jueves, 10 de septiembre de 2009

La razón en la noche de ignorancia - Editorial del 11 de septiembre de 2009
Así como el 12 de Octubre dejó de ser el Día de la Raza (nombre absolutamente inverosímil, por otra parte), pero no dejó de ser recordado como el día en que los españoles pusieron por primera vez su pie en América (aunque en realidad no lo supieran y pensaran que estaban en las Indias), alguna vez deberemos repensar también si esta elección de la fecha del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento es la adecuada para homenajear a los docentes en general, bajo el nombre propio de maestros.
Es que parece doblemente inadecuado que siga siendo así, tanto porque es inentendible este viejo hábito argentino de instituir como fechas patrias las de las muertes de nuestros próceres, cuánto porque la escuela de Sarmiento ya fue superada por el paso del tiempo y por la convicción de que muchas de sus prácticas, más allá de ser tergiversadas luego por la Historia, fueron incluso "descolocadas" en su propio tiempo.
La escuela de Sarmiento todavía hoy está asentada en esa organización del siglo pasado en la que había un maestro que todo lo sabía, y un alumno con orejas de burro. Ahora, en cambio, tenemos (o deberíamos tener, si todo estuviera bien) un maestro y un alumno que saben que no saben todo. Eso es, de por sí, una verdadera mutación cultural. Es lo que tenemos que saber definir en esa relación nueva, para transformar la escuela y nuestro trabajo.
Seguramente por estos días, a la luz de los agudizados conflictos gremiales, se escuchará hablar más de demandas acuciantes, multiplicidad de tareas, pérdida de autoridad, incertidumbre en los conocimientos, deterioro en las condiciones del trabajo, pauperización, que del antiguo y reconocido "sacerdocio", pero nadie puede negar que esas cosas también son parte de lo que es hoy el oficio de educar.
Y decimos que, más allá del homenaje al "maestro sanjuanino", las cosas han cambiado, no porque se nos haya ocurrido a nosotros inventar eso, sino porque resulta evidente que las políticas neoliberales de los '90, que han tenido en la educación uno de sus objetivos estratégicos, han acelerado la transformación de aquella identidad docente configurada en la imagen del apostolado, la misión o la entrega desinteresada.
No es ocurrente que los gremios docentes de la Argentina, y el de Entre Ríos en particular, estén luchando contra la flexibilización del trabajo docente, el intento de recortar su sistema de previsión solidario y la incidencia de las políticas de exclusión en la vida de las escuelas, entre otras cosas no menores. Únicamente un necio puede no reconocer que estas cuestiones no solo resienten el desempeño de la función de enseñar, (profundamente la resienten), sino que también afectan su salud.
El individualismo, la competencia, el "sálvese quien pueda", son expresiones de un paradigma instalado por el neoliberalismo en la actualidad, y continuado incluso por quienes se autotitulan "progresistas".
Es necesario que la escuela despliegue una profunda mirada hacia atrás, hacia esa historia encapsulada de la que Sarmiento es paradigma. Esto, creemos, contribuirá a que comprendamos, nosotros y los otros, que la tarea de enseñar tiene mucho de rebelde, de valiente, de solidaria y, más que nada, de encaprichada en que es posible vivir en una Patria más justa.
Decíamos hace algunas semanas, poniendo por escrito la respuesta a un amigo, que al capitalismo salvaje le está resultando fácil "ganar el partido", ya que aquí producir no es un hecho humano, lo desborda, no hay ninguna responsabilidad, dado que, por ejemplo, fracasan todas las reuniones para controlar el tema de un ambiente que se deshace, y los que lo contaminan siguen haciéndolo como si nada. Eso es porque no hay responsabilidad de un ser humano con otro. Solo de palabra la educación, el trabajo, el acceso a la salud son derechos humanos. Hoy casi todo esto está impedido en los hechos. La falta de solidaridad es un problema del género humano que se ha ido dando por esta destrucción cultural. La pérdida mayor en el área de la cultura es que nos es muy difícil recuperar el sentido de lo humano.
El maestro fue un misionero cultural de una cultura hegemónica durante muchos siglos, y en nuestro país desde que la escolaridad se fue haciendo obligatoria y extendida.
Nosotros hemos tomado la militancia sindical como forma de identificarnos, sin dejar lugar a dudas, como trabajadores, pero resulta que lo hemos tratado de hacer en un momento de la Historia en el cual ese concepto de trabajo está en profunda crisis, porque está también en crisis el "estado de bienestar" que fue el que generó ese tipo de trabajo.
El avance que significó ir construyendo una conciencia de trabajador, que se solidarice con otros trabajadores, se dio en un momento donde todo el conjunto de los trabajadores era perdedor. Además el empleador jamás lo consideró trabajador, y sobre todo resulta duro que esto suceda en un gobierno supuestamente nacional y popular. Aunque eso ayuda a entender por qué los gobiernos seudo progresistas no quieren tener como interlocutores a los trabajadores de la educación. Es claro. Es mucho más fácil hacer creer a la gente que lo que tenemos son "misioneros culturales", que reproducen lo que este Estado perverso necesita reproducir. Necesita reproducir que las escuelas de los ricos son las escuelas privadas y que las escuelas de los pobres son las escuelas públicas. O, también, que dentro de las públicas hay algunas que están más cerca de los ricos y otras que están más cerca de los pobres.
El gobierno sigue necesitando otro misionero cultural para este momento, alguien que meta en la cabeza de los chicos que el que gana es el que tiene poder y el que perdió "sonó"; porque los ganadores son los que tienen el mundo, la palabra y el poder. Nos consideran como servicio público solamente cuando dicen que un servicio público no puede hacer huelga. Por eso se "conduelen" por los "pobres chicos" que pierden días de clases sin ver (otra vez Sor Juana Inés de la Cruz) "que sois la ocasión de lo mismo que juzgáis".
En este momento, cuando el pueblo está cada vez más privado, directa o indirectamente, de tener acceso a la educación y a una educación de conservación de lo humano, la transmisión de "la cultura" es uno de los mandatos más fuertes que debe tener la escuela. El supuesto de una cultura única, universal, cristalizada y desligada de todo contenido ideológico o político, intentó hacer invisible la verdadera función que ese mandato muchas veces tuvo: legitimar perspectivas del mundo, ideas y valores funcionales a los sectores dominantes en nuestras sociedades latinoamericanas.
Sin embargo muchos docentes se resisten (nos resistimos) a convertirse en dóciles engranajes de la dominación cultural y construyen (construimos, o, por lo menos intentamos construir), desde diversidad de iniciativas, puentes con el campo de la cultura, entendido éste como un espacio diverso y en permanente re-creación donde se disputa la memoria, el presente y el futuro de los pueblos.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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