domingo, 18 de septiembre de 2016

Dictar o no dictar

Dictar o no dictar – Editorial del 16 de septiembre de 2016
Muchas veces hemos dedicado esta página a temas relacionados con la educación, casi siempre como resultado de la preocupación que nos genera el retraso en algunos aspectos que, a la larga, resultan preocupante para el colectivo, pero mucho más aun para cada uno de los alumnos, si es que logramos que piensen es su futuro.
Si bien no soy docente “de carrera” el hecho de tener 26 años ininterrumpidos de servicio me da un cierto derecho a opinar con conocimiento de causa. El hecho es que, como lo digo siempre, jamás dudé de la eficacia de "educar a la antigua", entendiendo por esto que, dentro del aula, yo era la que decidía. Y en ese ínterin vi como la decadencia del lenguaje, de la matemática y de las ciencias sociales destruían las instituciones y a los alumnos. Por eso espero que en nuestro país se den cuenta a tiempo, porque ya tenemos más de una generación que carece de comprensión lectora, su ortografía es patética y lee de manera titubeante, todo ello en pos de "el progresismo pedagógico", que para colmo le copiamos hace treinta años a España, casi inmediatamente de que allí fracasara.
El disparador de hoy, o sea la motivación para tratar el tema, surge de la noticia de que desde este año es obligatorio un dictado al día en las escuelas primarias de Francia. Para esto debemos saber que el dictado era una tradición en Francia, casi un hobby nacional, al punto que uno de los programas televisivos de mayor audiencia en los años 80-90 consistía en competencias ortográficas a través de dictados. Pero todo eso fue progresivamente dejado de lado en los últimos 30 años (coincidentes con lo que hablábamos más arriba), en nombre de teorías pedagógicas que consideran que la corrección ortográfica es un vejamen a la persona, un freno a la creatividad o incluso un atentado contra la libre expresión. Que el silabeo, la memorización y la lectura en voz alta eran antigüedades que debían ser dejadas de lado, no sólo por tediosas y desmovilizadoras, sino también en nombre del dogma que sostiene que el alumno tiene mucho más que enseñarle al maestro, que a la inversa.
Adhiero calurosamente al hecho de que se implemente una reversión de los criterios sustentados para la reforma llevada a cabo en los últimos años del pasado siglo. Esa reforma (una mala copia, ya lo dije) atomizó el conocimiento, confundiéndolo con un creciente cúmulo de información que los alumnos no llegaban a procesar. Resultados a la vista: un fracaso rotundo. Y lo puedo decir con esos más de veinticinco años de profesión.
Como docente secundario he tenido la triste experiencia de encontrarme con alumnos en un segundo año del secundario que no se encontraban alfabetizados. Muchos de ellos no tienen conciencia de lo que escriben, cometen faltas ortográficas ordinarias y sencillas, no pueden leer en voz alta (se niegan a hacerlo), no logran interpretar párrafos y muchas veces tampoco simples oraciones. No saben respetar consignas porque evitan leerlas, ya que si no se animan a leer en voz alta es porque tampoco pueden leer “para adentro”. Y estas falencias traen otras, como la que un alumno no pueda concentrarse más de diez minutos, por lo que las explicaciones deben ser cortas y sencillas. No retienen, se niegan al desafío de resolver problemas aunque les interesen, y el hábito del aprendizaje se termina en el mismo instante que el timbre. Entre otras cosas.
Sé, aunque no he pasado por ello, que todos los elementos valiosos de la pedagogía y la didáctica en la práctica docente hasta no hace mucho tiempo incluían la lectura en voz alta y expresiva, la comprensión del texto, el dictado, la evaluación de ortografía y sintaxis, la redacción, la exposición oral frente al resto de la clase y tantas otras cosas que el populismo se llevó, Ahora es igualar para abajo, no sea cosa de que los que no aprenden se sientan discriminados y acudan al INADI porque los “bocharon” en Geografía o Naturales.
Pero no solo el dictado es necesario. También deberían aprender a redactar algún hecho cotidiano, hacer una “composición” (hasta esto parece de la Edad Media) para el Día de la Tierra, o el Día del Árbol, etc. A ver si en nuestro país los pedagogos se ponen a hacer las cosas con seriedad. Ya hemos perdido mucho tiempo. De los alumnos que ingresan a la Universidad, la mayoría no entiende lo que lee, una ortografía espantosa, y para hablar, más de uno balbucea.
