jueves, 7 de junio de 2012

La otra cara

La otra cara – Editorial del 8 de junio de 2012 Los avances en la comunicación personal registrados en este siglo XXI comprimen, en apenas doce años, la equivalencia de lo que va desde que se inventaron el telégrafo y el teléfono. No hay que ser demasiado viejo para recordar de la infancia la televisión en blanco y negro, con la antena giratoria que permitía mirar solamente cinco minutos de cada hora, porque el resto del tiempo se “iba la onda” detrás de la humedad, el viento, la lluvia, la baja presión…y la mala suerte. Aquellos que como yo se fueron del pueblo en los años ’70 sabrán de qué hablo si cuento las horas de demora pasadas en aquellos embriones de locutorio, que por pertenecer a una empresa estatal no tenían más detalles de confort que un banco de madera, en el cuál esperábamos sentados (nunca mejor utilizada la frase) “apenas” 8 ó 10 horas hasta que podíamos hablar a casa. Y eso una vez cada quince días, porque más que eso no hacía falta. El resto del contacto lo hacíamos por carta, que quizás sea el único aspecto de las comunicaciones que no ha cambiado en tantos años. Pertenezco a una generación que se comunicó primariamente con teléfonos a manivela, y para los que el Discado Directo llegó a mediana juventud. Generación para la cual la TV llegó como una especie de certificado de defunción para la radio, y que sin embargo no fue tal, ni mucho menos. Y seguramente de eso deberíamos aprender. Toda esta introducción tiene que ver con lo que entiendo se ha convertido en una peligrosa manera de monopolizar las comunicaciones actuales, a través de lo que se ha dado en llamar, como si eso fuera un descubrimiento flamante, “redes sociales”. Así, pareciera ser que los que no tenemos Facebook somos seres de otro planeta, a quienes se nos excluye de las cuestiones más importantes del momento. Esta última afirmación, por supuesto, no es mía ni la comparto, porque por propia decisión asumo que al no estar en el “face” he decidido que lo que los demás no comparten conmigo por otra vía, no merece la pena ni la preocupación. No creo estar dramatizando la cuestión, sino parafraseando a aquél que dijo alguna vez que no hay que dar por el pito más de lo que el pito vale. No me parece que sea bueno para nadie convertir un artilugio tecnológico, que es una mera herramienta, en un fin en sí mismo. No lo han sido, a lo largo de la historia, ninguno de los inventos, más allá de que la pólvora, por ejemplo, haya sido la generadora de un constante estado de guerra. Por supuesto que yo escribo esto desde un lugar que entiendo autorizado. Mi inclusión en la informática fue bastante temprana, ya que tanto mi profesión de abogado como esta de periodista me exigieron el uso de computadoras cuando eran apenas un poco más que una máquina de escribir, y del Internet cuando había que pasar horas en la querida Biblioteca Luz Obrera (todo un ícono de los cyber, comandado por Hermes y por Diego) esperando la conexión que iba y venía, para poder completar las páginas de Crónica o leer lo que me habían escrito mis hermanas. Y, por otro lado, los más de veinte años en la docencia secundaria y los casi diez en la Universidad Autónoma de Entre Ríos me han enseñado, con una demostración palmaria, que debemos hacer esfuerzos para conseguir que los adolescentes y los jóvenes lean, comprendan textos, profundicen su vocabulario, se interesen por los temas que importan, intelectualicen las informaciones, aprendan a pensar y a decidir, diferencien lo trascendente de lo meramente circunstancial, etc., y este apego a las “redes sociales” (para mí, reitero, un mero subterfugio), tan propagado y auspiciado, no lleva a ninguno de estos fines. De eso estoy seguro. Ya sé que aquéllos que lean estas líneas (que acostumbran a ser polémicas desde que comenzaron a escribirse, allá por el año 1997, por lo que no le tengo miedo al discenso) y sean habituales usuarios de Facebook y Twitter (o Linkedin, o Badoo, no importa), estarán dispuestos a rebatir este argumento con su propia experiencia. Y no tengo por qué dudar de que sea asi, ya que conozco mucha gente que las sabe usar con moderación y hasta un límite. Tal como lo hacen también muchos que toman sin ser alcohólicos, que consumen marihuana sin ser drogadictos, o que juegan sin ser ludópatas. Pero precisamente, y por eso traje a colación estos últimos tres ejemplos comparativos, no es para los moderados para quienes se escriben los sermones. Es para los que no saben medirse. A esta altura muchos lectores consecuentes, que saben que el tema de cada editorial tiene una razón de ser, y que suelo recurrir a “disparadores” para elegir el de cada semana, se estarán preguntando qué es lo que me llevó a decantarme hoy por este. Bueno. Satisfaré la curiosidad de ellos, entonces, explicando el por qué. Desde hace ya algunos meses, un grupo de basavilbasenses ha tenido la muy buena idea de generar un “reencuentro” que nos congregue a los que nos quedamos (o hemos retornado), y a aquellos que se fueron y no volvieron. Sin dudas que uno imagina eso como una experiencia apasionante, que algunos ya hemos vivido, aunque de manera parcial, con los aniversarios de la escuela o del colegio, por ejemplo. Si bien uno tiene nuevas pasiones, aquellas de la infancia y de la juventud no se han olvidado, por lo que compartir un día con quienes hemos compartido años, no es en absoluto una mala propuesta. El problema está en que se ha optado por convocar, congregar, difundir, promocionar, inducir, incitar, hablar y escuchar, sólo a través de Facebook, dejando afuera a muchos que sabemos que existe pero no la usamos, y a muchísimos que ni siquiera saben qué es. No voy a pretender que nos comuniquemos pasándonos papelitos o “cédulas”, (¿se acuerdan?), ni que echemos al buzón nuestras cartas. Como ya dije más arriba, las herramientas están para ser usadas. Pero, precisamente, sin abjurar de los avances tecnológicos, existen todavía las opciones de una página digital (la hicimos para los cien años de “la 9” y para los cincuenta del Colegio Nacional), mucho más abarcativa y de más fácil acceso, el correo electrónico (que creo es también un requisito en “el face”, por lo que quién puede lo más puede lo menos), el chat, los mensajes, etc. La verdad es que, como dice Víctor Heredia en Sobreviviendo, para usar una metáfora, “no quiero ver un día manifestando, por la paz en el mundo a los animales”. Alguna vez, cuando se trataba el tema de Termas, expresé mi temor acerca de que quienes no estábamos incluidos en el proyecto fuéramos mostrados luego, al pasar los turistas, como los bichos raros que, sentados en la vereda de nuestras casas, nos negábamos a compartir la experiencia. Y así, de igual manera, no quiero que llegue el ¿6 de octubre? y los que no tenemos “perfil” quedemos, no por nuestra culpa, con “la ñata contra el vidrio”. Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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