jueves, 17 de enero de 2013

Speedy

Speedy - Editorial del 18 de enero de 2013 Speedy es el servicio de Internet que brinda la multinacional Telefónica de ¿Argentina? SA. La palabra, en inglés, quiere decir “rápido”. Seguramente la elección de ese nombre desde la división de marketing de la empresa habrá tenido que ver con venderle a la gente la idea subliminal de que se accede más velozmente a la red abonándose a ese prestador y no a otro. ¡Y que eso es primordial! No voy a dedicarme hoy particularmente a ese aspecto, sino solamente a uno relacionado con la publicidad de Speedy para este verano, en la que se ve a unos padres que se van de vacaciones y le encargan a su hijo, que se queda en la casa, que estudie. La propaganda muestra como “exitoso” al chico que, en vez de preparar las materias que adeuda, arma una “diversión” continua, y le miente a sus padres cuando se conectan (a través de Speedy, por supuesto) para preguntarle cómo están las cosas. Les dice que está estudiando, cosa que no hizo nunca, y, para peor, esa actitud es avalada y aplaudida por sus “amigos”. La necesitad de un disparador, característica casi inmanente de estos editoriales, hizo que decidiera hoy tomar ese spot para comenzar a desarrollar el tema que elegí, y que resulta sumamente contemporáneo, aunque estemos en plenas vacaciones. De paso, aprovechemos para refrescar la memoria, recordando que vacación es un término que procede del latín vacatĭo y que hace referencia al descanso temporal de una actividad habitual. Se trata del periodo en el cual las personas que estudian o trabajaban suspenden temporalmente sus obligaciones (¡si es que las tuvieron alguna vez!). Por eso las vacaciones implican descansar de los esfuerzos que suponen el trabajo o el estudio. Y es justamente del estudio de lo que quiero hablar (en realidad escribir) hoy, porque me preocupa, y muy seriamente, el futuro de una generación que está desperdiciando las oportunidades que le brinda la sociedad para ponerse a la altura de los requerimientos. No hace falta indagar demasiado en el mercado laboral para descubrir que el que no tiene completo su secundario hoy prácticamente no consigue trabajo, salvo alguno precario, en negro, y con bajísima remuneración. Y ni hablar de que, puesto en competencia, aquél que pudo acceder a niveles terciarios o universitarios termina ganándole empleos que hasta hace poco tiempo no requerían mayor especialización a aquellos que “solo” terminaron el 5º año (ahora es 6º, pero no importa, porque usted me entiende, amigo lector). Para dar ejemplos y marco adecuado a este planteo, y como para que se vaya entendiendo hacia dónde me quiero dirigir, la existencia de una Facultad de Derecho en la ciudad de Concepción del Uruguay hace que muchos de los empleados de las mesas de entradas de los juzgados sean abogados recibidos, lugares que antes ocupaban bachilleres, peritos mercantiles o como quiera se denomine a través del tiempo el título de nivel secundario. Y en Crónica publicamos hace poco un pedido de la Municipalidad para cubrir tres cargos de Inspectores de Tránsito, para el que también el requerimiento era “secundario completo”, lo que implica no solamente haber “bajado” en el Baile de Recepción o recibido un certificado en el Acto de Colación, sino, para que lo comprendan de una vez por todas, tener aprobadas TODAS las materias. El gobierno, atento a la problemática, y consciente de que es en la repitencia y en el porcentaje de alumnos que no termina efectivamente el nivel donde está el quid de la cuestión, ha implementado un sistema de apoyo escolar para el que se cubrieron cargos de profesores bajo la forma del Plan de Mejora Institucional (PMI), que viene a ser una especie de “maestro particular” que ayudó a los chicos sobre el final del año a intentar aprobar las materias, y para aquellos que no lo lograron, a partir de la última semana de enero, y hasta las mesas de marzo (que serán en febrero), darles los elementos necesarios como para que culminen su ciclo con éxito. Pero, obviamente, la cosa no se agota con el aporte presupuestario del estado, ni con el desempeño del cargo por parte del profesor, aunque este ponga todas sus ganas, que es por otra parte lo más seguro. El tema pasa por las otras tres patas de la mesa: el propio chico (en algunos casos ya no tan chico), los padres, y la sociedad, que no termina de incorporar a su reconocimiento el esfuerzo por estudiar, que implica, necesariamente, el de leer, pensar, investigar…y, dedicar menos tiempo a la pérdida de tiempo. Una de las cuestiones que creo centrales es la creciente dependencia que tienen los adolescentes respecto a las redes sociales, a las que ya no acceden necesariamente desde las computadoras, sino desde los llamados “teléfonos inteligentes”, que previamente les han comprado sus padres (o les han permitido comprar), en la errónea convicción de que les resulta imprescindible para comunicarse. ¿Con quiénes y para qué? Sé que sobre este punto, respecto al que estoy en una muy firme postura, no hay plena coincidencia. Incluso en mi familia hay quienes me contradicen, considerando que es una característica propia de estos tiempos, y que no se puede negar el avance tecnológico. Incluso, osadamente, comparan esa práctica con la que muchos mayores tenemos, también con los teléfonos celulares, con los sms o, incluso, con el mismo WhatsApp, que es un software privativo multiplataforma de mensajería instantánea para esos “teléfonos inteligentes”. La aplicación utiliza la red de datos del dispositivo móvil en el que se esté ejecutando, por lo tanto funciona conectada a Internet, a diferencia de los servicios tradicionales de mensajes cortos. No creo que a esta altura deba decir algo en mi propia defensa, pero queda absolutamente claro que un adulto, con ocupaciones, puede necesitar utilizarlo, y, en todo caso, no pierde tiempo necesario para otra cosa al hacerlo, por lo menos en mi caso. Distinta es la situación de esos adolescentes que le restan horas al estudio, y cuyos resultados se ven claramente. Los chicos de hoy prácticamente no leen, con lo que se hace imposible que comprendan los textos con los cuales tienen que aprender, tanto para aprobar las materias que deben del secundario, como para ingresar o mantenerse en los estudios terciarios o universitarios. Veintidós años ininterrumpidos de desempeño en la docencia, en casi todos los colegios de nuestra ciudad (el casi excluye solamente al Instituto Cristo Rey, y no por mi voluntad) hace que conozca claramente el problema. Es más, soy uno de esos profesores a cargo del Plan de Mejora Institucional (en mi caso de las materias Economía, Microeconomía y Macroeconomía), y ya estoy preocupadísimo por el indudable déficit con el que llegarán a las instancias decisivas de las mesas examinadoras, más allá del esfuerzo que podamos poner, juntos, en esas dos o tres semanas. La cosa debería haber cambiado ya (quizás estemos a tiempo al leer esto), si los mismos chicos, sus padres, y su entorno, advierten que seguir con cinco o seis horas diarias de “conexión” (o a veces más, y casi siempre inútil y prescindible), sumado a cuatro o cinco horas tomando coca con fernet, no proponen, obviamente, un futuro promisorio. Suelo utilizar con mis alumnos, como incentivo para la lectura, algunas frases de la Biblia que son sumamente elocuentes. Para este caso, cae como anillo al dedo, la siguiente admonición: “Cosecharás tu siembra” Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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