viernes, 23 de julio de 2010

Palabras, tan sólo palabras

Palabras, tan sólo palabras - Editorial del 23 de julio de 2010
Los discursos alusivos al recuerdo del atentado a la AMIA de Buenos Aires se están convirtiendo en un cúmulo de lugares comunes, mal que les pese a los que los dicen, y mucho más mal que les pese a los familiares de las víctimas, que venimos a ser todos, si es cierto lo que escuchamos año tras año.
Lo de “Justicia, Justicia perseguirás” se ha tornado una expresión de deseos vacía de contenido, porque no se presiona ante los que pueden hacer algo a fin de que deje de ser solo una frase para convertirse, de una vez por todas, en realidad. ¿Cómo se presiona? ¡Con los votos, amigos, con los votos!
Y digo esto porque primero lo he escuchado en los días y en los años inmediatamente siguientes al atentado, dentro del marco de la ingenuidad que suponía pedirle que imparta justicia al mismo gobierno que había generado las circunstancias que hicieron posible el atentado, y que luego había ocultado la realidad tanto de la autoría intelectual como de la llamada “conexión local”, término desubicado y que hace aparecer la reivindicación por el esclarecimiento como una tomada de pelo.
Y ya que hablo de eufemismos, también me tiene harto la definición de la AMIA como “la mutual judía”, asimilándola a lo que es OSECAC para los empleados de comercio o el IOSPER para los agentes de la administración pública. Sin menospreciar a nadie, y solo para poner las cosas en su lugar, la función de la AMIA, nacida, y esto creo ya haberlo dicho, como Jevrá Kedushá (Hermandad Santa) en el siglo 19, justo cuando la llegada de los primeros contingentes inmigratorios hizo necesaria su protección en la vida y en la muerte, ya que una de sus primeras y principales tareas fue la de fundar los cementerios y ocuparse de los servicios fúnebres de acuerdo al ritual judío, va mucho más allá que la imagen de un lugar en el que un judío saca las órdenes de consulta para que lo atienda un médico también judío. ¡Ridículo!
Y eso sin olvidar que, debido a las recurrentes persecuciones, la función de la AMIA fue siempre la de resguardar la integridad física, social y religiosa de los componentes de la colectividad, lo que hizo muy bien durante años, pero parece que se olvidó de hacer en éstos últimos, más ocupada en conveniencias y alianzas políticas que en cuestiones comunitarias.
Y cuando digo que estoy cansado de los discursos alusivos, hablo tanto del contenido como del continente. Me molesta que hablen los que no saben nada, pero más que lo hagan quienes en algún momento tuvieron funciones ejecutivas, legislativas o judiciales, y no pudieron, o no quisieron, hacer nada.
Decía Silvia (otra Silvia, no la de la semana pasada), en el acto que se hizo en nuestra ciudad por el aniversario del atentado, y en palabras que sin dudas fueron lo mejor de una conmemoración desprolija y anodina en la que había más ausentes que presentes (¿será porque no se inauguraba nada?), que no podía entender cómo amigos suyos, compañeros (de trabajo), convecinos, alababan a grupos terroristas como Hezbollah o Hamas, suponiendo que de esa manera activaban su “progresismo”. Yo me propongo ir un poco más allá, y siguiendo firmemente la convicción que siempre, aún a riesgo de equivocarme, he seguido desde la firma de estos editoriales, en la cátedra y en la militancia, hablando por mí, y no a través de la voz de un ventrílocuo, por más famoso que éste sea.
¿Acaso aquellos que niegan el Holocausto reconocen que en ese tiempo de horror no existía el Estado de Israel, ese estado sionista al que, en una actitud típica del fascismo, le adjudican la maldad absoluta?
