jueves, 17 de septiembre de 2009

Kadish

Kadish - Editorial del 18 de septiembre de 2009
El Kadish es una de las plegarias más familiares de la liturgia judía, y seguramente ninguna despierta, como ella, tanta emoción y reverencia.
Es conocida como "la plegaria por los difuntos", pese a que no contiene ninguna mención específica respecto a ese tema, ni a la nostalgia que produce la partida definitiva de los seres queridos. Sin embargo, por la necesidad que tenemos en esos momentos de tragedia o de gran dolor, se convirtió en el rezo de los deudos.
El Kadish es una oración de carácter público, que no se puede rezar solo. Es necesaria la presencia de un minián (diez varones) para que se la pueda recitar.
Es por todas estas razones, y algunas más que explicaré en el decurso de esta página de hoy, que en memoria de mis padres y de mis abuelos, mezclados para siempre en esta tierra en la que yo nací, por aquello de "polvo eres y en polvo de convertirás", y a pocas horas de que comience un nuevo año judío, el 5770, intentaré reflejar, de la manera que encuentre más simple y directa, el sentimiento que lleva a un judío argentino (ambas cosas vividas al límite) a comenzar, esta noche, con la salida de la primera estrella, un nuevo recuento de la vida del pueblo de Israel.
No puedo soslayar, para hacer lo que digo, algunas cosas que he visto, que he leído y que me han pasado en estos días y que considero factores decisivos a la hora de hacer el balance, que necesariamente, exige ese período que va desde Rosh Hashaná (literalmente "cabeza de año") a Iom Kippur (Día del Perdón), lapso durante el cual cada judío se "juega" la inscripción en el Libro de la Vida.
El primer tema, fuerte y lamentablemente recurrente, es el de la profanación de tumbas en el cementerio israelita de La Tablada, en Buenos Aires, hecho aparentemente ocurrido el pasado sábado, lo que ya de por sí le agrega ingredientes más trágicos y multiplica el disvalor de la profanación, por haber ocurrido en un día sagrado.
Siempre se ha dicho, sin inquirir demasiado acerca de las consecuencias de esta esquemática sentencia, que el ser humano es un animal de costumbres. Esta percepción de la vida es positiva si las costumbres son buenas, o degrada el ambiente si la costumbre del daño se instala permanentemente en nuestros usos sociales. No me cansaré de explicar, en cada una de mis clases y en cada uno de mis textos, que no hay hábito mejor que aquél basado en el respeto afectuoso por la libertad del otro. Por eso discrepo con los que hablan acá, para temas como éstos, de la necesidad de la tolerancia. Y lo hago porque creo que se tolera al equivocado. Se lo aguanta. Se lo soporta. No se lo comprende, que sería lo importante.
Que este hecho haya ocurrido justo en este momento no debe ser casualidad. La comunidad judía de la Argentina se ha incorporado con creces a la vida política, cultural, social, sindical, deportiva, manteniendo necesariamente una identidad propia que la llevó, justamente, a vivir estos 5770 plenos. Y si ello es indudablemente así, ¿por qué estas recurrentes manifestaciones de odio racial?
No cabe, pues, solazarse con las apariencias. Las sociedades son claroscuros cuyos rincones sin luz se multiplican al influjo de la impunidad. Nos guste o no, ésta es nuestra circunstancia. Y Ortega y Gasset dijo alguna vez, inteligentemente, que el hombre es, precisamente, la suma de uno mismo y sus circunstancias.
La Constitución Argentina garantiza la igualdad. Los profanadores de tumbas y sus cómplices reniegan de dicha igualdad y se sitúan en el terreno de la ilegalidad. Son intolerantes activos que, al no aceptar la morada común de los derechos humanos, deben ser sancionados con todo el peso de la ley.
Por mi formación jurídica no puedo menos que sentirme dolido por una realidad que me hace ver que la anterior es solo una frase. Desde luego los intolerantes deben ser sancionados...pero lamentablemente no los son. Nunca.
Pocos crímenes repugnan tanto como la violación de un cementerio, ya que, como lo dije más arriba, uno inmediatamente piensa en sus seres queridos que ya no están y que forman parte indisoluble de ese "colectivo" conformado por todos los muertos. Y sin embargo, una gran parte de la sociedad contestó (suele contestar así) a la discriminación con indiferencia. ¡Y uno termina preguntándose qué es peor!
