jueves, 18 de octubre de 2012

7D

7D - Editorial del 19 de octubre de 2012 El título de hoy alude a la fecha (7 de diciembre) en que entra en vigencia, por un fallo de la Corte Suprema, el artículo 161 de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que fija un máximo de licencias por grupo empresario. El Grupo Clarín es el único que no ha aceptado adecuarse a lo que fija la LSCA. El nuevo titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), Martín Sabattella, volvió a enfatizar que el 7 de diciembre es la "fecha límite" para que los grupos desinviertan de acuerdo a lo estipulado por la Ley de Medios, al tiempo que se ocupó, sugestivamente, de “aclarar” que “no venimos a expropiar ni a estatizar licencias, sólo venimos a hacer cumplir la ley. Sólo queremos que Argentina tenga todas las voces". En el caso del grupo Clarín, en un país que reconoce como sistema de gobierno el de la división de poderes, queda claro que el 7D no es por el momento la fecha límite para que "desinvierta", porque todavía está sin resolver la cuestión de fondo en el juicio que ese grupo inició contra la constitucionalidad de la Ley de Medios. De por sí resultaría peligroso que Sabbatella, al que algunos sindican como el “delfín” de Cristina para el caso de que no prospere la re reelección (lugar que deberá disputar, según piensan algunos entrerrianos, con nuestro Gobernador Urribarri) piense en erigirse en juez y parte al mismo tiempo y disponga de antemano respecto a las medidas que debe tomar la Justicia. Entonces, en una República como la nuestra, lo primero que hay que esperar es que la Justicia Independiente (esto debería ser una verdad de Perogrullo), declare si los artículos impugnados 161 y 45 son constitucionales o no. Y el Poder Ejecutivo debería preocuparse por hacer cumplir las leyes, y de entre ellas la Ley Fundamental, que es la Constitución Nacional. Después de que se determine eso, entonces sí Sabattella, el Afsca y Cristina harán lo que deban hacer y no lo que quieran hacer. Alguna vez escribimos que la libertad de expresión es algo así como un termómetro que nos permite medir la temperatura democrática de un sistema político, siempre y cuando la opinión pública independiente sea tomada en cuenta para corregir las distorsiones sociales en que pueda incurrir el poder. Del mismo modo debemos diferenciar una democracia real de una democracia retórica. Para establecer esa diferencia la prensa desempeña un papel fundamental pues en la medida en que crece la tendencia autocrática de un sistema, nada molesta más que el periodismo independiente, pues él será quién sepa, a tiempo, en qué medida el ciudadano se ha convertido en súbdito. Cuando el poder tiende a convertirse en omnímodo, comienza por eliminar los organismos de control del estado, y si esa tendencia se acrecienta, el poder elige como blanco obsesivo a ese periodismo independiente, hasta el extremo de acusarlo de “deteriorar su imagen”. Entonces aparece la pregunta: ¿la imagen es independiente de la realidad? Cuando estamos frente al espejo y nos vemos gordos (o flacos) ¿la culpa es del espejo o de nosotros mismos? El periodismo independiente no debe eludir ni la mostración ni el análisis, que nunca pueden ser complacientes, cuando se trata, precisamente, de ofrecer una imagen cuyo objetivo es conocer la realidad. Conocimiento indispensable para su corrección, pues de lo contrario la imagen sería “imaginaria” (si se nos permite la licencia) y no por ello el deterioro dejaría de ser real. Cuando se coarta la libertad de expresión, la sociedad pierde un vocero confiable: llegado a ese punto las cosas que suceden resultan desconocidas y la encubierta realidad permite lograr las “limpias” imágenes que el poder autoritario reclama. Todo atentado contra el periodismo independiente y contra los periodistas es un atentado contra la democracia. Y creo ya innecesario recordar que la democracia no surge automáticamente del resultado de las urnas. Es necesario todo un proceso cultural para que los votantes y los votados se inserten en un sistema que con síntesis insuperada definió Abraham Lincoln: “Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Si no fuera así Adolf Hitler debería ser considerado un gobernante democrático. Todo esto suponiendo que estamos hablando de periodismo responsable, ya que en estos tiempos de crisis, en los que los partidos y los gobiernos no suelen hacerse cargo de cuestiones cruciales, papel que queda para las organizaciones no gubernamentales, los medios de comunicación se convierten en subrogantes del interés y la sensibilidad de la gente. Entonces quizás a esta altura debería decir que no soy tan incauto como para no reconocer la insaciable apetencia de poder que tiene el Grupo Clarín, y que lo ha llevado a ser cómplice necesario de gobiernos dictatoriales, pero también de muchos democráticos. No hay que ser demasiado memorioso para recordar que antes del “conflicto con el campo” el mejor panegirista de Néstor era el diario fundado por Noble. Es indudable que los intereses comerciales han infectado el concepto de objetividad y el virus del sensacionalismo afecta hasta a los que pasaban por sobrios y medidos. Es sabido que el escándalo es, hoy en día, lo que más llama la atención, aun de aquellos que dicen aborrecerlo. No por casualidad Regis Debray, filósofo mentor de las ideologías de los años setenta, sostiene que “el poder mediático da lecciones de moral a todo el mundo, pero no soporta las críticas”. Y es justamente por eso que viendo el ejemplo que propone el gobierno de Cristina como modelo opuesto al que brinda la “corpo”, uno no puede menos que pensar que, si así están planteadas las cosas, lo único que lograremos será salir de Guatemala para meternos en Guatepeor. Porque la verdad es que Clarín no es el único grupo que monopoliza los medios. Hay otros, y unos cuantos han comprado los K formando su propio monopolio. ¿O es que cuando lo manejan los K no es monopolio? En la actualidad para un lector imparcial es tan asqueroso y repugnante a la democracia leer Clarín o ver TN como insoportablemente obsecuente y mentirosos son los engendros como “6,7,8” (que nació siendo un engendro) o “Duro de Domar” (que en eso se ha convertido. ¡No en duro de domar, sino en un engendro!) Y peor todavía es ver “Fútbol para todos” y tener que soportar la visión parcial que brindan los relatores chupamedias y las publicidades previas, posteriores y de los entretiempos, que quienes no somos partidarios del kirchnerismo no compartimos y que sin embargo estamos obligados a solventar con nuestros impuestos. De todas maneras no debemos olvidar que ante el desorden de una clase escolar no podemos recriminarle a los alumnos. Es evidente que la responsabilidad principal recae en el maestro. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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