Digo, entonces, por ejemplo, que estar de acuerdo con Venezuela, sabiendo que ese país, o por lo menos su máxima autoridad, apoya incondicionalmente la postura de Irán y su declamado propósito de arrasar al Estado de Israel y tirar los judíos al mar, es más o menos como decirme que poco le importa que en ese país, tan país como cualquier otro, vivan hombre, mujeres y niños iguales que él y que yo.
Bronca me da que esos mismos iluminados, algunos de los cuales estaban dando vueltas en el auto alrededor de la Plazoleta San Martín pero no entraron a la Biblioteca Lucienville, se las den de adelantados en el pensamiento sólo por haber apoyado el matrimonio entre homosexuales. ¿Tan estúpidos son que ni siquiera saben que en los países que combaten a Israel desde una supuesta postura “humanista” se castiga con la pena de lapidación a esos que ahí, en Irán, califican como desviados sexuales, mientras, por ejemplo, permiten la poligamia pero no la poliandria? Para los que no los saben, la primera es la institución que posibilita que un hombre tenga varias esposas, mientras que la segunda es la que retribuye el derecho, posibilitando que una mujer tenga varios maridos. En esos países, ya que estamos, el hombre poligámico es visto como una especie de Dios, mientras la mujer adúltera recibe la misma pena que los homosexuales, que ahora describimos, explicándola, como la muerte a pedradas. ¿Muy “progre”, no?
Esa ceguera que ya constituye un atavismo es la que lleva a determinado sector político supuestamente revolucionario a sumarse a cualquier proyecto que tenga como medio o como fin combatir al judaísmo, quizás como una resultante final de aquella acusación de deicidio que nunca se terminó de borrar.
El atentado a la AMIA fue un atentado contra los judíos, por más que haya habido víctimas de otras religiones. Hay varias pruebas de ello, pero una de las más importantes es que, diez y seis años después, el recuerdo, los actos, los reclamos de justicia, todo, siguen siendo hechos por integrantes de la comunidad judía. No hay actos organizados por los gobiernos nacional, provincial y municipal, como debería ser si, de verdad, se sintieran todos parte de los destinatarios del horror. Y la presencia de representantes de distintas religiones en el púlpito de las oraciones en memoria de los muertos y en reclamo de justicia no es nada más (¡y nada menos!) que la demostración de que la todavía no respondida pregunta de Crónica (¿Por qué no hubo ceremonia multiconfesional para el Bicentenario en Basavilbaso?) es una asignatura pendiente para los responsables.
Llamativamente (¿llamativamente?) desde el grupo Memoria Activa, organizador de un acto paralelo (¡hasta esas incongruencias tenemos!) al que organizó la dirigencia comunitaria en Buenos Aires, se cantaron loas al kirchnerismo, por su decisión de reabrir la causa. Yo no creo que no se estén dando cuenta de su papel de idiotas útiles, al conformarse y ser cómplices de una disuasión que tiende a volver a poner en la cárcel a Telleldín, que de últimas es sólo un “perejil”, mientras se siguen manteniendo relaciones diplomáticas con Irán, que no accede a extraditar a los responsables intelectuales (¡qué intelecto, eh!), se invita y se es invitado (por eso del “retorno”) a y por Chávez, que no oculta su condición de antijudío, porque, como está expresado más arriba, el sionismo es cosa nueva, pero el judaísmo tiene más de 4.000 años. El odio visceral que muestra el caudillo venezolano cuando dice "la revolución bolivariana, desde el primer día, se puso del lado del pueblo palestino, de su memorable lucha contra el Estado genocida de Israel, que atropella, que mata", no hace más que desnudar su deseo de un nuevo Holocausto, al que sin duda llegaremos si se sigue negando y aceptando que se niegue el anterior.
Terminamos con otra frase (¡genial!) del mismo libro de Víctor Hugo que citábamos la semana pasada:
“Es miserable el que secunda la bajeza porque de ella saca provecho; pero, desgraciadamente, también es miserable el que se deja humillar aún siendo consciente de ello”.
¡Es ese el verdadero problema¡
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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