La incapacidad de horrorizarse ante lo aberrante es simultánea a la pérdida de la capacidad de admiración como fuente de la creatividad. Una sociedad sin proyecto creativo se adentra necesariamente en el reino del mal, es decir de la nada, como la carencia absoluta de los bienes y valores debidos a la naturaleza humana del hombre como persona. Esos delincuentes que entraron (y los que miraron para otro lado) tienen también muertos ante quienes responder.
Por suerte hay otras circunstancias que se suman a uno. La carta de Tito (Rubén) es una demostración de convivencia, durante años aprendida y comprendida, por encima de preconceptos y de avatares del destino. (1)
Y hay también un libro, que Alicia me dejó una noche (por esas ventajas que da el ser amigo de una Biblioteca de 90 años) sobre la mesa de la Luz Obrera, sin que fueran necesarias palabras. La historia tiene que ver con la Segunda Guerra Mundial y el pueblo de Asís (sí, el de San Francisco). Allí un sacerdote y toda una comunidad hacen hasta lo imposible para salvar de la persecución nazi a miles de judíos italianos, dejando de lado la indiferencia.
Me atrevo a aconsejar, entonces, "Los Clandestinos de Asís", que de esa obra se trata. Es una versión novelada de un hecho real, que sucedió en una sociedad que posiblemente tuviera, ab initio, conductas discriminatorias más feroces que las de nuestro país. Sin embargo, para suerte de los judíos, contaba con anticuerpos de formidables reflejos.
Los educadores y formadores de jóvenes que estamos preparando una generación para la llamada "sociedad de la posmodernidad" no podemos olvidar que sólo la memoria del pasado es garantía de libertad en el futuro.
Justamente en esos días que antes mencionaba, días de introspección y análisis, se debe hacer un sincero examen retrospectivo que culmina, inexorablemente, con la súplica del perdón. Según los sabios rabínicos, "es mayor el mérito del transgresor que se arrepiente que el del santo que nunca ha pecado".
Ajad Haam escribió, en circunstancias como ésta en la que hace falta reafirmar la condición de uno:
"Yo, por lo menos, sé por qué sigo siendo judío. Y es más, no puedo encontrar más sentido en tal pregunta que si me fuera preguntado por qué sigo siendo hijo de mi padre".
Termino, como el Kadish:
"El que hace la Paz en Sus cielos haga la Paz sobre nosotros y sobre toda la humanidad. Amén"
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

(1)
Barajar y dar de nuevo
Dedicatoria: Por ser esta la primera vez que escribo para este semanario, en forma personal, quisiera dedicar esta columna en primer lugar a mis hijos, también a mis maestros de la Escuela Nª 9 “Matías Zapiola”, a la que recuerdo con mucho cariño, a una sacrificada compañera de escuela, Alicia Schvartzman, con quien hemos conseguido un importante logro días atrás. Pero no quiero olvidarme de Graciela, una persona muy particular que en la primaria y en la secundaria siempre nos supo brindar oportunos consejos y trasmitir principios que hoy atesoro en lo más profundo de mi corazón.
Entre amigos no hay reproches, solo distintos puntos de vista.
Solo comenté que los modelos no son los malos, sino los seres humanos que ideamos los modelos imperfectos, o aunque perfectos, al desarrollarlos los corrompemos.
Pero adivinando tu intensión y hablando de “baldes y canastos”, te diré, amigo Mario, que “tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe”.
Desde hace tiempo que intuyo en tus comentarios y de quien citas, el Dr. Formigo, a quién no conozco personalmente pero admiro por su coraje cívico de expresar su opinión, vienen apelando a los principios para hacerme saltar al ruedo.
Imagino tu sonrisa al leer esta contestación. Es que fuiste muy lejos esta vez, pues como bien sabés, tocaste el corazón, apelando a todos los recursos, pero en legítima defensa. Trataré de compartir columnas.
Desde mi humilde rancho, a la luz de una vela, con el mate amargo en la mano, voy a tratar, a manera de contrapunto, de contestar vuestros académicos comentarios, con mis vivencias y experiencias acumuladas en mi errante peregrinar y por ser hombre de caminos, sabré valorar las distancias.
