viernes, 21 de agosto de 2009

¿No se mancha el periodismo? - Editorial del 21 de agosto de 2009
Como justamente uno de los temas que vamos a entrelazar hoy tiene que ver con el fútbol, es que elegimos para el título un parafraseo de la recordada elaboración intelectual de Diego Maradona, en una oportunidad poco feliz de su vida, cuando intentó demostrar que sus problemas personales no menoscababan sus calidades como jugador.
Pero acá no vamos a hablar de fútbol, o por lo menos no del juego en sí. Puede ser que, en algún momento, sí hagamos referencia al problema que se ha planteado por estos días respecto a la televisación del “más popular de los deportes”.
Lo que nos preocupa, y mucho, generalizando, es la postura que cierto periodismo toma en todo lo que tiene que ver con el matrimonio gobernante, y también con la que la misma pareja, y ese mismo periodismo, adoptan cada vez que alguien osa contradecirlos.
Nos parece que esta cuestión de la difusión de los partidos por TV es un claro ejemplo de esa actitud de complacencia, que, entremezclada con el periodismo, termina convirtiendo a éste en mera propaganda.
Decimos eso porque a nuestro parecer está muy claro que todo tiene que ver con el afán del kirchnerismo de hacerse dueño de un monopolio de los medios, pensando no solo ya en hacerle más fácil el trayecto de estos dos años que le restan de gobierno a la Sra. Cristina, sino principalmente en embarrarle la cancha al que gane las elecciones de 2011.
Si esto resulta como estamos prediciendo, la acusación que ahora hace el “primer marido”, constantemente, y que fuera caricaturizada en el ya famoso “¿qué te pasa Clarín, estás nervioso?”, respecto a que el multimedio que agrupa a ese “gran diario argentino”, a Canal 13 y a radio Mitre pone continuamente “palos en la rueda” a este “proyecto progresista”, quedará reducida a algo anecdótico si los chupamedias que se las dan de críticos terminan acaparando la atención de la opinión pública a través de una nueva Ley de Radiodifusión que no por ser necesaria debe ser un traje a medida del gobierno de turno.
Como estamos convencidos que no hay nada mejor que los ejemplos para explicar lo que resulta inexplicable, vamos a hacer referencia a un programa de Canal 7 que se llama, 6,7, 8. Allí se puede ver un catálogo de las mil y una formas de serle servil al oficialismo, mecanismo que parece haberse potenciado en relación al kirchnerismo.
En ese programa, repugnante, a nuestro entender, y que solemos mirar como escuela de lo que no se debe hacer, cada uno de los seis periodistas que conforman el panel tiene una indudable afinidad ideológica con esta administración, o, por lo menos, tienen, todos, la característica reconocible de que no investigan ni critican sus actos, supuestamente, para no ser dejados de lado en la caprichosa distribución de información privilegiada y sueldos mucho más privilegiados todavía.
Así, el resultado promedio es que las malas noticias aparecen escondidas o no aparecen y las buenas se amplifican o se repiten hasta el cansancio. Cuando se habla del incremento del patrimonio del matrimonio, ellos “esquivan el bulto” y preguntan por el de De Narváez (nosotros preguntaríamos por el de los dos, ya que estamos), o cuando se cuestiona a D’Elía ellos contestan (¿contestan?) cuestionando a De Ángeli (nosotros cuestionaríamos a los dos). Para colmo de males, a ese surtido de seudo periodistas que, por lo menos en el caso de Orlando Barone, están tirando por la borda sus antecedentes, se suma cada día un invitado especial que suele tener como condición indispensable la misma que se exigió en el casting de la conductora y sus adláteres: ser complacientes con el poder.

Está claro que al matrimonio presidencial mucho no le interesa la calidad de las instituciones (el periodismo lo es). Están convencidos de que son formalidades, cáscaras vacías. Desde que desembarcaron en el gobierno hicieron uso y abuso de sus poderes y superpoderes y jugaron siempre “al límite del reglamento” (y un poquito más allá también). Entonces, como les gusta muy poco el debate y nada de nada las opiniones distintas, apelaron a todo tipo de mecanismos para saltar por encima de esas “molestas” normas.
