jueves, 29 de mayo de 2014

Mazl Tov (Buena suerte)

Mazl Tov (Buena suerte) - Editorial del 30 de mayo de 2014 Estoy persuadido de que a esta altura de los acontecimientos mundiales nadie osará poner en duda que la figura del Papa Francisco, al que nosotros, los argentinos, seguimos llamando Jorge Bergoglio, con o sin el agregado de Monseñor según los casos, se ha constituido en la personalidad más destacada del siglo, casi contando el mismo como cien años, y no solo como los catorce que llevamos. Y lo digo porque desde el lugar en el que está, normalmente dedicado a los aspectos específicamente atinentes al funcionamiento de lo que hace a la religión católica, el Papa Francisco ha excedido largamente esos límites, constituyéndose quizás en la figura que el mundo estaba esperando en el aspecto puramente terrenal, como prenda de paz, emisor de discursos éticos, e, incluso, maestro de maestros. Sus prédicas son hoy escuchadas sin distinción de credos, y él mismo habla consciente de ello y sabiendo que sus oyentes e interlocutores lo ven como algo más que la autoridad máxima de una religión, lo cual también tiene que ver con el título que ostenta, ya que Pontífice viene de “puente”, y eso es lo que está haciendo, precisamente: hacer de puente. No habrá pasado desapercibido para nadie que el hecho más relevante de estos días fue su visita a Tierra Santa, las expresiones vertidas en cada uno de los lugares que visitó, y, más precisamente, la propuesta que le hizo a los líderes de los dos principales oponentes de la región, Israel y los palestinos, para que lo visiten en el Vaticano con el propósito de acercar las posiciones hasta ahora irreductibles, y hacer una especie de “Camp David”, que fue el puntapié inicial para el tratado de paz entre Israel y Egipto, firmado por el presidente egipcio Anwar el-Sadat y el primer ministro israelí Menajem Begin el 17 de septiembre de 1978, tras doce días de negociaciones secretas con la mediación del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, y mediante el cual se solucionaron los conflictos territoriales entre ambos países, con efectos duraderos hasta la fecha. Pero hay que decir, para no pecar de ilusos, que la más inmediata consecuencia de ese acuerdo fue el rechazo frontal del mundo árabe al mismo, incluidos los palestinos, y la ruptura de relaciones diplomáticas de varios Estados árabes con Egipto. Incluso el asesinato de Sadat en 1981 tuvo sus raíces en esa fractura, lo que debe ser tenido en cuenta. En este caso no es un tema menor el hecho de que los convocados a la reunión en "su casa" en el Vaticano sean los presidentes de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abas, y de Israel, Simón Peres, y que el propósito sea, en principio el de “unirse en una oración por la paz”. Y es llamativo, además, que siendo el de Israel un sistema de gobierno parlamentarista en el que el Presidente es poco menos que una figura decorativa, haya sido Peres el invitado y no el Primer Ministro Benjamín Netanyahu. Aunque para los que conocemos un poco de la política de la región, es obvio que la figura de Peres, considerado una “paloma” (un pacifista) es más apta para este tipo de encuentros que la de Netanyahu, que es un “halcón” (en principio más inflexible). De todos modos, y después de esta necesaria introducción, y como los editoriales de Crónica tienen como característica exponer nuestra postura aun cuando no coincida con la opinión generalizada que están queriendo imponer los medios de prensa internacionales, creo que demasiado intencionadamente, vamos a decir lo que pensamos. En mi opinión, la “pata floja” de este acuerdo, que muchos ocultan o se niegan a reconocer o a aceptar, está dada en la supuesta igualdad de derechos que se adjudica a israelíes (o judíos, mejor dicho), y a palestinos, sobre la misma tierra, y que avalaría la propuesta de la creación de otro estado para que en la región, sobre el mismo espacio, haya dos, uno llamado Israel y otro denominado Palestina. Sintomáticamente deberíamos ser todos los argentinos quienes nos opusiéramos en principio a esta propuesta, dado los fundamentos que nos llevan a sostener nuestros derechos sobre las Islas Malvinas. Y voy a decir esto a muy pocos días del 10 de junio, que hasta la