Dictar o no dictar – Editorial
del 16 de septiembre de 2016
Muchas veces
hemos dedicado esta página a temas relacionados con la educación, casi siempre
como resultado de la preocupación que nos genera el retraso en algunos aspectos
que, a la larga, resultan preocupante para el colectivo, pero mucho más aun
para cada uno de los alumnos, si es que logramos que piensen es su futuro.
Si bien no
soy docente “de carrera” el hecho de tener 26 años ininterrumpidos de servicio
me da un cierto derecho a opinar con conocimiento de causa. El hecho es que,
como lo digo siempre, jamás dudé de la eficacia de "educar a la
antigua", entendiendo por esto que, dentro del aula, yo era la que
decidía. Y en ese ínterin vi como la decadencia del lenguaje, de la matemática
y de las ciencias sociales destruían las instituciones y a los alumnos. Por eso
espero que en nuestro país se den cuenta a tiempo, porque ya tenemos más de una
generación que carece de comprensión lectora, su ortografía es patética y lee
de manera titubeante, todo ello en pos de "el progresismo pedagógico",
que para colmo le copiamos hace treinta años a España, casi inmediatamente de
que allí fracasara.
El
disparador de hoy, o sea la motivación para tratar el tema, surge de la noticia
de que desde este año es obligatorio un dictado al día en las escuelas
primarias de Francia. Para esto debemos saber que el dictado era una tradición
en Francia, casi un hobby nacional, al punto que uno de los programas
televisivos de mayor audiencia en los años 80-90 consistía en competencias
ortográficas a través de dictados. Pero todo eso fue progresivamente dejado de
lado en los últimos 30 años (coincidentes con lo que hablábamos más arriba), en
nombre de teorías pedagógicas que consideran que la corrección ortográfica es
un vejamen a la persona, un freno a la creatividad o incluso un atentado contra
la libre expresión. Que el silabeo, la memorización y la lectura en voz alta
eran antigüedades que debían ser dejadas de lado, no sólo por tediosas y
desmovilizadoras, sino también en nombre del dogma que sostiene que el alumno
tiene mucho más que enseñarle al maestro, que a la inversa.
Adhiero
calurosamente al hecho de que se implemente una reversión de los criterios
sustentados para la reforma llevada a cabo en los últimos años del pasado
siglo. Esa reforma (una mala copia, ya lo dije) atomizó el conocimiento,
confundiéndolo con un creciente cúmulo de información que los alumnos no
llegaban a procesar. Resultados a la vista: un fracaso rotundo. Y lo puedo
decir con esos más de veinticinco años de profesión.
Como docente
secundario he tenido la triste experiencia de encontrarme con alumnos en un segundo
año del secundario que no se encontraban alfabetizados. Muchos de ellos no
tienen conciencia de lo que escriben, cometen faltas ortográficas ordinarias y
sencillas, no pueden leer en voz alta (se niegan a hacerlo), no logran
interpretar párrafos y muchas veces tampoco simples oraciones. No saben
respetar consignas porque evitan leerlas, ya que si no se animan a leer en voz
alta es porque tampoco pueden leer “para adentro”. Y estas falencias traen
otras, como la que un alumno no pueda concentrarse más de diez minutos, por lo
que las explicaciones deben ser cortas y sencillas. No retienen, se niegan al
desafío de resolver problemas aunque les interesen, y el hábito del aprendizaje
se termina en el mismo instante que el timbre. Entre otras cosas.
Sé, aunque
no he pasado por ello, que todos los elementos valiosos de la pedagogía y la
didáctica en la práctica docente hasta no hace mucho tiempo incluían la lectura
en voz alta y expresiva, la comprensión del texto, el dictado, la evaluación de
ortografía y sintaxis, la redacción, la exposición oral frente al resto de la
clase y tantas otras cosas que el populismo se llevó, Ahora es igualar para abajo,
no sea cosa de que los que no aprenden se sientan discriminados y acudan al
INADI porque los “bocharon” en Geografía o Naturales.
Pero no solo
el dictado es necesario. También deberían aprender a redactar algún hecho
cotidiano, hacer una “composición” (hasta esto parece de la Edad Media) para el
Día de la Tierra, o el Día del Árbol, etc. A ver si en nuestro país los
pedagogos se ponen a hacer las cosas con seriedad. Ya hemos perdido mucho
tiempo. De los alumnos que ingresan a la Universidad, la mayoría no entiende lo
que lee, una ortografía espantosa, y para hablar, más de uno balbucea.
