jueves, 11 de junio de 2009

La caja (de Pandora) - Editorial del 12 de junio de 2009
Completamos el título con la aclaración porque en esta Argentina de hoy hablar de caja supone otra cosa, a la que también, aunque tangencialmente, seguramente habremos de referirnos en esta página de hoy, aún cuando fieles a nuestro estilo nunca sabemos, al empezar, no ya cómo terminaremos sino ni siquiera cómo transcurrirá.
El mito de Pandora es muy conocido, así que no abundaremos en mayores detalles. Solo vamos a recordar que Zeus, para vengarse de Prometeo, que había robado el fuego de los dioses (¡la historia se repite, siempre, siempre!) le manda como cuñada a la bellísima Pandora (pan=todos, dora=dones), envío que incluía la célebre caja, que una vez abierta, esparciría sobre el mundo todos los males imaginables. Solo quedó en el fondo de la caja la Esperanza, que desde entonces nos aguarda a los hombres al término de todas las penurias.
Solemos intercambiar con amigos (inclusive con nuestros alumnos, con quienes cultivamos una forma de amistad, también) algunas impresiones respecto a lo que nos está pasando, en una especie de análisis sociológico que nos merecemos para dejar de mentirnos a nosotros mismos respecto a qué es lo que nos pasa.
En primer lugar es usual que hablemos de la Argentina como si fuera una peste que sufre un tercero, y de la que hay que librarse rápidamente. Nuca reconocemos, y acá volvemos a recomendar la poesía-canción de Alberto Cortez titulada "Los Demás", que somos nosotros los que estamos contagiando ese mal al ponernos siempre en "la vereda de enfrente".
Seguimos extrapolando hacia el futuro tanto el pasado como nuestro dramático presente, a los efectos de trazar nuestros pronósticos sobre la Argentina, sin darnos cuenta de que estamos cayendo en una forma de esclavitud mental, una forma extrema de obediencia a la desdicha, una forma de sobreadaptación a la realidad, de delegación de nuestro destino, en fin, de una profunda modalidad masoquista de gozo con nuestro propio fracaso.
El país, de esa manera, es comprendido como un meteorito que ha caído sobre nuestras cabezas, y no como algo que todavía está por crearse, y que se debe ir creando día a día. Y de esta interpretación fatalista de la Argentina se desprende la "satisfacción" de sentir que tenemos una responsabilidad amortiguada sobre nuestro propio destino.
A todos nos pasa (si no a todos sí a muchos, y si no con respecto a todos sí con respecto a muchos), que nos ubicamos frente al televisor y nos desvivimos por criticar desaforadamente, incluso utilizando palabras que no vamos a reproducir aquí, a los que están gobernando, a los que se proponen para gobernar, a los que ya gobernaron, etc. Pero eso sí, nunca se nos ocurriría movernos de esa silla que no nos compromete demasiado, para intentar hacer nosotros las cosas, a ver cómo nos salen.
Todo forma parte de ese concepto a que hacíamos referencia más arriba, y que tiene que ver con que no terminemos nunca de conseguir una verdadera democracia, y no pasemos de alternar (¡con suerte!) entre distintas versiones de una muy frágil partidocracia.
Hay quienes por estos días intentan hacernos adivinar nuestra próxima desgracia si no optamos por la continuidad del "modelo". Son los mismos que hace menos de dos años no vendieron el buzón de una cadena a la que, al poco tiempo, se le oxidaron los eslabones y no resistió ni siquiera su propio peso.
Todo ese discurso hipócrita no tiene otra finalidad que la de demorar la llegada del momento en que advirtamos que tenemos la libertad de cambiar enteramente nuestra suerte. Es claro que, para eso, deberíamos previamente cambiar nuestra propia postura contemplativa (la imagen del hombre sentado frente al televisor no es la única, ya que hay muchas otras formas de asistir impávido a lo que está pasando, sin atinar a reaccionar más allá de las puteadas) de nuestra propia autodestrucción, con su consiguiente e ¿inconsciente? placer, para dedicarnos a crear nuestro propio destino, ¡con su consiguiente sacrificio, el que parece que muchos no están dispuestos a brindar!
