viernes, 16 de octubre de 2009

La vida en cinco años -Editorial del 16 de octubre de 2009
Lo conocí cuando él tenía 10 años y yo muy pocos más. Tres más para ser exacto. En el año 1969. Fue seguramente en una mañana de marzo, bien temprano. Y puedo decir, como digo, que ahí lo conocí, porque pasar y conocer de vista, no es conocer.
Por supuesto, hablo del viejo y querido Colegio Nacional, que fue parte de mi vida (¡es parte de mi vida!) y de la vida de tantos otros.
Mirando la película que el tiempo nos va dejando, me veo entrando con Jorge (poco después ya fue para siempre "Machengo"); Eduardo (hoy solo "Pepona"); el Cabezón (ese ya era, obviamente para el que lo conoce, su sobrenombre); el "Tuerto"; que después fue Chito; Mulato; el Negro; Liliana (ya dije alguna vez ¡oh, Liliana!)…para encontrarme, casi enseguida, con los que pasarían a ser parte de mi vida hasta hoy. ¡Y yo no lo sabía!
El "Enano" (y los demás de Mantero que conocimos ahí); "Coco"; el "Tape"; Berta; otros que fueron abandonando en el camino (también quedaron algunos de los que ya nombré), así como varios que fuimos encontrando y llevando con nosotros. Y terminaron con nosotros el "Tío" (sería también "Topito" por herencia familiar); "Chiquito", "Morta", el otro Mario, "Chiche" (Nenucho, que no sé por qué se tuvo que ir); "Bien ché" y Rothamel (que no me acuerdo si tenía sobrenombre). Obviamente que la lista se completa con "Letanú" o "Calcu", que vengo a ser yo.
Nosotros éramos de "Comercial, colegio de varones, no admite… (la rima queda a cargo del lector, que, por supuesto, si es Perito Mercantil, la sabe de memoria), pero fuimos incomparablemente amigos y compañeros de los del Nacional, con quienes nos unieron en esos años muchas cosas, además del viaje a Bariloche en la Promoción '73. Ahí estaba "Caco" (después de mucho esfuerzo); Nardo (¡por qué te fuiste!), Laura (también, como con Liliana, ¡oh, Laura!); "la Sofi"; el "Piojo", el "Mono"; Marta, las tres Gracielas; Josefa; Elio; Gloria; José (el apodo es cariñoso, pero no lo voy a poner acá); Elsa; Betty; el otro "Cabezón", "la Lidia" (¡cómo olvidarme de Lidia!) y espero no haber dejado a nadie en el recuerdo, porque sólo a él recurrí para armar la lista.
Escribo así sabiendo que solo a los treinta y cuatro de mi promoción les va a caer directa esta ficha. Pero asumo el riesgo y me juego a que cada uno de los otros ponga los nombres de su propia memoria y asocie este festejo de los cincuenta años con su propio paso por el Colegio.
Colegio que, por otra parte, ya no es el mismo, pese a que está en el mismo lugar. Pero como de todo hay que ver el lado positivo, o el vaso medio lleno, vale la pena tener que agudizar la imaginación para recordar aquellas aulas, las que no nacieron para eso y se adaptaron del viejo edificio de la Jewish, y las que se fueron agregando a medida que se iba haciendo carne en la gente que era bueno seguir estudiando, y que acá "se podía". Hasta ahora, como docente, como padre, como ex alumno, cuando entro tengo que resistir la tentación de tocar esas paredes, que son otras, buscando sentir el latido de mi sangre, que corre todavía por las venas del edificio que ya no está , tanto como corre por las mías.
Y así como hablé de mis compañeros, quiero (¡debo!) hablar de aquellos que nos enseñaron, nos cuidaron, nos atendieron, se preocuparon, nos retaron, nos hablaron y nos escucharon.
La lista es larga, es profunda y es intensa. Tan profunda y tan intensa como la sensación que me hace lagrimear por los que estuvieron y ya no están, y por la certeza de que no nos estábamos dando cuenta en ese momento de que era necesario acumular esa felicidad para disfrutarla siempre.
