jueves, 14 de marzo de 2013

Un nuevo Macondo

Un nuevo Macondo - Editorial del 15 de marzo de 2013 El diputado Alfonso Prat Gay, de la Coalición Cívica - ARI, decía hace unos días, entrevistado por Gustavo Sylvestre en el programa que el periodista entrerriano tiene en América 24, que el de los bancos fue el mejor negocio de estos últimos diez años. Textualmente (tenemos grabado el reportaje) dijo que “nunca en la historia argentina ganaron más plata los bancos que durante la era del kirchnerismo”. Uno suponía eso, aun cuando no hayamos tenido los datos precisos, habida cuenta del acceso al manejo de los mismos de los “amigos del poder”, que se han quedado con las participaciones mayoritarias en casi todas las entidades financieras que otrora pertenecían a las provincias, y, seguramente, también de la mayoría accionaria de los bancos privados. Obviamente que Entre Ríos no es la excepción, ya que Enrique Eskenazi, que es la cabeza de un grupo constructor y financiero de estrechos lazos con Néstor Kirchner desde los tiempos en que éste era gobernador de Santa Cruz, adquirió hace ya un tiempo el Banco de Entre Ríos, eufemísticamente llamado Nuevo Bersa, la principal entidad financiera de la provincia no sólo por lo que su nombre y trayectoria trae aparejado, sino (y por sobre todo) por ser la entidad que actúa de agente financiero del estado, cobrando para ello un suculento contrato, el que, por otra parte, no se hace conocer como es debido a los que habitamos este suelo. Otra vez diré que no es intención de hacer de esta página una clase, y mucho menos hoy de economía. Solamente la introducción era necesaria para ubicar el lector respecto a quién es el dueño del escenario sobre el que va a versar (¡ja!) este editorial de hoy. Y, ya que estamos, también debo decir que la referencia del título tiene que ver con el nombre de la ciudad que inventó García Márquez para su novela “Cien Años de Soledad”, ciudad imaginaria en la que ocurrían toda clase de contradicciones y cosas inopinadas y fantasiosas. Obviamente, y el lector ya se habrá dado cuenta de ello (hablo del lector local, sobre todo), el tema de hoy tiene que ver con las vicisitudes por las que tenemos que pasar los clientes (y no clientes) del citado Nuevo Bersa, por lo menos en la sucursal local. Otra vez debo aclarar, porque siempre hay susceptibles que se ponen el sayo aunque no les quepa, que entiendo, sinceramente, que los problemas que voy a detallar nada tienen que ver con la voluntad de los empleados, que uno descarta está en la predisposición a allanarlos y no a crearlos. Pero, de hecho, concurrir a efectuar un cobro (¡o un pago!) a esa casa bancaria es una odisea propia de Odiseo, si se me permite la perogrullada. Casi normalmente la cola para las cajas llega hasta las escaleras de la entrada, cuando no serpentea en el hall de acceso, lo cual significa, en términos horarios, cuarenta y cinco minutos, o más, de espera. De un tiempo precioso para todos, ya que no es justo aquí discriminar entre los ociosos o los ocupados, porque lo inmoral es hacer esperar tanto tiempo a alguien, más allá de cuáles sean las actividades de las que se vea privado. En nuestro caso es demasiado costoso “aguantar” esa cola absolutamente improductiva, y por eso decidimos implementar esta queja. Por supuesto que antes de hacerlo recurrimos en la búsqueda de una explicación a alguno de los amigos que allí trabajan, deseosos incluso de aportar alguna idea para mejorar el servicio. Nos encontramos con que a las razones operativas propias de una empresa (falta de personal por licencia, entre otras), que son lógicas pero que no se comprenden a la luz de esa mención que hacíamos más arriba respecto a las ganancias que obtienen los bancos, le suman la idea de que la gente “debería” acostumbrarse a usar los cajeros automáticos o el “home banking”. Como corresponde, entonces, voy a tratar de demostrar acá las