Plato Lleno - Editorial del 28
de noviembre de 2014
El martes al
mediodía los alumnos de la escuela N° 55 María Teresa de Calcuta, de Tigre,
esperaban un guiso o arroz con pollo. Pero almorzaron rolls de trucha, pinchos
de salmón, empanadas árabes y sándwiches de pastrón, acompañado por hongos y
zucchini asados. No estaban en ningún restaurante cinco estrellas. Se habían
sentado en el mismo comedor escolar donde todos los días reciben, tal vez, el
plato más abundante de la jornada.
El cambio
tuvo que ver con una donación de Plato Lleno, el proyecto de un grupo de
voluntarios que rescata la comida excedente en fiestas para cedérsela a
personas en situación vulnerable.
Con el lema
"La comida no se tira", el movimiento ya entregó 5000 platos llenos
-de al menos, 500 gramos- para el almuerzo, la merienda o la cena en hogares de
niños en tránsito, refugios de víctimas de la trata, comedores escolares y
barriales, y escuelas. Se trata de, como mínimo, 2500 kilos de alimentos que
habrían terminado en la basura si no hubiera existido el nexo entre los
voluntarios y los donantes.
Yo elegí
este tema, no solamente para analizarlo puramente, sino para después compararlo
con otras realidades de esta Argentina que está viviendo su “década ganada”.
Debo decir,
en principio, que me parece destacable lo que hacen estos chicos, igual que
cualquier persona que ayude, en cualquier ámbito. Pero creo que seremos un país
más avanzado cuando aplaudamos porque un comedor se cerró, y no porque abrió.
Lo urgente nunca nos debe hacer olvidar lo importante, que en este caso es que
es que una familia coma junta, se cuente su día, sea autosuficiente, etc.
Hace diez
años (otra vez la década ganada), en 2004, se dictó en nuestro país la ley
llamada DONAL, vetada luego en 2005 porque en su artículo 9 eximía a los
donantes de la responsabilidad sobre los alimentos una vez entregados a los
beneficiarios bajo las condiciones exigidas por el Código Alimentario Argentino,
y luego nadie se ocupó de reflotarla. Tenía el mismo fin de lo que se
instrumentó sin ley, o sea el rescate de los alimentos que hoy van a parar a la
basura, en este caso provenientes de los
supermercados, para alimentar a quienes pasan hambre en este país. Diez años en
que hay muertes cuyo origen es la desnutrición, especialmente infantil. Los
grandes establecimientos que expenden comida no se han opuesto, sólo que
quieren tener garantizado que no tendrán responsabilidad una vez entregada la
mercadería, por posibles juicios que pueden ser mal intencionados. No hace
falta una gran estructura sino una correcta reglamentación. Resulta indignante
la falta de preocupación por los pobres. Muchos políticos pretenden desconocer
la situación de miles o millones de argentinos que sufren la miseria por
razones meramente partidarias. Ese sistema funciona en muchos países con menos
problemas que el nuestro, y que se sepa, no tuvieron ningún inconveniente.
Tirar la comida que otros pueden aprovechar, suena hasta criminal.
Entre tantas
estupideces que se votan en el Congreso, podrían pensar en legislar el tema de
responsabilidad de donantes de alimentos y así cuántos más podrían donar; supermercados,
por ejemplo, que sacan la comida vencida en camiones y las tiran a la basura
que después la misma gente revuelve. Pero claro, votar eso sería admitir que
hay necesidad.
Pero por
supuesto que la cosa no se soluciona sólo con donar comida. Estoy de acuerdo en
una parte, pero además, o fundamentalmente, hay que educar, dar trabajo. ¿Qué
tal si desde los gobiernos provinciales se formaran comunidades para gente sin
recursos donde los padres cultivaran, criaran distintos tipos de animales,
pudieran colocar los productos en mercados? Seguramente los hijos, que son el
futuro de nuestro país, y que se forman más por lo que ven que por lo que
escuchan, serían los hombres del mañana que no estarían esperando que les
donaran nada. Todo pasa por educación. ¿Tanto les cuesta a los gobernantes de
turno entender esto? ¿O tal vez (y lo
que es peor) no les interesa gente que piense?