rendición en 1982 era reconocido como el “Día de la afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico”. Desde su independencia de España, el gobierno argentino, en su condición de heredero de los territorios australes y los espacios marítimos circundantes que habían pertenecido a la Metrópoli, ejerció sus derechos de manera permanente, procediendo al dictado de las normas y el establecimiento de las estructuras jurídicas y administrativas que consolidaran el ejercicio de su soberanía, fomentando el desarrollo de actividades comerciales, el establecimiento de población y una oficina administrativa local. La culminación de este proceso fue el dictado del Decreto estableciendo la Comandancia Cívica Militar de Malvinas, en la fecha que se recordaba (y se debería seguir recordando), a cuyo frente fue designado Luis Vernet. El 3 de enero de 1833 las autoridades y los pobladores argentinos de las Islas fueron expulsados por el Reino Unido mediante el uso de la fuerza, procediendo, a partir de entonces, las ilegítimas autoridades británicas a ejercer un férreo control migratorio con la finalidad de configurar una población a la medida de sus pretensiones coloniales. La República Argentina nunca consintió tal despojo territorial. Incluso muchas veces se ha propuesto como solución la doble nacionalidad de los “kelpers” o la autodeterminación de los mismos, y los argentinos no lo hemos aceptado porque argumentamos, con razón, que nuestros derechos, heredados de España y por ende de los pueblos originarios, son anteriores a los de los ingleses. El mismo razonamiento, entonces, es válido para que Israel no pueda aceptar la creación de un estado palestino en su mismo territorio. Y es, además, preocupante que el que lo proponga, más allá de las buenas intenciones y el propósito de lograr la paz, sea el Papa, que como ya dijimos más arriba, es la máxima autoridad del catolicismo. Natzeret ciudad situada en el Distrito Norte de Israel, en las estribaciones meridionales de los montes de la Baja Galilea, a 10 km al norte del monte Tabor y a 23 km al oeste del mar de Galilea, ciudad en la que vivían José y María y en la que vivió Jesús durante toda su vida podríamos decir “extra mesiánica”, pertenecía ya en ese momento a la tierra de Judea, o sea la tierra de los judíos. Belén, la aldea en la que nació Jesús, pertenecía a la tribu de Judá y es también la cuna del rey David, que daría una gran fuerza política al naciente reino de Israel y bajo el cual el reino adquiriría un gran esplendor. Ello llevaría a que nueve siglos después (David es del siglo X antes de Cristo) la ciudad fuera asociada a ese otro gran personaje argumentado como su descendiente: Jesús de Nazaret (según el Evangelio de Lucas 2, 4-15; y Evangelio de Mateo 2, 1), lugar donde los profetas habían anunciado que nacería el Mesías (Miqueas 5, 1 y siguientes). Precisamente el nacimiento de Jesús en este lugar se debió a que José de Nazaret, esposo de María, era descendiente de David, y como el país se hallaba bajo dominación romana, sus habitantes debían acudir a su localidad de origen para empadronarse, de cara a que la potencia ocupante elaborase el censo fiscal. El Evangelio de Lucas lo refleja así: “También José, por ser de la estirpe y familia de David, subió desde Galilea, desde la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, para inscribirse con María, su esposa, que estaba encinta”. Los palestinos, en cambio, descienden de los filisteos (Plishtim en hebreo), aunque el uso moderno del término Palestina a menudo se refiere a un estado palestino futuro, incorporando tanto la Franja de Gaza y Cisjordania (que fueron sus lugares de asentamiento arrebatados a Judea, también) y oponiéndose a la existencia de un Estado judío en la región, considerando a todas las tierras al oeste del río Jordán, o sea "desde el río hasta el mar", lo que significa la negación de la existencia de Israel o su derecho de existir en el futuro. Es necesario, entonces, que el Papa sea consciente de estos datos históricos y de estos deseos que ahora parecen ocultarse. De todas maneras, el poder de la oración siempre sorprende, y en ello tenemos Fe. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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