razones por las que me parece que los que tienen que decidir no conocen el “paño”. Algo similar, digo yo, a la visita del gobernador, que no puede haber visto la horrorosa entrada a Basavilbaso por el Acceso Oeste porque llegó en helicóptero. Digo, entonces, que la gente de nuestra ciudad no tiene todavía incorporadas esas costumbres. Incluso ni la alternativa de los lugares habilitados para pagar, denominados “Entre Ríos Servicios”, es aceptada en forma amplia, ya que muchos recelan, todavía, del ticket de pago, y quieren el viejo sistema del sello sobre la boleta. Ni hablar, entonces, de adquirir el hábito de abonar a través de Internet. Imagínese Ud. que si no se quedan conformes con un “papelito” pegado sobre la factura, ¿de qué manera se habituarán a aceptar que la única constancia que les quede sea el Ok en la pantalla?. Esas son las cosas que creo deberían advertir quienes tienen la responsabilidad de conducir estas instituciones. Los de la Casa Central, aunque estén encerrados en sus oficinas y no vean más allá de sus narices y de lo que les indican los fríos números, pero también aquellos que ven de cerca el problema, porque son del pueblo, porque conviven con la gente, porque escuchan sus quejas, y porque, indudablemente, algo podrían hacer. Una de las opciones que hemos sugerido, y que en la casa local del Banco de la Nación Argentina ha dado muy buen resultado, aunque parezca una solución de “panadería”, es el viejo sistema del rollo de números. Si bien este método no acelera los tiempos de atención, sí permite que uno “saque” el papelito y se vaya a hacer otra cosa, calculando el tiempo que tardará en “tocarle” a él. La verdad es que dar esta explicación me resulta molesto, porque me recuerda a algunas clases básicas de la escuela primaria, pero no me queda otro remedio que hacerlo porque esta propuesta fue rechazada de plano bajo el pueril argumento de que puede generar conflictos entre los clientes, supuestamente porque uno entra y lo atienden, mientras otros están esperando sentados (literalmente). No creo que esa hipótesis sea posible, ya que de ser así ya se hubiese dado en el banco de “la otra esquina”, y hubiesen abortado el sistema de números. Al contrario; funciona, y funciona muy bien, permitiendo que se evite el grave derroche de tiempo que nadie nos paga. La otra alternativa que nos dieron, y que también es un fracaso, es la que actuó como disparador en esta semana para decidir sobre qué escribir, lamentablemente. La sugerencia era que la gente usara más los cajeros automáticos. Pues bien; el domingo pasado concurrí lunes pasado concurrí a intentar cobrar mi sueldo de docente, y los dos cajeros estaban “momentáneamente fuera de servicio”. Fui entonces el lunes por la tarde, y como llovía, me empapé. A ese respecto muchas veces insistí acá con que el banco debía hacer una “inversión” y colocar una marquesina del tamaño suficiente como para cubrir de las inclemencias del tiempo a los usuarios. Es más, mientras me mojaba, y hasta que me cansé y me fui a mi casa, miraba la vereda de enfrente en la que dos locales comerciales, de propiedad de gente mucho menos pudiente que Esquenazi, tiene ese tipo de protección, concediéndosela gratuitamente a propios y a extraños, sin pedir nada a cambio. Como decía, entonces, me cansé y me fui a mi casa. Volví al otro día, cuando ya no llovía, dispuesto a cumplir con las indicaciones que me había dado mi amigo empleado del Banco. ¡Pero hete aquí que en los cajeros no había plata! En aras de trazar un paralelo con otros ejemplos, esta situación sería comparable a que uno tome un remis y el mismo no tenga combustible, o compre Crónica y las páginas estén en blanco. Hasta hay un amigo, mucho más osado, que dice que es como que te inviten a tomar mate y no tengan yerba. Dr. Mario Ignacio Arcusin para Semanario Crónica de Basavilbaso

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