viernes, 11 de diciembre de 2009

El Estado es él - Editorial del 11 de diciembre de 2009

El Estado es él
A la hora del balance periodístico del presente año, uno no debería dudar acerca de que el tema más importante, por sí solo y por sus implicancias, termina siendo el de la embestida de Néstor Kirchner contra los medios.
Seguramente habrá quienes propondrán, por el contrario, la derrota del oficialismo como noticia para ocupar dicho lugar, pero estamos convencidos de que ésta es solo una cuestión rutinaria, propia de un sistema democrático, que no debe asombrar a nadie. Es más, nos parece que solo adquiere real importancia si la consideramos como la directa causa fuente para el berrinche del monarca (monarquía=gobierno de uno), expresada primero con el tan emblemático "¿Clarín, estás nervioso?", y luego con la presión para que se votara la ley.
Conste que no vamos a entrar a acá a discutir la cuestión acerca de si en la Argentina existe un monopolio en la comunicación. No es necesario hacerlo de tan evidente que resulta. Además ya hemos profundizado el análisis en tiempos más cercanos al tratamiento legislativo. Lo que sí queremos dejar en claro es que estamos advirtiendo, aún cuando ya algo atenuada en los adláteres, una despreocupación respecto a la motivación que se ha tenido al dejar al descubierto el tema.
Para hablar claro, a nadie que haya tenido uso de razón (técnicamente) en los años setenta se le puede escapar el recuerdo de cómo se apeló, con vileza extrema, a nuestro acentuado fanatismo futbolístico y a nuestra propensión a confundir camiseta con bandera, para tapar frente a propios y a extraños la verdad acerca de la represión brutal que, sistémicamente, se estaba llevando adelante. Se ganó el Mundial 78 al precio que fue necesario pagar, y todos salimos a la calle a festejar, sin preguntarnos siquiera a quiénes les estábamos siendo funcionales. Es más, hasta en los autos de más de un "pintado" lucía aquella calcomanía puesta a todo lo ancho de la luneta trasera y que declaraba, indubitablemente, que "los argentinos somos derechos y humanos".
Es claro que también es de honestos recordar que el que osaba sugerir un pensamiento discordante, renegando, por ejemplo, y aunque fuera momentáneamente, de la irracionalidad, era tildado automáticamente de anti argentino, segregado de cualquier foro, por más intelectual que fuera el mismo (el foro) y condenado inicuamente al ostracismo.
Algo similar ocurrió, pocos años después, con la aventura alcohólicamente suicida de Galtieri. Casi nadie se detuvo a advertir que el único propósito que tuvieron los militares para intentar "recuperar" las islas era el de meter la basura debajo de la alfombra y detener el vertiginoso avance de la democracia. Otra vez fuimos a cantar loas al régimen, sin importarnos para nada la reiterada funcionalidad.
Debe haber a lo largo de la Historia Argentina reciente muchos otros casos de esa pérdida de la brújula, para hablar metafóricamente. No nos olvidemos que ese invento chino marca siempre el norte, salvo que uno le acerque un imán artificial y la engañe maliciosamente. ¡Oh casualidad!
Pero como no tenemos el tiempo ni el lugar para hacer una búsqueda exhaustiva de tales ejemplos, vamos a dedicarnos al último de ellos, que, como ya dijimos, es para nosotros el tema del año.
Muchos amigos y conocidos se sumaron a la ola, a nuestro entender llevados más por el rechazo a la ley vigente que por la convicción de que la nueva era la adecuada. Algo así como la frase de Borges, que dejaremos trunca porque en su obra está referida a su relación patológica con Buenos Aires: "No nos une el amor sino el espanto…"
Pero esa adhesión resultó finalmente incondicional, no ya por decisión de cada una de estas personas, sino porque los términos del contrato que se firmaba con Kirchner al avalar el procedimiento, tenían una similitud notable con aquellos contratos de adhesión en los que nunca leemos la "letra chica", y esa es la que finalmente termina perjudicándonos.
