jueves, 3 de diciembre de 2009

El desafío - Editorial del 4 de diciembre de 2009
Cuando se acerca fin de año llega una hora crucial para los adolescentes y para sus padres. Nos referimos, sobre todo, a aquellos adolescentes que terminan el colegio (nos quedamos con la vieja denominación), porque en ellos, y para sus padres, se suma a la problemática normal de cada día la que viene reservada para este tiempo "bisagra".
Nosotros hemos practicado y hemos predicado una forma de actuar frente a ésto, sobre todo desde la cátedra en la que desde hace ya casi veinte años acompañamos este último camino de una etapa y primero de lo que podríamos denominar "la vida en serio".
En medio de esta situación de crisis que para los chicos supone asumir que crecieron, que muchas de las cosas que se les perdonaban ya no se les perdonarán, que muchas de las cosas que se les permitían ya no se les van a permitir, y que muchas cosas que se ocultaban van a salir a la luz, nosotros creemos que esta toma de conciencia es importante, porque se están jugando con ella todos los años de su vida, por aquello de que si mezclamos tierra con agua, inexorablemente va a salir barro.
Es muy frecuente, cuando uno se hace el hábito de intercambiar opiniones con los adolescentes, el escuchar la afirmación de que se trata de los peores momentos de su vida y que harían cualquier cosa por no atravesar por los mismos. Pero también se escucha en esa especie de confesión que les cuesta comunicárselo a los padres.
Es por eso que, como estamos viendo, cada vez se posterga más el tiempo del despegue, y se buscan (y se encuentran) justificativos para justificar lo injustificable. Solemos sugerir que una posible solución es sacarse el problema de encima lo antes posible; definir casi inmediatamente a la finalización del secundario los pasos a seguir y hacerlo. Sin dudas, con la menor cantidad de dudas posibles, o con todas las dudas. No importa. Sólo se equivoca aquél que intenta hacer algo. Los otros sólo están para criticar.
La demora en tomar decisiones termina por volver más amenazante la situación, y es así que (esto está comprobado) empiezan las somatizaciones que los convierten en "víctimas" de su propia experiencia, impulsando a quienes los rodean a protegerlos (¡o a pensar equivocadamente que de esa forma los protegen!), y se quedan en la misma casa que los vio nacer, en la misma cama en la que durmieron toda la vida, solo por no animarse a correr el riesgo.
Los padres debemos, entre otras cosas, ser conscientes de que el adolescente está pasando por un momento de conmoción, tanto desde el punto de vista biológico como en su estructura psíquica.
Una de las cuestiones que debemos abordar sin que de parte nuestra (de los padres) quede ninguna señal de dubitación, tiene que ver con el hecho de trasmitirles la convicción de que cada vez es más necesario progresar en el nivel educativo. En una charla que teníamos días pasados escuchábamos a un colega decir que ya hasta para ser reponedor de un supermercado (¡esta mención no está dicha en tono peyorativo, por favor!) se requiere título secundario. La competencia laboral es tan despiadada que ya no quedan casos de sobreocupación (entiéndase por esto a todo trabajo que exija más capacidad de la que se adquirió) y sí aumentan los de subocupación (o sea aquellas tareas que son de inferior nivel que la preparación que uno trae). Ejemplo de esto último lo constituían en alguna época no muy lejana (aunque fuera ya mitológico el tema) la cantidad de arquitectos o de abogados que se ganaban la vida en Buenos Aires manejando un taxi.
Entonces, cada vez más, los chicos deben entender y aceptar que el título secundario es solo un paso en su formación. No les alcanza con eso y tienen que buscar profundizar y mejorar su acreditación académica. La etapa que les toca vivir es la ideal para atreverse a cruzar esa barrera. Hay que animarlos a que se vayan, aunque los extrañemos. Además, porque uno siempre debe alentar la esperanza de que luego vuelvan, más capacitados y habiendo aprendido a "jugar en otra cancha". Por supuesto que se extraña, por supuesto que cuesta, pero también hay que admitir que muchas cuestiones se tergiversan o se manipulan de acuerdo a las ganas que uno tenga de tomar la decisión y también de aceptarla.
No comprendemos las dudas y vacilaciones de muchos padres a la hora de ejercer sus funciones de tales. Y menos cuando están fundadas en el temor de invadir los derechos de los hijos, porque eso denota que no se dan cuenta que se están planteando una seria restricción a la autoridad parental. Nosotros como mayores no podemos, ni debemos, darnos el lujo de dejarlos abandonados a su suerte.
Al respecto se nos ocurre el término "acompañarlos" en el sentido de ayudarlos a organizarse, ordenarse, establecer rutinas útiles, y sostenerlos en los momentos de desgano y falta de fuerzas.
Estamos convencidos de que de esa manera nuestros hijos entienden que pueden confiar en nosotros como para solicitarnos ayuda porque no se encuentran solos en esta situación, y que, paralelamente, acudir en busca de ayuda a las personas que son de su afecto los va a hacer sentir más tranquilos.
Por supuesto que, como sugerimos más arriba, se van a encontrar con dificultades, pero también de ellas podemos extraer sus aspectos positivos, para convencernos juntos, nosotros y nuestros hijos, de que así es la realidad que nos toca vivir, con inconvenientes, con tropiezos, con aciertos y con fracasos.
Seremos ilusos si no comprendemos que no está sólo en nosotros la solución de estos problemas. Estamos inmersos en un entorno que le aconseja a los adolescentes otro tipo de vida, seguramente porque pretende tenerlos cautivos de sus intereses económicos, políticos o sectoriales. Eso lleva a que, muchas veces, haya padres que piensen que su círculo se ha salvado del problema y que sólo afecta a los demás. Más allá de conmovidas apelaciones a la importancia de la educación, la sociedad no está dispuesta a hacer los sacrificios personales y de conjunto necesarios para afirmar en los hechos esta importancia.
Con la antigua (y ahora degradada) "complicidad" de padres y docentes, nuestros hijos deben saber que educarse es un trabajo difícil que realiza cada persona sobre sí misma, ayudada por otros.
Es muy probable que la mayoría de los lectores padres de adolescentes no tenga el problema que aquí describimos.
O que no sepa que lo tiene.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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