Sabemos que hay mucha gente que está convencida de la necesidad de reformar las normas actuales que rigen a los medios de difusión, pero de ahí a que se lo haga al solo efecto de asegurarle a los amigos del poder un negocio, o, lo que es peor, a una dinastía o familia, al mejor estilo monárquico, un espacio único de difusión, hay una gran distancia.
La experiencia de lo que está pasando con el fútbol debe ser tenida en cuenta, tanto por lo que sabemos, cuánto más por lo que no sabemos. Para los que solemos leer entre líneas, parece muy sugestivo que Grondona, que había pactado hace años con TyC, ahora se de cuenta de los perjudicial que era para los clubes el acuerdo, y se preste a hacer uno similar con una Sociedad del Estado, que, sabemos, en nuestro país quiere decir Sociedad del Partido Gobernante.
No nos cuesta mucho imaginar la publicidad oficial (del oficialismo, deberíamos decir) que inundará las pantallas, tanto liminal como subliminalmente. La genuflexión alcanzará un grado sumo, y los relatores dudarán entre alabar la gestión presidencial o la jugada que están viendo, optando las más de las veces por lo primero, por aquello de “donde se come no se c...”
A pocas horas del inicio de esta experiencia que a nosotros se nos ocurre fatal, mirando ese programa que más arriba criticamos, nos entró un miedo terrible, ya que el desconocimiento que desde la Ciudad de Buenos Aires se tiene de todo lo que pase más allá de la General Paz les hizo alabar hasta el paroxismo la sublime decisión de darle el espectáculo de fútbol en forma gratuita al pueblo (¡cómo si a ellos les interesara el pueblo, y, peor, como si realmente esto fuera gratuito para el pueblo!), pero también dudar respecto a si estas trasmisiones por los canales de aire llegarían al interior del país.
No les preocupó mucho, la verdad. Pero instalaron la duda, por lo menos para los que solemos mirar a través de ella (de la duda). Nosotros somos pesimistas, debemos decirlo, y estamos seguros de que el domingo, cuando nos sentemos a ver el partido de nuestro equipo favorito, nos encontraremos con que, por obra y gracia de los convenios entre esos canales y los cables, nos pasarán una vieja película argentina, “apta para giles”, mientras Grondona y sus cuarenta acompañantes se mueren de risa. ¡Ojalá (quiere decir “Dios quiera”) nos equivoquemos!
Mientras tanto seguimos esperando en los medios nacionales que alguna vez irrumpa un periodismo serio, inteligente y honesto, que asuma que tiene la obligación de investigar, denunciar y criticar todo lo malo que suceda en un gobierno, porque esa es su verdadera naturaleza. Y no que lo haga, como sucede en ese multimedio a que hacíamos referencia más arriba, solo por despecho. Porque, además, en los programas periodísticos hacen una cosa, pero en los de espectáculos, si es que se les puede denominar así, ponen el punto de mira en la obsecuencia. Ejemplo claro de eso es la decadencia de TVR, un programa de televisión que en otros tiempos se destacaba por su humor ácido y hoy es uno más de los edulcorados y complacientes, pese a que se ve por el 13.
Es cierto que a partir de los años noventa (otra vez el menemismo), la concentración de medios de comunicación en pocas manos generó un nuevo factor de poder político que pone funcionarios, saca otros, oculta información y promueve negocios de los dueños o de los amigos de los dueños de los grandes medios. Pero no ganaremos nada si, como prevemos, lo único que cambie sea el propietario.
Si hay libertad de prensa no es sólo porque la Constitución Nacional así lo establece de manera terminante y protege su ejercicio, sino porque hay sectores del periodismo argentino que han sabido persistir en el cumplimiento de su misión, alzando su voz para juzgar según su propio criterio los acontecimientos del país (y de su aldea). Para ello han vencido a diario todo tipo de obstáculos, intimidaciones, discriminación y agravios desencadenados desde el oficialismo, de lo que nosotros, desde este humilde semanario de un pueblo de provincia, podemos dar fe.
Otros, mientras tanto, se van alineando en una constelación aplicada a la adulación del matrimonio gobernante, por vías más sutiles o groseras según les de el cuero, y a atacar a quienes se atreven a contradecir y cuestionar la actuación de aquéllos y de sus colaboradores, y de todos los eslabones de la cadena.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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