El
hambre no miente -
Editorial del 15 de agosto de 2014
El gobierno nacional se ha
caracterizado, por lo menos después de la denominada "guerra del
campo", por atacar al cartero, o sea desvirtuar las noticias que les son
adversas denigrando al que las propala. De allí la famosa y difundida frase "Clarín
miente", con la que contestan cualquier acusación que surja de una
investigación periodística de ese multimedio. Pero no se quedan en eso, sino
que, las más de las veces, suponen que no hace falta contestar o discutir si
eso es verdad o mentira, ya que ponen como escudo protector la supuesta
convicción que ya existe en la sociedad respecto a que todo lo malo que se
pueda decir del kirchnerismo y de su administración, es en realidad fruto de la
maldad de Héctor Magnetto, CEO del citado grupo empresarial.
De esa manera, creo yo, evaden
fácilmente la obligación que tiene el Estado de informar, ya que esperan a que
la noticia salga, la niegan, y cierran el tema. Así ha pasado, por ejemplo, con
el "caso Boudou", y con varias de las investigaciones periodísticas
que se han lanzado a través del programa Periodismo Para Todos, que conduce
Jorge Lanata.
Como sé que hay lectores muy
susceptibles, y a raíz de eso he comprobado que algunos se quedan en los
primeros párrafos sin terminar de leer y por lo tanto sin terminar de entender
por completo la idea que yo pretendo desarrollar, voy a aclarar acá, por las
dudas, que no soy un adicto a Clarín (desde que empecé a leer los diarios,
apenas saliendo de la infancia, leí primero La Prensa y luego, hasta hoy, La
Nación), ni tampoco soy un defensor a ultranza de Lanata, pese a que anda por
ahí una foto mía con él. Pero en los dos casos, pierde importancia esa cuestión
anecdótica frente a la verdad revelada e incontrastable. En los '90 se hizo
famoso un programa de TV que apelaba a la importancia que iban adquiriendo los
videos, y mostraba las contradicciones en que caían los funcionarios. "Las
patas de la mentira", se llamaba, y dio pie al crecimiento de lo que ahora
se denomina "periodismo de investigación", que si está bien hecho,
más allá de la intencionalidad, y no se puede demostrar que falsea los datos o
que miente, solo puede ser contestado con un cambio de actitud, o por lo menos
con una explicación digna, lo que generalmente no sucede.
Todos sabemos del hambre que existe
en el estómago de miles de niños argentinos.
Imágenes, cifras, cada esquina de una gran ciudad, cada basurero, ojos
tristes y miradas hambrientas que reclaman nuestra compasión.
No podemos cerrar los ojos ni
taparnos los oídos, ni tampoco alcanza con buscar una moneda o dar lo que nos
sobra de la comida. Estamos tan acostumbrados a ver este sufrimiento, que a
veces nos inmunizamos para que no nos conmueva tanto. O estamos pasmados ante
tan inmenso dolor que no sabemos qué más podemos hacer.
Nuestra prioridad deben ser los
chicos. No los helicópteros ni la figuración. Los chicos son los jóvenes del
mañana, que a su vez tendrán hijos. Y esos hijos no deberían heredar hambre,
como heredaron sus padres.
Desde Crónica nos hacemos eco de
lo que mostró el programa de Lanata y no sólo queremos dar cuenta de la
realidad, sino también mover a la acción superadora de tantos males que afectan
a la sociedad argentina.
Compadecerse significa entrar en
solidaridad y empatía con nuestros semejantes. Como dice el pensador Henry
Nowen: "No podemos sufrir con el pobre mientras nos mostramos renuentes en
enfrentar a quienes causan la pobreza, ya sean personas o sistemas".
La infancia es considerada como
una etapa trascendental en el proceso evolutivo del hombre, caracterizada por
dos fenómenos: crecimiento y desarrollo. Para que estos fenómenos se produzcan
con total normalidad, es fundamental una adecuada nutrición.
