viernes, 19 de marzo de 2010

Mayoría de edad - Editorial del 19 de marzo de 2010
Casi justo en simultáneo con la sanción de la Ley 26.579, que establece la mayoría de edad a los 18 años, y que permite a los jóvenes ejercer plenos derechos en materia civil y comercial, tramitar documentos, firmar contratos, encarar emprendimientos comerciales y casarse sin autorización de sus padres, tenemos que recordar un acontecimiento que, pese a cumplir esa misma cantidad de años, no se ve beneficiado por ningún sistema legal vigente, y mucho menos por uno jurisprudencial.
Estamos escribiendo esto refiriéndonos, por supuesto, pasados dos días del absurdo cumpleaños, al atentado a la Embajada de Israel en la Argentina, hecho ocurrido el 17 de marzo de 1992, a las 14,42, que terminó con la vida de 29 personas, entre israelíes y argentinos, e hirió otras 242, destruyendo, además de la legación israelí y de una iglesia católica y una escuela ubicadas en edificios cercanos, cien años de convivencia casi inalterable, que hacían imprevisible un hecho de esas características, y que, por esas mismas razones, lo agravan hasta un punto de no retorno.
Cuando el vapor Wesser, de bandera alemana, llegó a las costas argentinas (al puerto de Buenos Aires, más precisamente), en el año 1889, muchos de los que en él llegaron no sabían de la existencia de estas tierras hasta poco antes de embarcar. Pero estaban ansiosos por cultivarla y, sobre todo, por alejarse de la miseria y la persecución que dejaban en Rusia.
La presencia de los judíos aquí obedeció, entonces, tanto a factores de expulsión como de atracción, al igual que ocurrió con la mayoría de las corrientes inmigratorias que poblaron nuestro suelo, y que hicieron decir alguna vez a un poeta que los argentinos "descendemos de los barcos".
En Rusia los judíos eran blanco de los pogroms desatados por las autoridades tras el cruento asesinato del zar Alejandro II, así que para ellos, esos perseguidos consuetudinarios, la Argentina aparecía como una síntesis de todas las virtudes: grandes extensiones de tierras ricas y vacías, sin estructuras tradicionales anquilosadas que les impidieran crecer y con una fuerte política inmigratoria.
El proyecto, sabemos bien los basavilbasenses, estuvo apoyado desde su inicio por el Barón Mauricio de Hirsch, cuya máxima, que ya deberían escuchar varios "prohombres" de estos días, era "las dádivas agotan la fortuna de quienes las dan y no resuelven el problema de quienes las reciben" (como todo tiene que ver con todo, y ya que estamos, al que le caiga el sayo, que se lo ponga).
Tomamos como punto de partida para nuestra historia de hoy la llegada del vapor Wesser, porque hasta ese momento solo había 300 judíos en el país, mientras que cincuenta años después la cifra llegaba al medio millón.
Pero hay algo que debemos saber, y decir, porque además no es una historia distinta a la de los otros inmigrantes que poblaron las tierras del Plata. O sea de la historia de sus abuelos y abuelas, amigo lector, que vinieron de España, de Italia, de Austria, de Yugoeslavia, de Alemania , etc., etc. Sabemos muy bien que si no hubiese sido por las guerras que asolaban esos países, por las persecuciones de raíz ideológica, o por el hambre que sufrían, muy pocos hubiesen cruzado el Atlántico para venir a "hacer la América". Y muchos de esos que vinieron, (no vamos a repetir la lista de sus países de origen), se volvieron (cuando pudieron) o añoraron (y añoran hasta el día de hoy) la tierra de sus ancestros, aún de generación en generación, comiendo sus comidas típicas, enarbolando sus banderas (junto a nuestra celeste y blanca), cantando sus canciones tradicionales y aprendiendo su idioma, sin que a nadie se le ocurra acusarlos de "doble lealtad". Es más, sería extensa (casi interminable) la lista de aquellos descendientes de españoles o de italianos que han gestionado la doble nacionalidad para tener una vía de escape en los momentos de crisis que ha vivido la Argentina, y también para una finalidad mucho más "prosaica" como es la de jugar al fútbol o al básquet en algún equipo europeo como "oriundo", sin