Si
planteamos esta cuestión solo como voluntarismo corremos el riesgo de que
parezca como el personaje de Peter Capusotto que propone falsificar monedas así
puede dar más a los pobres que lo “manguean” por la calle.
Después de
11 años de "éxitos", Argentina, el granero del mundo, el extenso país
lleno de recursos casi deshabilitado, debe juntar las sobras para que millones
de habitantes puedan “morfar”.
Además de
eso, hay 10 o más millones de
subvencionados y “planeros” que no laburan, varios millones de empleados
estatales y algunos millones de jubilados que no aportaron.
Mientras
tanto…
Nadie nos
contestó la razón por la cual en la provincia gobernada por un precandidato
presidencial que promete un “milagro entrerriano” (milagro que uno supone se
manifestará si realmente Urrubarri consigue ser Presidente de la Nación), la
Ruta 6, troncal en nuestros pagos, está en el deplorable estado que describimos
la semana pasada. Y eso que las palabras no alcanzan para contar ese horror.
Hay que ver para creer.
Pero es
claro, después nos pusimos a pensar, ayudados por la conversación con un amigo,
cosa que siempre enriquece (espiritualmente), que la obra pública de la que se
jacta este gobierno está conformada, mayormente, por barrios de viviendas. Ese
tipo de emprendimientos tiene una serie de ventajas que los políticos ya
advirtieron. En principio, al darle una vivienda a gente que no la tiene,
cumple con el sueño prioritario de la casa propia. Eso genera votos inmediatos,
tanto de agradecimiento como de temor reverencial. Y los graves defectos
estructurales que tiene la mayoría de esos barrios, sumado el hecho de que son
casas “adosadas”, lo que potencia los problemas con los vecinos, son
generalmente minimizados por los beneficiarios, que se ocupan de arreglarlos
pensando, con razón, que lo que reparan es su propia casa, cuando lo que
deberían advertir es que están pagando a precio de mercado algo que tiene
graves “vicios redhibitorios”, que son aquellos, según el Código Civil (sin
pretender dar una clase de Derecho) “defectos ocultos de la cosa, cuyo dominio,
uso o goce se transmitió por título oneroso, existentes al tiempo de la
adquisición, que la hagan impropia para su destino, si de tal modo disminuyen
el uso de ella que al haberlos conocido el adquirente, no la habría adquirido,
o habría dado menos por ella”.
La otra obra
pública, aunque no en la ruta que citamos más arriba, es la de “reparación” de
caminos, si se nos permite el eufemismo. No vamos a dejar de reconocer la
importancia que tiene para nuestra zona la pavimentación de la Ruta 20, en el
tramo Basavilbaso - Villaguay, pero ahora estamos viendo que se hizo a
cualquier costo y sin importar el resultado. Están apareciendo pozos que solo
se emparchan (con suerte), cuando uno supone que una inversión de esa
envergadura se debería corresponder con un resultado que perdurara por años y
años. Desde acá nos animamos a asegurar que en no más de dos años estará
intransitable, por lo menos en los términos en que ese concepto implica en el
Siglo XXI. Por supuesto que si la comparamos con lo que teníamos es un “milagro
entrerriano”, pero acá hubo alguien que se llevó la diferencia.
Y ya que
estamos, nos parece que uno de los problemas de la Argentina, y eso se ha
notado por estos días en temas de trascendencia nacional, es la falta de
controles. Llamativamente la función de inspección de obra pública ha pasado a
ser una de las más codiciadas. Y eso que, en vez de cumplir con su función
diciendo “haz esto” o “haz aquello”, se limitan a hacer de escribanos de lo que
ya está ¿construido?
Nos animamos
a decir esto porque tenemos las pruebas de que las cosas no se hicieron bien.
No puede ser que pavimentos recién hechos estén rotos, y que debajo de los
techos de construcciones nuevas, licitadas a precios generalmente mayores que
las fijadas en los pliegos, llueva más que a la intemperie.
Indudablemente
alguien nos está tomando el pelo. Una parte del pueblo debe comer por caridad
las sobras mientras otros se enriquecen a costa de ese mismo pueblo. Acá sí hay
que mirarle los dientes al caballo regalado. Si no, pronto nos daremos cuenta
de que estamos en Troya.
Dr. Mario
Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso