viernes, 8 de enero de 2010

La mitad de nada - Editorial del 8 de enero de 2010

Vamos a explicar primero, antes de entrar en el tema de hoy, de dónde sacamos el título. Aunque no tenga nada que ver (salvo para los que sostienen que todo tiene que ver con todo), así le puso de nombre a su novela Samuel Tarnopolsky, que escribió en ella algo así como un testimonio de los desgarramientos de identidad de esa época. Publicada en 1969, fue escrita bajo el signo ineludible de la profunda crisis de legitimidad de los judíos argentinos. El ascenso de Tacuara, las muertes impunes de Daniel Grinblat y Raúl Alterman, el caso Sirota, las acusaciones permanentes de “doble identidad” derivadas de la captura de Eichmann por un comando israelí, corroían la amistad de un grupo de condiscípulos adolescentes, judíos y no judíos y toda esa serie de hechos culmina con un muchacho judío baleado por su propio compañero de curso transfigurado en Tacuara.

¿Nada tiene que ver con nada?

Pero de lo que queremos hablar hoy, y de ahí la utilización del sabio encabezamiento, es de lo que para nosotros constituye un desaprovechamiento del tiempo transcurrido. Hablamos, obviamente, de la mitad de un período de gobierno. De la Nación, de Entre Ríos y de Basavilbaso, “nuestro pueblo”.

De lo que es para nosotros, como juicio valorativo, la administración de Cristina Fernández de Kirchner, hartos estamos de hablar. Seguimos convencidos, y cada vez más lo estamos, de que no se hizo nada en la sustancia, salvo acomodar (y bien acomodados) a los amigos. Por lo demás, excepto el arrogarse algunos éxitos en materia de derechos humanos, que no se podrían haber logrado sin el primer escalón que ellos (los kirchneristas) ignoran supinamente, y que construyeron Alfonsín y la UCR en 1983, nada se ha hecho. Promesas, solo promesas, en cada ocasión en que la Sra. Presidente pretende tapar la realidad con sus discursos vacíos. Así pasaron sin pena ni gloria los planes para comprar el primer 0 km.; los de heladeras y otros electrodomésticos (parece un chiste, pero estos eran los “proyectos” de gobierno); y solo quedaron las seudo cooperativas de trabajo y los cada vez más frecuentes y lábiles planes. Por lo demás las únicas cosas que funcionan con viento a favor desde el kirchnerismo necesitan de la complicidad de algunos jueces para escapar sobre el filo de la ilegalidad.

Pasando entonces a la provincia, en dónde todavía teníamos esperanza, vamos a analizar solo dos cosas, ampliando un poco la popular frase. Para nosotros, de muestra, bastan dos botones. El primero tiene que ver con la obra pública, que como ya iteramos y reiteramos, es el “caballito del batalla” (caballito del comisario, deberíamos decir) de este gobierno y de sus causantes inmediatos anteriores. Y de esa impresentable obra pública vamos a tomar una bastante cercana, y de ella sacaremos las conclusiones. Transitamos periódicamente por la Ruta 39, tanto en el sentido hacia Nogoyá (después pasa a ser Ruta 12), como hacia Concepción del Uruguay. Es fácil advertir ahí que en la parte que está “terminada” difícilmente se pueda jugar un partido de billar. Y en la que no, se advierten los parches previos a la pasada de la capa de un centímetro de asfalto. Ahí, como consejo de “tonto” (ya lo hicimos cuando el “señalamiento vertical”, del que dijimos que había sido pintado con acuarela y no erramos demasiado), sugerimos que se haga un diagrama de esos agujeros mal tapados, porque en dos o tres meses, a contar desde que le pongan la dichosa capa, aparecerán nuevamente. Es claro que, milagrosamente, será después de que se le pague a la empresa constructora.

Y hablando de pagar y de empresa (mientras preguntamos si a la que hizo el desastroso pintado se le reclamó algo), nos llama la atención la cantidad de estas UTE (Uniones Transitorias de Empresas) que quiebran o dejan las obras sin terminar. Nosotros, que hemos transitado pasillos en nombre de asociaciones cooperadoras y entidades sin fines de lucro, sabemos que para conseguir un subsidio hay que llevar hasta el grupo sanguíneo de la bisabuela del tercer vocal suplente. En cambio, pareciera, que a estas perecederas compañías mucho no se les exige. ¿O hay otra razón para que existan tantas obras inconclusas?

