jueves, 9 de diciembre de 2010

Más de cinco siglos igual

Más de cinco siglos igual - Editorial del 10 de diciembre de 2010
Como resultado de una conquista por la guerra y de una dominación que lleva ya algo más de 500 años, la sociedad occidental promueve un silenciamiento acerca de la cuestión de los pueblos originarios, alguna vez mal llamados "indios", que provoca desinterés y desconocimiento absoluto, incluso sobre la existencia misma de estos pueblos. Esto significa una vergüenza que nos toca a todos, ya que sólo tomamos conciencia, y por algún tiempo, cuando se produce un atropello como el que ha sucedido hace unos días en Formosa.
Los derechos humanos son indivisibles, inalienables e inajenables. Si hay un sector de la población al que se le niegan los derechos humanos, esto constituye una violación al concepto mismo. Y dentro de esos derechos es fundamental el reconocimiento de su identidad cultural, por cuanto ellos tienen una filosofía de vida propia, que nosotros hemos desechado, hemos destruido y seguimos silenciando.
Sin embargo hay mucho para aprender. La forma de vida de esos pueblos hoy "coincide" con las novedades de los movimientos ecologistas: el uso que hacen de la tierra, el aprovechamiento de la fauna y de la flora, no tiene jamás características de expoliación y explotación, sino que lo hacen con un profundo respeto por la naturaleza y un sentido de conservación. ¡A ellos ni se les ocurriría usar glifosato!
Lo mismo ocurre con la ciencia: la homeopatía, la herboristería, la medicina natural, eran practicadas por esos pueblos antes y siguen practicándose ahora, aunque con menos libertades, ya que no sólo se les niega la atención médica "moderna" occidental, sino que también se les prohíbe utilizar su medicina propia. Nuestras leyes consideran "brujerías" todo lo que hacen los "curacas" del norte o las "machi" mapuches.
En cuanto a la organización social, de la que nosotros mismos no somos ningún ejemplo, las comunidades protegían la existencia de todo ser dentro de la misma, ya que una parte del trabajo comunitario era destinado a solventar las necesidades de la comunidad en su conjunto. No existía la concepción de la beneficencia y la limosna. Lo que ahora esos pueblos reclaman y necesitan es que se les desaten las manos y la mente, dado que tienen la capacidad y las formas de autogestión necesaria como para continuar desarrollando por sí mismos una evolución cultural que impidieron, primero la conquista y más tarde (hasta hoy) la marginación.
En la Argentina, después de las tristemente célebres "Campañas del Desierto", verdaderos genocidios y a cuyos autores materiales e intelectuales perpetuamos en nuestra moneda, continúa un exterminio cruel y lento, consistente en las enfermedades, el hambre y la usurpación de tierras. ¡Y si no pregúntenle a Gildo Insfrán, cuyo gobierno reprime y mata para despojar al pueblo quom de unas 5 mil hectáreas de las que son propietarios por ley. Reprimen a los pueblos aborígenes con plomo y fuego. Reprimen, incendian, persiguen, encarcelan y matan para que los terratenientes sigan acrecentando sus campos. Mocovíes, quom y wichis llevaban siglos viviendo en estas tierras cuando llegaron los europeos hace 500 años! La legislación vigente, convenios, tratados, leyes, en Argentina, en relación con los pueblos indígenas, es clara y abundante. Sin embargo en Formosa parece inaplicable. Una ley que no puede ejercerse es una ley mutilada.
Hay que tener en cuenta que para el aborigen la tierra no significa prestigio y poder, ni es solamente una fuente de trabajo, sino que es el centro de su vida comunitaria, la base de sus organizaciones y el origen de sus tradiciones y costumbres.
Lo que no siempre se dice, y resulta ser quizás la raíz del problema, es que como trabajador, el aborigen, dueño de esta tierra, no es simplemente un explotado más, sino que está en condición de servidumbre y muchas veces de esclavitud. Para él no existen ni la previsión social ni la posibilidad de reclamo. Hay denuncias concretas, en nuestro país, de casos en que se los junta a todos en camiones, se les quita la documentación, se les paga el trabajo con vales y no se les devuelve el documento hasta que no paguen sus deudas, lo que resulta imposible porque el patrón cada vez los endeuda más. Esto es esclavitud.
Si queremos ir más a fondo, hasta nuestra Constitución era discriminatoria hasta 1994, porque por un lado su articulado hablaba de que "se hará la pacificación y la evangelización de los indios", mientras que a los extranjeros se les garantizaba el derecho a practicar libremente su religión.
La cuestión de los pueblos originarios tiene que ser asumida por los intelectuales (no hemos leído nada acerca del tema que haya emanado de la kirchnerista "Carta Abierta", y mucho menos del oficialista "6, 7, 8"), los partidos políticos y la sociedad en su conjunto. La verdadera identidad nacional debiera ser pluriétnica y pluricultural. Es necesario que por fin se les dé a esos pueblos la participación política propia de un estado de derecho y de una vida democrática. Como dicen ellos mismos, "una democracia que restringe la participación al acto eleccionario, es una democracia sin calidad, atada y sin posibilidad de disensos".
Así como no hubo liberación para ellos con nuestras revoluciones independentistas, tampoco la posibilidad de elegir y ser elegidos es una realidad para esos pueblos.
En su bula "Sublimus Deus", dictada en 1537, el Papa Paulo III admitió que los primitivos indios americanos eran "seres humanos, dotados de alma y razón". Desde entonces, y pese a ello, el hombre blanco sólo parece haberse ocupado de los indígenas para convertirlos al catolicismo o explotarlos en las minas, los ingenios y las estancias, cuando no emprendió contra ellos esas salvajes guerras de extinción que, como decíamos más arriba, fueron eufemísticamente denominadas "Conquistas del Desierto", encumbrando a la categoría de próceres a sus dos más preclaros responsables: Juan Manuel de Rosas y Julio Argentino Roca.
Las comunidades que han logrado sobrevivir continúan en la lucha por el reconocimiento de sus derechos más elementales, padecen enfermedades endémicas, son analfabetos (del castellano) en su mayoría y sufren la humillante marginación a la que los somete la "civilización".
Paradójicamente, Clarín y los demás medios coinciden con los intereses kirchneristas de Insfrán. La misma prensa que destinó miles de caracteres, por ejemplo, al caso Carolina Píparo, dejó pasar inadvertida la represión a los pueblos originarios en Formosa. Para las clases dominantes, ni los Berdún, ni Sixto Gómez, ni Félix Díaz valen lo mismo que un porteño, blanco, de clase media alta. No sólo son racistas. Hay profundos intereses de clase que los unen y los acercan mucho más de lo que ellos dejan ver.
Con plomo, pólvora, golpes, fuego y cadenas, imponen la rémora feudal del latifundio. Pero además, los irrita que los aborígenes intenten ponerse de pie. Les duele la dignidad de los desterrados de su tierra. Los encoleriza que los despojados de todo sean capaces de unirse, organizarse, decidir democráticamente, y hablar con voz y palabras propias para exigir lo que les corresponde.
En fin, aunque no lo digan se les nota.
Lo que los mueve es la tirria al derecho de que la tierra sea para quien la trabaja.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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