viernes, 19 de febrero de 2010

Miguel de Cervantes Quijano (o Quijada) - Editorial del 19 de febrero de 2010

Mi amigo Enrique Pereira se hubiese hecho un festín con el acto fallido de la Presidente de la Nación. Así como alguna vez el Dr. Menem se ufanó (sí, sí, con “u”; después cambió una vocal para otras muchas cosas) de haber leído a Sócrates, siendo que no se conserva nada escrito por él, ahora la Sra. Cristina Fernández puso en boca “del Cervantes” (sic) una frase que si bien le pertenece, se la hace decir al Quijote. Para colmo de males, en su discurso, con ese aire de superioridad que la caracteriza y que no siempre la encuentra con resto, se autoadjudicó la versión “aggiornada” de la locución “ladran Sancho, señal que cabalgamos”, que según ella quedaría mejor como “ladran Sancho, señal de que son perros”. Pese a haber asegurado que era una “cristinización”, hay algunos memoriosos, como nosotros, que recordamos haberla visto publicada en la revista Humor, allá por los años ‘70/’80, en las tan célebres frases que encabezaban sus páginas. No está mal que la use, pero está muy mal que se proclame la autora.

Nuestro título de hoy, entonces, y a propósito, mezcla como lo hizo ella a creador y creado, pero reconociéndolo y aceptando, y con un total sentido satírico, en el más estricto sentido de la palabra. Conste, entonces, que quien escribió fue Miguel de Cervantes Saavedra, y el personaje por él creado, el principal de su obra, fue bautizado como Alonso Quijano (o Quijada). Así, textual.

Entrando ya en el tema, los dichos de la Presidente de la Nación fueron expresados en el marco de un discurso en su feudo privado de El Calafate, y, si estuviéramos en una República (que alguna vez supimos conseguir y que ellos ahora están rifando con sus actitudes feudales), deberían haber sido receptados por el Inadi, organismo que se ha tornado genuflexo y servil, para fundamentar una denuncia del pueblo de Nación Argentina contra su primera mandataria, por haber tratado de perros (animales) a los que no pensamos como ella. Y acá, obligatoriamente, debemos hacer la salvedad de que nos referimos al daño que el uso común de tal referencia supone, más allá de que, para nosotros, cuanto más conocemos a algunos seres humanos, más queremos a los perros. Es sabido que, curiosamente, cuando se trata de perro a una persona se lo hace pensando en una característica negativa que tendrán algunos, y por eso pasa a ser sinónimo de malo, traicionero, inútil y peligroso. Eso es lo que piensa nuestra Presidente de los que no opinamos igual que ella. Como decíamos en nuestra página de la semana pasada, habiendo escuchado a Diana Conti alabar al stalinismo, no nos sorprende para nada el criterio omnímodo y discriminador del primer eslabón de una cadena de la que, muchos, ahora pretenden escapar. ¡Pero están las gigantografías todavía exhibidas, que atestiguan lo contrario!

Acá tenemos, forzosamente, que recomendar la lectura de “Rebelión en la Granja”, de George Orwell, el mismo autor de “1984”, que inspirara (¿inspirara?) luego aquella estupidez televisiva llamada “Gran Hermano”, y la más estúpida todavía “Gran Cuñado”. Y hacemos la recomendación porque la lectura de ese libro, escrito a la manera de las fábulas, con animales hablando, nos hará imaginar lo que nos espera con estas confusiones de la Presidente.

Pero el acto fallido de la señora de Kirchner, y su descalificación fascista de los que piensan distinto (que sería lo mismo que decir que piensan feo) nos lleva, por lo menos a nosotros, a rememorar a otro que trabajó con perros, aunque más gratamente y con mayores beneficios para la humanidad. Estamos hablando de Iván Pavlov, conocido sobre todo por formular la ley del reflejo condicionado, que desarrolló entre 1890 y 1900, después de que su ayudante observara que la salivación de los perros que utilizaban en sus experimentos se producía ante la presencia de comida o de los propios experimentadores, y luego determinó que podía ser resultado de una actividad psíquica. Realizó el conocido experimento consistente en hacer sonar una campana justo antes de dar alimento a un perro, llegando a la conclusión de que, cuando el perro tenía hambre, comenzaba a salivar nada más oír el sonido de la campana.