A la corta o
a la larga estas teorías "revolucionarias" implantadas por los
pedagogos progresistas se estrellan contra el fracaso y el retroceso en la
educación. Padres, maestros y autoridades deberían saber dónde están las claves
de nuestro desastroso sistema educativo, medido por los resultados de las
evaluaciones internacionales y la pobreza de vocabulario, de capacidad de
expresión y la casi nula capacidad de comprensión de texto. De esto depende el futuro
del país. ¡Y ojo con las malas interpretaciones! Estoy hablando del fracaso de
un sistema, sin desconocer el éxito parcial que algunos docentes obtienen con
sus alumnos en base a un esfuerzo sobrehumano, casi nunca reconocido.
Pensemos en
las generaciones pasadas que se educaron en un mundo donde no había tanta
teoría pedagógica del aprendizaje. Muchos de esa generación estudiaron (estudiamos)
y terminaron (terminamos) una carrera universitaria. Pero incluso los que no terminaban
la escuela o terminaron en grados más elementales por alguna razón de la vida
(mis padres, entre ellos), aprendieron a escribir, leer, aritmética, y hasta
incluso a hablar algún otro idioma. Hoy en día los estudiantes desaprenden y
llegan a grados superiores en donde apenas si pueden sumar, leer o escribir.
Hay que volver a lo que funcionaba, pues vamos en retroceso educativo en vez de
mejorarlo. Siempre consultan a los políticos y psicólogos, pero nunca al docente
que está frente a alumnos y que es “la cuchara que mueve lo que está dentro de
la olla”, y por ello conoce como nadie la problemática de sus estudiantes y su
entorno social. No todas estas teorías funcionan igual para los estudiantes de
otras regiones y lugares en el mundo. No todos somos iguales ni respondemos de
la misma manera, ni tenemos las mismas problemáticas y situaciones. Creo que se
debe de dejar de estar copiando lo que funciona en un lugar y aplicándolo en
otro lugar diferente. En cada país la gente tiene su propia cultura, sus
problemáticas e ideas y ve la vida de manera diferente.
Nuestra
generación pasó por muchas dificultades, pero nuestros padres se sentaban desde
que fuimos pequeños hasta que salimos de la escuela a estudiar o ayudarnos a
resolver alguna problemática de algo que no entendíamos. Nos inculcaron todo el
tiempo el hábito del estudio y por eso los que hicimos eso, aprendimos. Esto se
perdió, y no solo porque los padres no quieren hacerse responsables del estudio
de sus propios hijos y pretenden que el maestro sea el responsable del que el
hijo aprenda, sino porque muchas veces las urgencias cotidianas se lo impiden.
Pero hay que volver a lo básico. No todo lo que se hacía antes estaba erróneo.
La educación
se ha convertido en un negocio y siempre culpan al pobre maestro de que no sabe
enseñar.
Estoy muy de
acuerdo con la idea y el propósito de lo que se está por implementar en
Francia, pero tampoco endiosemos la educación antigua. Creo que la memoria, el
dictado, la ortografía, redacción, cálculo mental, etc., son muy relevantes
para mejorar la calidad de los aprendizajes, pero también lo son el afecto, el
trato fraternal con los alumnos, la calidez de las escuelas...
Y, ¡por
favor!... saquemos al niñito y a la niñita de la “compu”, del celular, del
jueguito tonto del teléfono, de la TV... Dejen que los niños se aburran y
comiencen de nuevo a inventar. Hasta hace poco en las carteleras de las
escuelas se instaba a los chicos a leer los cuentos que ellos mismos escribían.
Eso ya casi no se hace más, pese a que hoy lo esencial debería ser el dominio
de la lengua.
Resumiendo,
el dictado permite evaluar la ortografía, la fijación y dominio de nuevas
reglas; constituye un entrenamiento ideal para conocer la función de la coma,
el punto, el punto y coma; mejora la atención, ya que hay que seguir el hilo de
la lectura para poder escribir todo; ayuda a la comprensión de texto, ya que no
se puede escribir correctamente lo que no se entiende; insta a escribir a un
ritmo cada vez más rápido; entrena al futuro estudiante secundario y
universitario en la toma de apuntes…y enseña a pensar.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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