jueves, 6 de octubre de 2016

Año Nuevo de todos

Año Nuevo de todos – Editorial del  7 de octubre de 2016
La celebración del Año Nuevo Judío, además de haberme inspirado sentimentalmente el editorial de la pasada semana, me obligó después a reflexionar un poco más profundamente sobre la realidad, más que sobre la idealidad.
Hace 5777 años, en el preciso día en el que luego el pueblo judío celebraría Rosh Hashaná (literalmente “cabeza de año), Dios creó a Adam Harishón (en hebreo “el primero hecho de la Tierra”) y su mujer Javá (Eva, que a su vez quiere decir Madre/dadora de toda vida). Este primer día del mes de Tishrei es, entonces, el cumpleaños 5777 del Ser Humano.
"Y formó el Eterno (Elohim) al humano, con polvo de la tierra. Y sopló (vaipak) en sus narices aliento de vida, y el humano llegó a ser un ser viviente." (Bereshit / Génesis 2:7).
Toda esta explicación, que por supuesto tiene un alto ingrediente religioso, hace que desde un tiempo a esta parte (diría desde bastante tiempo a esta parte) yo haya optado por contestar “igualmente”, cuando me saludan para estas fiestas. Y si veo una cara de asombro como diciendo “este tipo está loco, si yo no soy judío”, entonces dedico unos minutos a explicarle esto mismo que ahora trataré de desgranar en la página.
En mi cátedra de Historia, pero en general en casi todas las materias que dicto, suelo comenzar el primer día con el desarrollo de las dos teorías que existen acerca del nacimiento de la humanidad. Una ésta, la de la Creación Divina, y la otra, obviamente, la de la Evolución. Allí explico que la primera se basa en la Fe, ya que tiene ingredientes muy difíciles de probar científicamente (por no decir “imposibles de probar”), y la segunda en la Ciencia. Y, como soy hombre de Fe, así como acepto y reconozco la dificultad metodológica que conlleva la de la Creación, también me ocupo seriamente de preguntar a los otros qué fue lo que explotó en el Big Bang. Porque en ese caso me tendrán que explicar quién si no Dios había creado esa primera Materia.
Seguramente coincidiremos en que el tratamiento del tema excede las limitadas posibilidades de este editorialista y las de un humilde periódico de pueblo. Pero como nadie me puede negar la posibilidad de decir lo que pienso, en tanto y en cuanto a nadie ofenda con mis dichos, vuelvo a decir que no encuentro justificativos para la sorpresa que genera el hecho, insisto, de que yo conteste: igualmente.
La Biblia está compuesta por dos libros (reconozco la perogrullada, ya que biblia quiere decir libro), pero supongo que me entenderán. Uno de esos libros, el primero, es el Antiguo Testamento, que comienza con lo que en la traducción se llama Génesis y en el original Bereshit, pero que en los dos casos quiere decir nacimiento o creación, o más técnicamente “en el principio”, siguiendo la costumbre de titular con las primeras palabras del texto. Los judíos, que usamos solo ese libro, porque todavía esperamos la llegada del Mesías, lo llamamos Tanaj. Incluso, profundizando un poco más, y justificando mi teoría de que este Año Nuevo que celebramos los judíos en realidad es de todos, el Génesis es solo un prólogo, ya que la verdadera historia del pueblo de Israel comienza en el libro de Éxodo.
Tengo mucho temor de irme por las ramas, pero creo que alguna vez tenía que decir esto, y, como ya lo expresé en el editorial de la semana pasada, algunos acontecimientos de mi vida personal han actuado seguramente como disparadores de esta decisión.
Por supuesto que yo sé la razón por la cual los cristianos cuentan los años desde el nacimiento de Jesús, y no pretendo cambiar ese criterio, ya que se basa en la aceptación del calendario gregoriano como calendario mundial, a partir de estudios realizados hace poco más de quinientos años.
Pero lo que nadie me puede negar, en este universo del pensamiento judeo-cristiano, es que coincidimos plenamente en aquella primera parte de la historia, que es la que, precisamente, hizo que el papa Francisco haya llamado a los católicos a ser "vigilantes" contra "toda forma de odio e intolerancia", en la conmemoración de la "Noche de los Cristales Rotos" de 1938 contra los judíos alemanes, y a afirmar que los "judíos son nuestros hermanos mayores". Esto recordando también que Jesús nació y murió judío, y fue circuncidado, lo que refuerza el reconocimiento del pasado común.
A mí particularmente me gustaría que esta fecha fuera de celebración conjunta y común. Y, es más, hasta me “jugaría” a proponer que fuera feriado nacional en los países en los que la mayoría religiosa, como en Argentina, es precisamente de origen judeo-cristiano. Me parece que sería más justo y hasta en un sentido práctico nos pondría en verdadera igualdad de condiciones, ya que no es un tema menor darle categoría de feriado nacional al día en que ambas religiones creen que tuvo su origen el mundo y con él el hombre.
Pero realmente: ¿Quiénes somos los seres humanos?
"Generación va y generación viene (le dor va dor, en hebreo), más la Tierra permanece siempre igual. El Sol se levanta, y se pone el Sol, y vuelve a su lugar y nace de nuevo. Lo que fue y lo que ha de ser, lo que se hace, eso se volverá a hacer. No hay nada nuevo bajo el Sol." Eclesiastés 1:4.
Y como mi formación no es única y esencialmente religiosa, puedo extraer de ese texto muchas cosas cotidianas, que demuestran lo tangible de la idea. Por ejemplo de ese texto surge el título de uno de los mejores libros que Laureano (mi hijo) y yo hemos leído, que se llama “La Tierra Permanece”, de George W. Stewart, y que no es un libro de grandes aventuras, ni de grandes viajes, ni hay en él buenos y malos. Ni siquiera es un libro catastrofista. Se reduce más bien al intento de especular con lo que ocurriría si en un momento determinado la humanidad se viera al borde de la extinción. 
Obviamente que también a muchos de nosotros ese texto nos hará acordar, en lo terrenal, a la versión que hizo Vox Dei de La Biblia.
Existen muchas clases de hombres. Están aquellos que cruzan la vida nadando hacia la otra orilla contra la corriente y también existen otros, los que solo se conforman con bañarse únicamente en esta orilla.
Intento estar junto a los primeros, intento vivir eternamente naciendo cada día de nuevo. Y ¿qué sería de mí si al levantarme cada mañana no tuviera el valor de intentar algo nuevo?
Cuando saludé a mis amigos de las redes sociales el domingo, en las vísperas de Rosh Hashaná (insisto, sin hacer distingos religiosos), me vino a la memoria una canción muy conocida de Alejandro Lerner que, a mí entender, servía (y sirve también hoy) para explicar un poco mis sentimientos respecto a este tema:
“Volver a empezar
Que aún no termina el juego
Volver a empezar
Que no se apague el fuego
Queda mucho por andar
Y que mañana será un día nuevo bajo el sol
Volver a empezar…”
                                              Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso



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