Por suerte pude "cargar las pilas" entre medio de este texto porque me encontré con Goyo. El querido Goyo que está como estaba por aquellos años, y al que solo le falta pararse en ese ahora imaginario patio para preguntar, a los gritos: "¿Baby, dónde tengo clase yo?", o limpiarse las manos en su saco (¡pobre Ñata, después!) luego de "destripar" una rana. Gracias a él nunca olvidaremos las amebas y los paramecios, ni tampoco al conejo que nos hizo comprar y luego azotó contra la mesa del laboratorio, poco después de habernos "prometido" que lo dormiría con éter.
Hace mucho que no veo a Lía Arroyo, "la Gorda" (¿la veré por estos días?), pero el Nito se acordará (todos nos acordamos) de su "Platero es ppequeñño, ppeeluuddoo y suuaaaaveee", y del terrible efecto que causaba no pronunciarlo como debíamos. Largas colas frente a las ventanas hacían aquellos que no pasaban la prueba. ¿Y el viejo Curi? Sé que ya no está, pero es imposible que me olvide de sus clases de Educación Democrática. Tampoco de las de Inés Zoff, en la misma materia y en Historia, o de las de "la Bocha", que hace poco nos dejó, ni de las del querido Naldo, con sus demostraciones, sus partidos de softbol y su afán de sacar atletas de dónde no los había.
¡Cómo olvidarme de Olga Kippen, de su inteligencia, de su compromiso intelectual e ideológico, de su diálogo con aquellos incipientes Centros de Estudiantes, con los que de a poquito fuimos consiguiendo algunas permisividades! ¡Si hasta una obra de Chejov hicimos para un Día de la Primavera!
Por suerte la tenemos a Polola, lo que, en cierta manera, aunque no, nos compensa de no tenerla a la "tía Pesi". Y Chacho nos hace pensar que todavía está Julio, el "chorizo eléctrico" que aprendimos a querer por aquellos días. Y Alba, tan joven entonces y tan joven todavía ahora; y Laura (la de Inglés, de la que estuvimos todos enamorados); y Gladys, Arturo, el "Turco" Godoy, Mario Gluschancoff, la "vieja" Gallino, Doña Berta Cerolini y sus vanos intentos de formar músicos (muchos más vanos, obviamente que no por su dedicación sino por nuestra nulidad absoluta, que los de Naldo por formar atletas), el "Negro" Ponce (sujeto activo y pasivo de tantas anécdotas), "Catita" Ayala, que pretendía enseñarnos ¡Merceología!, y tantos, tantos, tantos…
Párrafo aparte para el inolvidable "Cocho", que está parado en el cielo al lado de un interminable timbre, y para Ana María, que también se fue. Sin ellos, sin el viejo Esparza, sin Baby, a la que ya nombré de soslayo, sin Martínez, sin Estela y Marta, que por esos días empezaban a trabajar, nada de esto hubiese sido posible. Si hasta Santamaría y su oferta de "a las petri, a las petri", que comprábamos en los recreos a través del alambrado, a "cincola son los rabones" (textual) son un ingrediente imprescindible a la hora de escribir esta historia.
Después pasaron muchas cosas. La facultad, el ser padre, el ver a los hijos en el mismo lugar por el que uno pasó, la terrible muerte de Nardo (no puedo dejar de nombrarlo tantas veces como pueda), el paso de los años, el adiós a mis padres, los triunfos (y las derrotas y los empates), el nuevo paso por el colegio en la docencia, y muchas cosas más.
Pero lo de esos cinco años es especial, tan especial como es volver a encontrar a los compañeros, a algunos todos los días, y no cansarnos nunca de contar y escuchar mil veces las mismas anécdotas, los mismos recuerdos, las mismas añoranzas.
Del colegio no nos queda, como decía Nino Bravo "más que el polvo del camino". Pero es bastante eso. Lo tenemos adherido para siempre. En el corazón. En la piel. En el alma.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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