Discutimos mucho, y ahora queremos dejar esos argumentos por escrito, defendiendo nuestra postura respecto a que Néstor Kirchner avanza, es cierto, pero que lo hace sobre cuestiones tan sensibles como la libertad de expresión y otros derechos y garantías constitucionales. No es cierto que lo anime la ardorosa defensa de la República ni de la Constitución Nacional. Esos banales propósitos nunca frecuentaron sus decisiones de gobernante. Es solo que, para su suerte (circunstancial) se encontró con una sociedad desmoralizada, anestesiada y también resignada.
Es evidente que una enorme mayoría social no quiere a los Kirchner, pero hasta esos sectores suponen que ya todo es inevitable en una Argentina cooptada por líderes caprichosos y mandones exitosos.
La libertad de expresión es el derecho de la gente común a conocer las cosas que el poder esconde. Y para citar un caso demostrativo de que eso es ahora dudoso en la Argentina, tomamos nota de algunas cosas ocurridas durante la sesión de la jura de los nuevos diputados y la elección de las autoridades de la Cámara. Estábamos siguiendo ese jueves 3 de diciembre, a las 23,30 para ser más exactos y para tomar una referencia comprobable, el debate. Lo hacíamos como siempre, cambiando de canal a cada instante, para poder efectuar una síntesis de las opiniones de los analistas de cada uno de ellos, y de ahí inferir las motivaciones ideológicas que guían los distintos comentarios. Pero hete aquí que cuando le conceden la palabra al recién asumido Felipe Solá, "peronista disidente", el Canal 7 lo sacó del aire y puso la reiteración del discurso del presidente del bloque oficialista, Agustín Rossi.
Si ese es el manejo de la "verdad" que nos ofrece el modelo, nos parece que saldremos de Guatemala para meternos en "Guatepeor". Por supuesto que la cosa no queda ahí. Si uno ve diariamente, aunque sea un ratito, y conteniendo las arcadas, el canal oficial, no puede menos que horrorizarse imaginándose un escenario en el cual el único medio esté en manos del estado.
Y para aquellos que supongan que habrá libertad para adquirir las concesiones en el futuro, no nos parece que vaya a pasar algo distinto de lo que pasa ahora. Nada más que los medios, en vez de ser de los que alguna vez fueron amigos, lo serán de los nuevos.
Recordemos que cuando el titular del Comfer, Gabriel Mariotto, se defendió asegurando que el artículo 25 de la iniciativa establecía que los poseedores de licencia tenían que tener como objeto único la radiodifusión, y a una pregunta de Gerardo Morales acerca de si podían participar como socios en una unidad de negocios los contratistas del Estado, admitió: "No, esa prohibición que usted marcó no está".
Por lo tanto uno puede colegir que Cristóbal López, empresario del juego y amigo de Kirchner, formará parte del nuevo negocio, tal como forma parte de todo lo que desde el gobierno sea negocio, permitiéndole al ahora devaluado matrimonio presentar ante la opinión pública una verdad tan mentirosa como se les ocurra.
Si uno tiene memoria, y volviendo a aquello de los que alguna vez fueron amigos, Kirchner prorrogó hace algunos años las licencias de los canales de TV por aire y confesó que había sido "a pedido de las empresas".
Uno tiene todo el derecho a pensar que, si se hizo una vez, se puede volver a hacer.
Palabras borradas por los hechos. Esa es la contradicción que no supieron (¿no quisieron?) ver ni siquiera los que coinciden auténticamente con la nueva ley. ¿Democratizar los medios de comunicación? ¿Quién lo va hacer? ¿Un gobierno que ha intervenido los teléfonos y los e-mails de los periodistas, y que ha castigado, difamado y censurado cuando pudo al periodismo independiente?
La peor consecuencia de estas sucesivas regresiones ocurre cuando todos, sociedad y dirigentes, se terminan acostumbrando a un mundo sin libertad.

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