Por lo pronto muy pocos se animan a discutir (y menos a aceptar) que esta crisis de la que no terminamos de salir (será crisis mientras sigamos teniendo corrupción, ineptitud, trivialidad, coima, clientelismo, improvisación, ignorancia, facilismo, descaro, despilfarro, gasto estéril, mentira, etc.) es el resultado final de más de medio siglo de decadencia, de la que son muy responsables (aunque se hagan los "sotas") los mismos que hoy nos quieren hacer creer que todo se debe a factores coyunturales mucho más cercanos en el tiempo, tanto internos como externos, que se van a solucionar con una dosis abundante de "candidaturas testimoniales".
Hoy se habla mucho en el mundo del "desarrollo sostenible", que en "criollo" no significa otra cosa que atender las necesidades de las generaciones del presente sin comprometer a las de las generaciones futuras. Y para eso se debe empezar, entre otras cosas, por comprender determinados valores tales como el respeto por la diversidad y la divergencia de opiniones. Atacar al que piensa distinto sin discutir si lo que dice es razonable es propio de mentes perversas.
Nosotros estamos convencidos de que esta especie de gran debate televisivo al que se ha sometido la democracia (y esto incluye también al "Gran Cuñado") solo contribuye a que los ciudadanos puedan sentarse en una vasta platea virtual desde la cual asisten al ir y venir de los argumentos. Nadie se da cuenta, así, de que estamos "chapitas" (como dicen los chicos). Nadie para la pelota, todos corren o amagan que corren, y tiene la suerte de que el zapping les permita ser espectadores, con la misma impasividad, tanto de la realidad que debería comprometerlos como del partido de fútbol del ascenso, del último y más estúpido reality show o de cualquier programa de Utilísima.
Somos, o nos creemos que somos, los personajes de una novela cuyo autor enloqueció y perdió el rumbo de la historia, y que no sabe qué hacer con nosotros. Dios no es argentino (pese a que nosotros creemos que sí), y por eso va a resolver con alivio el final de la trama. No va a dejar, precisamente porque es Dios, que un novelista loco cierre la última página con el Apocalipsis. Un poco esto tiene que ver con lo que decíamos la pasada semana respecto a que "ni el tiro del final le va a salir".
Al cumplirse el centenario de la Revolución de Mayo, Joaquín V. González escribió su obra El juicio del siglo, en la que detectó que durante aquél largo período de nuestra historia una constante desgracia nos había azotado. Él la llamo "la ley del odio", anidada en el seno de nuestra sociedad y alimentada por luchas sucesivas que habían causado inmensos estragos en el alma nacional.
Cuando estamos a poco menos de un año de celebrar el segundo centenario del nacimiento de la patria, cabe preguntarse si estamos dando pasos efectivos para revertir esa tendencia tanática. Hay gravísimo indicios de que esa "ley del odio" sigue operando, subyacente, en una Argentina llena de desencuentros y frustraciones.
En el fondo de nuestra caja de Pandora debe haber todavía un poquito de esperanza. No puede ser, siguiendo con los tangos, que "nos toque a nosotros emprender la retirada". Quizás ahí se encuentre la desgracia mayor que se ha abatido sobre nuestro país: habernos quedado sin esperanzas, vale decir, sin destino común ni futuro.
Futuro que no vendrá, seguramente, de la mano de las lamentaciones ni de las incriminaciones mutuas, como parecen creer algunos iluminados, sino tan solo por poner manos a la obra de inmediato, por un futuro mejor.
Según el mito, Epimeteo, el esposo de Pandora, fue convertido finalmente en mono, y todos sus descendientes fueron idiotas e irreflexivos.
Dice la copla popular:
Quien espera desespera,
Quien desespera no alcanza.
Por eso es bueno esperar,
Y no perder la esperanza.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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