Año Nuevo de todos – Editorial
del 7 de octubre de 2016
La
celebración del Año Nuevo Judío, además de haberme inspirado sentimentalmente
el editorial de la pasada semana, me obligó después a reflexionar un poco más
profundamente sobre la realidad, más que sobre la idealidad.
Hace 5777
años, en el preciso día en el que luego el pueblo judío celebraría Rosh Hashaná
(literalmente “cabeza de año), Dios creó a Adam Harishón (en hebreo “el primero
hecho de la Tierra”) y su mujer Javá (Eva, que a su vez quiere decir Madre/dadora
de toda vida). Este primer día del mes de Tishrei es, entonces, el cumpleaños
5777 del Ser Humano.
"Y
formó el Eterno (Elohim) al humano, con polvo de la tierra. Y sopló (vaipak) en
sus narices aliento de vida, y el humano llegó a ser un ser viviente."
(Bereshit / Génesis 2:7).
Toda esta
explicación, que por supuesto tiene un alto ingrediente religioso, hace que
desde un tiempo a esta parte (diría desde bastante tiempo a esta parte) yo haya
optado por contestar “igualmente”, cuando me saludan para estas fiestas. Y si
veo una cara de asombro como diciendo “este tipo está loco, si yo no soy
judío”, entonces dedico unos minutos a explicarle esto mismo que ahora trataré
de desgranar en la página.
En mi
cátedra de Historia, pero en general en casi todas las materias que dicto,
suelo comenzar el primer día con el desarrollo de las dos teorías que existen
acerca del nacimiento de la humanidad. Una ésta, la de la Creación Divina, y la
otra, obviamente, la de la Evolución. Allí explico que la primera se basa en la
Fe, ya que tiene ingredientes muy difíciles de probar científicamente (por no
decir “imposibles de probar”), y la segunda en la Ciencia. Y, como soy hombre
de Fe, así como acepto y reconozco la dificultad metodológica que conlleva la
de la Creación, también me ocupo seriamente de preguntar a los otros qué fue lo
que explotó en el Big Bang. Porque en ese caso me tendrán que explicar quién si
no Dios había creado esa primera Materia.
Seguramente
coincidiremos en que el tratamiento del tema excede las limitadas posibilidades
de este editorialista y las de un humilde periódico de pueblo. Pero como nadie
me puede negar la posibilidad de decir lo que pienso, en tanto y en cuanto a
nadie ofenda con mis dichos, vuelvo a decir que no encuentro justificativos
para la sorpresa que genera el hecho, insisto, de que yo conteste: igualmente.
La Biblia
está compuesta por dos libros (reconozco la perogrullada, ya que biblia quiere
decir libro), pero supongo que me entenderán. Uno de esos libros, el primero,
es el Antiguo Testamento, que comienza con lo que en la traducción se llama
Génesis y en el original Bereshit, pero que en los dos casos quiere decir
nacimiento o creación, o más técnicamente “en el principio”, siguiendo la
costumbre de titular con las primeras palabras del texto. Los judíos, que
usamos solo ese libro, porque todavía esperamos la llegada del Mesías, lo
llamamos Tanaj. Incluso, profundizando un poco más, y justificando mi teoría de
que este Año Nuevo que celebramos los judíos en realidad es de todos, el
Génesis es solo un prólogo, ya que la verdadera historia del pueblo de Israel
comienza en el libro de Éxodo.
Tengo mucho
temor de irme por las ramas, pero creo que alguna vez tenía que decir esto, y,
como ya lo expresé en el editorial de la semana pasada, algunos acontecimientos
de mi vida personal han actuado seguramente como disparadores de esta decisión.
Por supuesto
que yo sé la razón por la cual los cristianos cuentan los años desde el
nacimiento de Jesús, y no pretendo cambiar ese criterio, ya que se basa en la
aceptación del calendario gregoriano como calendario mundial, a partir de
estudios realizados hace poco más de quinientos años.
Pero lo que
nadie me puede negar, en este universo del pensamiento judeo-cristiano, es que
coincidimos plenamente en aquella primera parte de la historia, que es la que,
precisamente, hizo que el papa Francisco haya llamado a los católicos a ser
"vigilantes" contra "toda forma de odio e intolerancia", en
la conmemoración de la "Noche de los Cristales Rotos" de 1938 contra
los judíos alemanes, y a afirmar que los "judíos son nuestros hermanos
mayores". Esto recordando también que Jesús nació y murió judío, y fue
circuncidado, lo que refuerza el reconocimiento del pasado común.
A mí
particularmente me gustaría que esta fecha fuera de celebración conjunta y
común. Y, es más, hasta me “jugaría” a proponer que fuera feriado nacional en
los países en los que la mayoría religiosa, como en Argentina, es precisamente
de origen judeo-cristiano. Me parece que sería más justo y hasta en un sentido
práctico nos pondría en verdadera igualdad de condiciones, ya que no es un tema
menor darle categoría de feriado nacional al día en que ambas religiones creen
que tuvo su origen el mundo y con él el hombre.
Pero
realmente: ¿Quiénes somos los seres humanos?
"Generación
va y generación viene (le dor va dor, en hebreo), más la Tierra permanece
siempre igual. El Sol se levanta, y se pone el Sol, y vuelve a su lugar y nace
de nuevo. Lo que fue y lo que ha de ser, lo que se hace, eso se volverá a
hacer. No hay nada nuevo bajo el Sol." Eclesiastés 1:4.
Y como mi
formación no es única y esencialmente religiosa, puedo extraer de ese texto
muchas cosas cotidianas, que demuestran lo tangible de la idea. Por ejemplo de
ese texto surge el título de uno de los mejores libros que Laureano (mi hijo) y
yo hemos leído, que se llama “La Tierra Permanece”, de George W. Stewart, y que
no es un libro de grandes aventuras, ni de grandes viajes, ni hay en él buenos
y malos. Ni siquiera es un libro catastrofista. Se reduce más bien al intento
de especular con lo que ocurriría si en un momento determinado la humanidad se
viera al borde de la extinción.
Obviamente
que también a muchos de nosotros ese texto nos hará acordar, en lo terrenal, a
la versión que hizo Vox Dei de La Biblia.
Existen
muchas clases de hombres. Están aquellos que cruzan la vida nadando hacia la
otra orilla contra la corriente y también existen otros, los que solo se
conforman con bañarse únicamente en esta orilla.
Intento
estar junto a los primeros, intento vivir eternamente naciendo cada día de
nuevo. Y ¿qué sería de mí si al levantarme cada mañana no tuviera el valor de
intentar algo nuevo?
Cuando
saludé a mis amigos de las redes sociales el domingo, en las vísperas de Rosh
Hashaná (insisto, sin hacer distingos religiosos), me vino a la memoria una
canción muy conocida de Alejandro Lerner que, a mí entender, servía (y sirve
también hoy) para explicar un poco mis sentimientos respecto a este tema:
“Volver a
empezar
Que aún no
termina el juego
Volver a
empezar
Que no se
apague el fuego
Queda mucho
por andar
Y que mañana
será un día nuevo bajo el sol
Volver a
empezar…”
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso
No hay comentarios:
Publicar un comentario