Nuestra conclusión, entonces, por lo menos intermedia, es que los ladridos a los que tan livianamente se refiere, denostándolos, la Sra. Cristina, deben ser consecuencia necesaria, o reflejo condicionado, de las actitudes totalitarias de este gobierno, que además de desconocer la voluntad popular expresada en las elecciones de julio de 2009, quiere hacernos creer que ataca a las corporaciones, cuando el matrimonio presidencial es, en esencia, cabeza de una de las más grandes y perjudiciales que existen en la Argentina.

Las observaciones básicas de Pavlov eran simples. Si se ponen alimentos o ciertos ácidos diluidos en la boca de un perro hambriento, éste empieza a segregar un flujo de saliva procedente de determinadas glándulas.

Y nuestras observaciones también son simples. Si se conocen acciones tendientes a enriquecerse o a enriquecer a los amigos ¡única finalidad de este gobierno!, o a perpetuarse en el poder, nosotros, los perros, ladramos.

Este es el reflejo de salivación; pero eso no es todo. Pavlov observó que el animal también salivaba cuando la comida todavía no había llegado a la boca: la comida simplemente vista u olida provocaba la misma respuesta. Además, el perro salivaba igualmente ante la mera presencia de la persona que por lo general le acercaba la comida.

O sea que, imitando ese experimento, hay argentinos que están adquiriendo la capacidad, hasta ahora dormida, de advertir las consecuencias mediatas de este desgobierno al que nos someten, llevándonos a ese mismo abismo del que Néstor Kirchner se jactaba de habernos salvado en 2003.

Seremos perros, pero no podemos ni debemos dejar de ladrar cuando nos enteramos de que, mientras Cristina se proclamaba una víctima de la represión, hay quienes informan (ladrando, también) que en el año 1982, últimos años de la dictadura, los Kirchner eran apoderados de la consultora Finsud. Su especialidad eran "las cobranzas extrajudiciales". Era la época de la circular 1050 del entonces superministro José Alfredo Martínez de Hoz. Las tasas de interés para créditos hipotecarios se hicieron impagables. En ese contexto de desesperación, Néstor y Cristina se habrían guardado los pagarés de una humilde mujer, en vez de romperlos después de cobrar.

El abogado que defendió a la señora utilizó argumentos demoledores para atacar a los demandantes (el matrimonio de abogados Kirchner). Lo comparó a Néstor con Shylock, el Mercader de Venecia. El juez le dio la razón, pero lo reprendió por asociar a su adversario con uno de los personajes más avaros y miserables de la historia de la humanidad.

Sin ir más lejos, Sergio Acevedo, otrora hombre del “riñón” pingüino, que fuera nada menos que la cabeza del Servicio de Informaciones del Estado (SIDE), y luego Gobernador de la casa de los Kirchner (de la provincia de Santa Cruz, perdón), ahora denuncia enormes negociados en la concesión de la obra pública, especialmente en su provincia, reconociendo que “cuando empezó, el kirchnerismo era un proyecto político que necesitaba dinero para concretar su sueño. Ahora se parece más a una excusa política para que algunos kirchneristas tengan cómo justificar la acumulación personal de dinero”.

Y es para contrarrestar frente a la opinión pública estas verdades que estamos diciendo, que se inventan una historia personal de persecuciones, para así justificarse frente a la militancia del Frente para la Victoria y las organizaciones humanitarias a las que utilizan, sin ponerse colorados, para evitar críticas de la centroizquierda argentina.

Si empezamos a creerlo, como nos decía un amigo días pasados, va a resultar que también estuvo presa con Mandela y con Mujica; se salvó en el atentado de Martin Luther King porque se alcanzó a tirar al suelo; del atentado a Ghandi porque llegó tarde a la reunión ya que había ido de shopping; en Dallas, cuando el asesinato de John F. Kennedy, tuvo suerte porque iba en el auto de atrás debido a que Jacqueline le ganó y subió antes, y, por último, en el bombardeo a La Moneda, cuando mataron a Salvador Allende, alcanzó a escapar por la puerta de servicio.

¡Andá!

Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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