que por ello sean acusados de cipayo o de vendepatria, ni se le cuestione su "argentinidad". Hasta conocemos casos en que han corregido la grafía de sus apellidos, sacándoles el "toque" especial de simplismo que le dieron los agentes aduaneros de aquellos tiempos, para volver a escribirlos tal y como lo hacían en los países de donde fueron "expulsados" sus abuelos. La Argentina ha tenido ya Presidentes de la Nación (Alfonsín, Menem y Kirchner, por citar solo algunos ejemplos) que descienden de esas corrientes inmigratorias que nunca negaron la Patria de sus antepasados. Es más, los dos primeros citados fueron considerados "ciudadanos ilustres" de las aldeas de las que provenían sus padres, "allende Galicia", uno, y en Siria, el otro.
Las estadísticas, que en el caso de los judíos argentinos se llevaron celosamente, comprueban que después del año 1948, concomitantemente con la creación del Estado de Israel (recreación, deberíamos decir, en verdad, si nos atenemos a la historia bíblica), la población judía de la Argentina se redujo a la mitad, al igual que lo que pasó con la mayoría de las comunidades en las que se habían asentado en la diáspora. Y es lógico que así fuera, porque el camino errante del pueblo judío no fue transitado por propia voluntad, sino por imposición de las circunstancias, que las más de las veces fueron violentas, arbitrarias y de un día para el otro.
El Estado de Israel es el producto colectivo más notable del judaísmo, por lo menos en el último siglo, y después de que Teodoro Hertzl sembrara la semilla de la "Vieja Nueva Patria" (alterneurer land) con aquello de "si lo soñáis, será posible". Es la madre patria de los judíos dispersos en el mundo, y no por eso es negadora de la nacionalidad propia de cada uno de ellos. Ya dijimos acá alguna vez, usando como modelo la teoría de conjuntos de las matemáticas, que el término judío es omnicomprensivo, por ejemplo, de los israelíes, que son solo los judíos (y algunos no judíos) que viven en Israel.
El reclamo por el esclarecimiento de los hechos ocurridos tanto en la Embajada como en la sede de la AMIA no debería ser una cuestión menor, como parece adjetivarse cada vez que se reclama "justicia y memoria" desde las instituciones judías de la Argentina. Hay que denunciar, además, que no alcanza con las lamentaciones con que han regado los palcos de los actos públicos en recordación de esos atentados cuántos funcionarios de mayor o menor rango han concurrido, en representación del gobierno nacional. Nuestra Cancillería, la de todos los argentinos, debería hacer algo más que discursos irrelevantes dichos de las paredes para adentro, sermoneando a quienes no necesitamos sermones. Deberían transformar esta repugnante agresión que hoy (o hace dos días) cumplió la mayoría de edad en un motivo suficiente para forzar a que los organismos internacionales condenen de modo específico a aquellos regímenes que disfrazan sus conductas antijudías bajo retorcidas cabriolas del lenguaje. Y que los funcionarios cómplices de aquellos tiempos y de ahora (D'Elia, por ejemplo) renuncien a sus puestos y a sus sueldos. ¡O que se los quiten!
De lo que sí estamos seguros es de que hay que contribuir desde el lugar en el que uno lucha (el periodismo, la política, el sindicalismo, las artes, los deportes) a terminar de una vez por todas con las confusiones que alientan los que hacen de la "sociedad del odio" un fin en sí mismo.
No es tan complicada la cosa ni tan difícil de entender. El atentado que seguimos lamentando, y que dudamos que la justicia alguna vez aclare, se produjo contra la sede de la embajada de un país con el que la Argentina tiene relaciones diplomáticas y al que reconoció casi inmediatamente a su creación.
Y en nuestro país viven (vivimos) argentinos por nacionalidad y judíos por religión, tradición y ancestralidad, que no somos ni menos ni más que otros, y a los que nadie tiene derecho a cuestionar su lealtad por el más que válido reclamo de que no se sigan burlando de los muertos.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

No hay comentarios:

Publicar un comentario