El otro botón del que hablábamos, es el de la demora en el pago de los salarios (nunca mejor utilizada la palabra, porque cuando los empleados públicos cobren su sueldo solamente les alcanzará para la sal). Se demoró la salida del cronograma, y ¡justo! cuando salió, ya los responsables, o sea aquellos a los que les podíamos reclamar, no estaban. Se habían ido a Brasil, al Uruguay, a Gesell (no, amigo lector, no, al Poli vamos usted y yo solamente). Acá no quedó ni el loro (ni el pato, deberíamos decir). Parece que en el caso de algunos amigos funcionarios sus ahorros les permitieron irse igual. ¡Si, ya sé, no me diga nada! A ellos no les descuentan el “día no trabajado día no cobrado”. Ya planteamos una vez qué lindo sería verlos pagar encima a fin de mes.

Y así llegamos, por fin, a nuestra pequeña aldea.

Por acá también sobran los temas, y, para no ser desparejos, vamos a volver a tomar dos botones de muestra.

En un medio colega se publicó días pasados la noticia del abandono en que se encontraba la senda peatonal que conduce al cementerio (para los que van caminando). A raíz de eso surgieron comentarios acerca del estado en que estaba toda la necrópolis local, por lo menos en lo que hace al mantenimiento cotidiano. Por supuesto que no cargaremos las tintas en ese aspecto sobre los obreros que cumplen o deberían cumplir con esa tarea, sino, como corresponde, sobre los responsables del área. Y al respecto, ya que estamos, bueno sería que cuando se edite nuevamente la Gaceta, o en la página que tiene el Municipio en este semanario, se haga saber a los contribuyentes (y a los que no lo son también) cuáles son los jefes que están a cargo de cada sector, así como sus horarios y lugares de trabajo. Nos parece que de esa manera se demostrará respeto hacia el elector y, a la vez, se soslayarán algunos comentarios bien o mal intencionados, que generalmente terminan con un enojo del involucrado, al “mejor” estilo de la bronca con el cartero en vez de con el emisor de la carta. A nosotros nos pasó hace unos días, por eso es que hacemos hincapié en ello. No hay que olvidar que la función pública genera más obligaciones que derechos, y que, como lo venimos diciendo siempre, nosotros somos los mandantes, y ellos nuestros mandatarios. Las normas están para cumplirlas, antes de para hacerlas cumplir.

La otra cuestión municipal, que nosotros predijimos, tiene que ver con el Código de Faltas que se sancionara hace un tiempo, y respecto al cual nosotros, en un juego de palabras, habíamos calificado como “las faltas del Código”. A medida que se va intentando su aplicación se van haciendo manifiestas esas irregularidades que marcamos, lo que demuestra que, si se hubiese prestado atención y hecho caso, otra sería hoy la realidad del tránsito. Los operativos no pasan de ser episodios espasmódicos, siendo más los días en los que los inspectores son meros espectadores del incumplimiento de las normas. Pocos terminan siendo los perjudicados, porque hay que tener en cuenta que si la ley no es pareja, no es ley. En un caso específico, el hilo se cortó por lo más delgado, pero no sería extraño que alguien apele a otras vías (legales) para lograr lo que quienes tendrían que haberlo hecho no hicieron. Lisa y llanamente la única opción es derogarlo y sancionar uno nuevo, mejor, más adecuado a los tiempos y, sobre todo, ajustado a derecho.

Todos, entonces. Los que lucran con la obra pública, los que se van de vacaciones sin pagar antes los sueldos, los que no cumplen con sus funciones específicas y acumulan cargos y los que creen que gritando se arreglan las cosas, deben darse cuenta, rápidamente, de que al obrar de este modo están decretando la ruina de lo que constituye su propia existencia.

Terminamos con Khalil Gibran:

“Del hablador he aprendido a callar; del intolerante, a ser indulgente, y del malévolo a tratar a los demás con amabilidad. Y por curioso que parezca, no siento ninguna gratitud hacia esos maestros”.

Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica, de Basavilbaso

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