viernes, 17 de julio de 2009

El verso
Editorial del 17 de julio de 2009
Seguramente no nos equivocamos si decimos que los argentinos tenemos dos grandes pasiones: el fútbol y la política.
Y que, dentro de esas dos pasiones, hay muy identificados en nuestra idiosincrasia un partido y un equipo, mal que les (nos) pese a muchos.
Pero no solamente eso; está claro que cada uno de nosotros es un DT y un Presidente de la Nación, y que no solemos admitir opiniones en contrario cuando de estos temas se trata.
Es por esa razón que hoy vamos a dedicar la página a considerar juntas estas dos cuestiones, de manera tal de que, si generamos polémica, la cosa venga parejita.
Como para empezar, y más allá de esa emoción que nos junta a todos cuando juega la selección nacional (deberíamos decir, mejor, cuando gana la selección nacional), nosotros nunca vamos a llegar a entender, negocios aparte, cuál es la razón para que con tanta anticipación y con costos tan elevados, se mantenga un cuerpo técnico estable, como han sido varios los casos, y como es ahora específicamente el de "el Diego" y su equipo de colaboradores.
Para no caer en el error común, no vamos a partir de la base de que todo es blanco o negro. Hay miles de grises, y, además, hay cortos, medios y largos plazos. El hecho es que, en este tema de la selección nacional, y más específicamente de las eliminatorias para la Copa del Mundo, generalmente se terminan por requerir soluciones a corto plazo, o sea soluciones eficaces, por sobre las soluciones a mediano y largo plazo, o sea las soluciones eficientes. Y eso hace menos entendible que se estén gastando los miles de millones que ni siquiera nos imaginamos, y estemos dudando si nos vamos a clasificar. ¿No sería más lógico convocar a los once mejores en cada momento y así jugar cada partido? En una de esas logramos la eficacia que alguna vez pudimos conseguir.
Mientras tanto a nosotros nos queda la percepción de que, de la manera en que se está manejando la cosa, no pasamos de otro contenido folclórico del pueblo argentino, el tan conocido "pan para hoy y hambre para mañana".
Cambiando de tema, tal como lo propusimos al principio, esa condición de presidentes de la nación que cada uno de nosotros tiene, se ha acentuado en el tan mentado "día después", que en este caso fue el 29 de junio, apenas a horas de haber votado la renovación de bancas en las cámaras de diputados y de senadores. Vamos a aprovechar acá, haciendo un alto, para volver a decir, quizás por enésima vez, que no es correcto hablar de Parlamento ni de parlamentarios, porque nuestro sistema no contiene esos conceptos. Nos preocupa seriamente que los mismos legisladores, muchas veces, confunden los términos, lo que no habla muy bien que digamos de la formación que adquirieron para desempeñarse en ese lugar. Algo similar pasa cuando letrados (en el concepto de profesionales del derecho) hablan de Carta Magna en lugar de Constitución.
Pero continuemos. Decíamos que, a partir del "día después" se fueron desnudando algunas posturas que se escudaban tras el triunfalismo, aunque muchas de ellas ya se estaban dejando traslucir desde un tiempo atrás, suponiendo, sin razón, como quedó demostrado, que era posible hacer cualquier cosa frente al electorado, sin que los resultados previstos peligraran.
Ya dijimos que uno de los errores que tiene la política en general, pero que se acentúa a niveles locales (cuando hablamos de locales no nos referimos, por supuesto, solo a nuestra localidad, sino a cada una de las que corresponda a quien está leyendo), es el de creer o hacer creer "a la gilada" (Alegre dixit) que lo que mide el éxito de una gestión es la obra pública. Uno de los referentes políticos de por acá lo dijo hasta el cansancio "en la previa", para luego aceptar, a horas del triunfo pírrico, que había otras cosas tan o más importantes.
Pero es bueno aceptar, aunque sea a los efectos del análisis, que eso sea así. O sea que las bondades de un gobierno se miden por las obras tangibles.
Eso nos permite, sin que necesariamente terciemos en el conflicto por el liderazgo del PJ local, y sin que, por supuesto, tomemos partido por uno o por otro, tomar solo dos ejemplos demostrativos de que ese aserto constituye una falacia. Hace dos años, en oportunidad de concretarse el señalamiento vertical (las rayas blancas y amarillas, bah) de la Ruta 39, nos cansamos de denunciar por este medio, primero, que el sistema utilizado por la empresa adjudicataria del contrato era, por lo menos, primitivo. También aseguramos, sin ser expertos en el tema, que las líneas estaban destinadas a desaparecer a pocos días de las elecciones presidenciales, que por aquél año fueron en octubre, sin adelantamientos provocados por el miedo a perder.
Ahí nos equivocamos "fiero", ya que la pintura comenzó a desaparecer mucho antes, incluso en algunos sectores al otro día. Sin embargo nadie, NADIE, se hizo responsable de ese derroche, nadie, NADIE, explicó las causas de las fallas y las medidas tomadas al efecto (¿se tomaron medidas al efecto?), demostrando que en este tema de las obras públicas, baluarte principal de la gestión kirchnerista y su cadena, lo que importa es hacerlas. No importa cómo pero hacerlas. ¡Y cobrarlas!
Fíjese amigo lector que sólo acá, en nuestra zona, tenemos ese caso y el de la Escuela "Barón Hirsch", acerca de cuya construcción a costos desmesurados también alertamos a tiempo, y de cuya absolutamente deficiente construcción también hablamos, aunque acá a destiempo, porque ya estaba hecha (¿o debemos decir deshecha?).
Cómo será entonces la cosa multiplicada por cada región de la provincia y del país en la que uno o varios "punteros", abusando de su "gestión", consiga obras y luego no se responsabilice de los resultados. Es claro que en algunos lugares, en una de esas, el agua de lluvia lava las obras, pero acá ni eso, porque en ciertas y determinadas esquinas las aguas siguen estancadas.
Nosotros no hemos sido los que pusimos en el tapete el tema, pero, ya que estamos, debemos preguntar el por qué de la demora en empezar (¡y luego terminar, eh!) la tan promocionada refacción de la Escuela N° 9. Y, también, por qué no, si el día que finalmente se decidan a hacerla no correrá la misma suerte (¿suerte?) que otras similares de establecimientos más beneficiados en la premura (¿privilegios, dice usted?), otorgadas a empresas ineficaces, ineficientes e irresponsables.
El Estado, al contrario de lo que decíamos sobre la selección, acerca de lo cual puede haber distintas opiniones, necesariamente debe ser antes eficaz que eficiente. Es decir, debe producir con su accionar un impacto positivo en la población a la que se dirige. El Estado no está para ganar dinero, sino para ser eficaz, para distribuir equitativamente, para proteger al más débil, para ser un árbitro justo en las lógicas diferencias que conviven en toda sociedad.
En síntesis, es erróneo y muchas veces "de mala leche" intentar analizar el funcionamiento del Estado desde la lógica de la eficiencia. Este debe ser primero eficaz, luego si es eficiente, mejor. Eso es lo que, como le decíamos una vez al Prof. Roberto González, hace que el estado no sea una empresa. Así, por ejemplo, el legislador debe legislar (eso está muy claro en la división de poderes) y el funcionario debe cumplir "su" función. Y cuando ambos lo hagan bien, deben abstenerse de las alharacas, que para algo los eligieron o los nombraron. Y para algo les pagan. Bastante.
Y después de todo esto, para el caso que corresponda, tal como juraron, que se pongan a disposición para que Dios y la Patria se lo demanden.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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