Pero como la cuestión es entre amigos de la infancia, en honor a la amistad, te diré: que en mis oraciones le doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de poder disfrutar de la vida, de una amistad tan comprendida con vos y Graciela. Persona muy particular que supo, con su dulce voz, pronunciar principios que marcaron mi vida. Inculcados por un padre que fuera un Señor, “don Arcusin”, como con admiración lo tus amigos lo llamábamos.
Te agradezco el honor de concederme una página en tu semanario, hecho este que realza mi personalidad en una etapa difícil de mi vida, como es esta de extrema pobreza que padezco, pero no reniego, puesto que Dios sabrá por qué me encomendó este desafío.
En esta oportunidad “camino solo sobre las aguas”, tranquilo, seguro, confiado de llegar a la marca donde me esperan mis amigos, para tratar entre todos de rehacer un Basavilbaso que merezca ser vivido, un Basavilbaso para todos.
Siempre fiel a mis convicciones, aunque tal vez nunca pueda responderme este interrogante: si verdaderamente un padre de familia ¿puede o debe? hacer prevalecer sus principios.
Sin menospreciar tus cualidades académicas, trataré inteligentemente de sintetizar en un relato la contestación a varios de tus comentarios, apelando para su real comprensión al nivel intelectual del lector.
Había una vez, en una escuela llamada “Nº 9 Matías Zapiola” un grupo de alumnos que a pesar de las diferencias socioeconómicas de “los padres”, “los alumnos” eran educados con un “mismo” nivel por sus “comprensivos” y “dedicados” maestros, a los cuales hasta el día de hoy, sus alumnos, recuerdan con mucho “cariño”, y por una devolución de principios vertidos en una particular ocasión. El hijo de Eduardo, el carpintero, obsequió una artesanía a su amigo Mario, que consistía en un rombo de madera terciada en la cual “Rubén” le había grabado con un alambre caliente la estrella de David, la cual bien barnizada, con un agujero en la parte superior haciéndola pender de un cordón fino por el cuello, hacía un “amuleto” muy llamativo y muy usado por esos tiempos por los jóvenes (y ahora nos quejamos de las tribus). Hecho éste que Mario agradeció con un fuerte apretón de manos dando gracias a su amigo en esa mañana escolar. Grande fue la sorpresa, cuando después de la siesta, tipo las 15,30 hs. su madre le avisa a “Rubén” que en la vereda se encontraban los compañeros de escuela “del centro”. “Rubén” con toda su humildad, casi con vergüenza, salió hasta la vereda y contra el tejido del cerco. En aquel límite de su libertad, se encontraban Mario, Graciela, Diana, Mirta y Liliana, quienes le pidieron réplicas de ese amuleto para “lucirlo” en una “macaneada” el fin de semana; ofreciendo Mario, con su personalidad, un pago por esas artesanías.
Tanto fue el orgullo de ese humilde gurí de barrio que sus amigos “del centro” le pidan algo, que en dos días las cuatro restantes artesanías, idénticas, estuvieron listas.
Después resultó ser que con gusto el amigo se las regaló.
Una de esas estrellas de David, Graciela se la regaló a un chico judío que vivía en Buenos Aires y que estaba por viajar, con sus padres, para vivir en Israel; grande fue la sorpresa de “Rubén” cuando, al pasar los años, siendo ya mayor y después de atravesar éste una situación personal y de salud muy complicada, se enteró que Graciela, seguramente para su bien, se encontraba viviendo en Israel.
Preguntándose “Rubén” si no había viajado siguiendo su Estrella de David.
Creo que con estos ejemplos construimos una Argentina mejor. Capitalismo, Comunismo, Feudalismo, ¡Bah! Esos son sólo modelos que nos quieren imponer. En “nosotros” está el que “ellos” no puedan.
Por mi parte, desde que comencé mi programa “Remembranzas”, he sembrado almácigos de estos principios, que nos enseñaron abuelos, padres, maestros; y aunque parezca mentira, con Alicia el otro día cosechamos la primera canasta de “equidad”.
Recordando en estos momentos otro: “que si la vergüenza y los problemas se comparten, afectan menos”. ¿Era así Graciela? ¿No? Cómo me gustaría la próxima semana leer algún comentario desde Israel, ahora que aunque lo pagamos demasiado caro, y cueste reconocerlo, se puede.
Tito Schlotthauer

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