstinan en negar la realidad. Parece que el libro de cabecera de todos ellos es "El Conde Lucanor" (antes se leía en el colegio) y más precisamente de él la parábola del rey desnudo. Si bien es cierto que gran parte de esos problemas que estamos padeciendo tienen que ver con la decadencia de la educación, bueno sería que entendieran, víctimas y victimarios, la frase con la que termina el cuento: "A quien te aconseja encubrir de tus amigos, más le gusta engañarte que los higos".
En todo caso, si no son tan afectos a la literatura española, por lo menos que lean el Eclesiastés, en aquella parte que dice "infinito es el número de los necios".
Y decimos esto porque a nosotros nos molesta muchísimo el discurso oficial. Del macrismo no esperamos nada, porque es una continuidad ideológica del pensamiento del Proceso, que estaba dirigido a lograr una Capital Federal para los ricos. Así un día, o mejor dicho una noche, cargaron los camiones de Manliba, que era la empresa concesionaria del servicio de recolección de residuos, con todos los villeros, y los llevaron con sus cosas al otro lado de la Avenida General Paz. Arrasaron con topadoras las viviendas y de esa manera, mágicamente, "terminaron" con el problema.
Pero el kirchnerismo está avalado por sectores progresistas (por lo menos eso dicen ser), que no pueden pretender hacernos creer que el supuesto crecimiento del sistema capitalista permitirá que aun los pobres se vean beneficiados con el "goteo" de la riqueza generada. ¡Ni el goteo de las canillas les va a llegar así!
Y encima, esta misma Argentina en la cual la pobreza se había reducido a bolsones críticos, pertinaces pero de magnitud relativamente moderada, en gobiernos democráticos no peronistas (¡Sí!), se está pareciendo cada vez más a ciertas sociedades latinoamericanas de las que se nutre nuestra inmigración, en las que la mendicidad se extiende progresivamente.
La pregunta es: ¿Qué hacer, entonces?
La liquidación de la pobreza y la posibilidad concreta de que cada uno de nosotros tenga acceso a una vida y a una vivienda digna, será consecuencia de una reorganización profunda de la sociedad y la convivencia humana. La meta es el cambio de sistema y el logro de una sociedad igualitaria.
El día que el que venga a inaugurar las nuevas casas se quede a vivir en una de ellas, sabremos que vamos por el buen camino.
¿Se entiende?
Hay una frase muy bonita tomada del samba de las favelas (villas miserias) de Brasil:
"Tenemos tierra en el cielo, queremos tierra en la tierra".
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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