A la corta o a la larga estas teorías "revolucionarias" implantadas por los pedagogos progresistas se estrellan contra el fracaso y el retroceso en la educación. Padres, maestros y autoridades deberían saber dónde están las claves de nuestro desastroso sistema educativo, medido por los resultados de las evaluaciones internacionales y la pobreza de vocabulario, de capacidad de expresión y la casi nula capacidad de comprensión de texto. De esto depende el futuro del país. ¡Y ojo con las malas interpretaciones! Estoy hablando del fracaso de un sistema, sin desconocer el éxito parcial que algunos docentes obtienen con sus alumnos en base a un esfuerzo sobrehumano, casi nunca reconocido.
Pensemos en las generaciones pasadas que se educaron en un mundo donde no había tanta teoría pedagógica del aprendizaje. Muchos de esa generación estudiaron (estudiamos) y terminaron (terminamos) una carrera universitaria. Pero incluso los que no terminaban la escuela o terminaron en grados más elementales por alguna razón de la vida (mis padres, entre ellos), aprendieron a escribir, leer, aritmética, y hasta incluso a hablar algún otro idioma. Hoy en día los estudiantes desaprenden y llegan a grados superiores en donde apenas si pueden sumar, leer o escribir. Hay que volver a lo que funcionaba, pues vamos en retroceso educativo en vez de mejorarlo. Siempre consultan a los políticos y psicólogos, pero nunca al docente que está frente a alumnos y que es “la cuchara que mueve lo que está dentro de la olla”, y por ello conoce como nadie la problemática de sus estudiantes y su entorno social. No todas estas teorías funcionan igual para los estudiantes de otras regiones y lugares en el mundo. No todos somos iguales ni respondemos de la misma manera, ni tenemos las mismas problemáticas y situaciones. Creo que se debe de dejar de estar copiando lo que funciona en un lugar y aplicándolo en otro lugar diferente. En cada país la gente tiene su propia cultura, sus problemáticas e ideas y ve la vida de manera diferente.
Nuestra generación pasó por muchas dificultades, pero nuestros padres se sentaban desde que fuimos pequeños hasta que salimos de la escuela a estudiar o ayudarnos a resolver alguna problemática de algo que no entendíamos. Nos inculcaron todo el tiempo el hábito del estudio y por eso los que hicimos eso, aprendimos. Esto se perdió, y no solo porque los padres no quieren hacerse responsables del estudio de sus propios hijos y pretenden que el maestro sea el responsable del que el hijo aprenda, sino porque muchas veces las urgencias cotidianas se lo impiden. Pero hay que volver a lo básico. No todo lo que se hacía antes estaba erróneo.
La educación se ha convertido en un negocio y siempre culpan al pobre maestro de que no sabe enseñar.
Estoy muy de acuerdo con la idea y el propósito de lo que se está por implementar en Francia, pero tampoco endiosemos la educación antigua. Creo que la memoria, el dictado, la ortografía, redacción, cálculo mental, etc., son muy relevantes para mejorar la calidad de los aprendizajes, pero también lo son el afecto, el trato fraternal con los alumnos, la calidez de las escuelas...
Y, ¡por favor!... saquemos al niñito y a la niñita de la “compu”, del celular, del jueguito tonto del teléfono, de la TV... Dejen que los niños se aburran y comiencen de nuevo a inventar. Hasta hace poco en las carteleras de las escuelas se instaba a los chicos a leer los cuentos que ellos mismos escribían. Eso ya casi no se hace más, pese a que hoy lo esencial debería ser el dominio de la lengua.
Resumiendo, el dictado permite evaluar la ortografía, la fijación y dominio de nuevas reglas; constituye un entrenamiento ideal para conocer la función de la coma, el punto, el punto y coma; mejora la atención, ya que hay que seguir el hilo de la lectura para poder escribir todo; ayuda a la comprensión de texto, ya que no se puede escribir correctamente lo que no se entiende; insta a escribir a un ritmo cada vez más rápido; entrena al futuro estudiante secundario y universitario en la toma de apuntes…y enseña a pensar.
                                                Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso


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