La nutrición, a su vez, está
sometida a factores condicionantes: algunos fijos, como el potencial genético
del individuo, y otros dinámicos, como los factores sociales, económicos y
culturales, que pueden actuar en forma favorable o desfavorable. Cuando se
quiebra el conjunto armónico de factores y se ve alterada la nutrición, se
interrumpe el crecimiento y desarrollo, y aparece entonces la desnutrición
infantil. Esa desnutrición nace, en la mayoría de las ocasiones, como
consecuencia de una pobreza extrema sustentada en el alcoholismo, la falta de
legalización de la familia, el analfabetismo, la ausencia de inserción laboral
por falta de capacitación, el saneamiento ambiental escaso y la promiscuidad.
Estos, entre innumerables condicionantes, hacen que un chico no logre un normal
crecimiento y desarrollo, ya que esa pobreza extrema anula la capacidad mínima
para satisfacer sus necesidades básicas.
Se puede considerar, entonces, a
la desnutrición como el resultado final del subdesarrollo, en donde el niño
sufre el mayor impacto por depender de terceros para su cuidado y crecimiento.
Y acá viene, entonces, la
cuestión. En el programa de Lanata del pasado domingo se mostró la realidad que
presentan los comedores escolares, que nacieron para paliar esas carencias, en
todas las provincias argentinas, en las que, en promedio cada uno de ellos
recibe, por chico, ¡seis pesos! por día, eso para darle de comer lo único que
llevarán a sus estómagos en 24 horas, ya que por las razones que explicitamos
genéricamente más arriba, en su casa es casi imposible que haya algo.
Y para llegar a esos seis pesos
de promedio, lógicamente, sin ser demasiado inteligente para darse cuenta, es
obvio que hay provincias que lo superan, como Buenos Aires, y otras que están
por debajo, y hasta muy por debajo, como nuestra Entre Ríos tan ubérrima y con
tantos "sueños", en los que siempre estuvieron "primero los
gurises", pero para los que este gobierno destina, mientras dilapida
fondos en campañas políticas utópicas, solamente tres pesos con sesenta
centavos por día, para, supuestamente, alimentarlos. ¡Cosa de locos!
En el citado programa, por
suerte para nosotros, que hubiésemos pasado una vergüenza terrible por culpa
ajena, se mostraron los comedores escolares de Misiones y Chaco, sobre todo. Y
allí se vio lo que se les da de comer a nuestros chicos, mientras los
funcionarios que deberían velar por ellos se dan una vida de reyes, privándolos
de todo, cuando ellos no se privan de nada. Y para eso sí que no necesitamos
mirar muy lejos.
Desayunan mate cocido, almuerzan
papa (cuando almuerzan), meriendan pan, y nunca ven ni una fruta ni una
verdura. Toman agua contaminada y se van a su casa llorando. En pleno Siglo XXI
de una Argentina que se jacta de estar viviendo en la "década
ganada".
A mí se me caían las lágrimas
cuando veía el programa, y eso que nunca tuve la desgracia de irme a dormir con
hambre. Pero siendo un hombre del Derecho, si tuviera la posibilidad de
legislar, propondría la máxima pena privativa de libertad para quiénes teniendo
la posibilidad de destinar los fondos necesarios para que eso no ocurra, los
derivan a gastos innecesarios, suntuarios e inmorales. Debería ser un delito de
lesa humanidad, justo para quienes han sido los defensores acérrimos de este
tipo de calificación respecto a los que atentaron contra los Derechos Humanos.
En Sociología hay algo que se
llama "efecto Calcuta", y se refiere a la expansión de la pobreza
extrema que sufre esa ciudad de la India a escala planetaria, con diferencias
socioeconómicas extremas, una justicia sometida a los arreglos del poder
político y unas mafias cada vez más duras y omnipotentes actuando sin que nadie
les ponga límites. Por el momento, para la mayoría de la gente, solo parece
posible esperar que las reglas democráticas terminen un día por aplicarse.
Porque hasta ahora son cautivas
de la insolencia y de la soberbia.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
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