jueves, 10 de junio de 2010

Arbeit macht frei (“¿Ayuda humanitaria”?)

Arbeit macht frei (“¿Ayuda humanitaria”?) - Editorial del 11 de junio de 2010
La frase del título, que quiere decir “el trabajo los hace libres” es el famoso (tristemente famoso) eufemismo con el que los nazis disfrazaron sus campos de exterminio, llegando a tan alto grado su hipocresía que la pusieron (a la frase) en el cartel de la entrada de Auschwitz.
Esto es bueno recordarlo justo ahora, en tiempos en que una parte (no gran parte, no) de la humanidad se está poniendo en el papel de juez del comportamiento de un Estado, porque nunca se debiera de olvidar, que en la Segunda Guerra Mundial, mientras unos asesinaban, otros miraban para el costado. Grupos sionistas (el vocablo viene de Sión, nombre de la Tierra Prometida, y por lo tanto no puede tener nada de racista, como algunos pretenden) denunciaban en el mundo libre lo que ocurría en los campos, mientras la Oficina Británica de Asuntos Exteriores contaba entre sus filas con gente como el oficial que declaró que "estamos desperdiciando una cantidad desproporcionada de tiempo con estos judíos llorones". Justamente ese calificativo me enrostró hace unos días un amigo, supongo que desconociendo ese antecedente.
Por eso me limito a comentar un aspecto que había quedado como oculto ante la inmensidad de la tragedia: el cinismo, “la desvergüenza en el mentir”, que envolvió la “solución final” (otra expresión eufemística, fruto del mismo cinismo), y que a lo largo de la Historia, incluso de la nuestra propia, ha tenido otros varios ejemplos. Digo, ya que estamos, y para aquellos a los que les molesta el recuerdo, también se habló por acá alguna vez, de que “los Argentinos somos derechos y humanos”, mientras desaparecían 30.000. Y Videla, hablando justamente de esos 30.000 que ya son hoy una bandera, justificó la utilización de ese término diciendo que “mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido” (sic).
Vuelvo a decir que la importancia de la memoria está dada en recordar que junto a la brutalidad programada científicamente, como no había ocurrido antes en la historia, esos campos de extermino son un triste monumento al cinismo humano. No es sólo la frase escrita con letras metálicas sobre la puerta de ingreso, sino toda la mentira que rodeaba esta maquinaria de muerte: la orquesta que tocaba música cuando los prisioneros salían y volvían de “trabajar”; la invitación para que los deportados “hebreos” llevaran consigo todos sus enseres, pues simplemente se los iba a “trasladar”; la recomendación de que, con el fin de recuperar sus pertenencias tras el “baño”, rotularan sus nombres en las maletas; los edictos públicos con detalladas “instrucciones” para la deportación firmados por instituciones judías (controladas)… , etc.
Suelo decir que este editorial depende en gran parte de “disparadores”, y en esta ocasión lo ha sido el comentario agregado por un lector de una página digital local, cobardemente anónimo, por supuesto, porque para firmar hay que tener huevos, que se pregunta, “inocentemente”, qué va a decir ahora la comunidad judía local respecto a la “agresión” perpetrada por el Estado de Israel contra un barco que transportaba “ayuda humanitaria” a Gaza.
No tengo en este momento, y desde hace tiempo ya, representación institucional judía, pero me he acostumbrado, así como en tantos otros temas, a salir a decir las cosas ante los silencios, que como dejé claro hace algunas semanas, terminan siendo sinónimo de complicidad o de asentimiento.
En primer lugar, y como para introducirnos en el tema, alguna vez expliqué que judío e israelí no son sinónimos. Israelí es un concepto de nacionalidad, mientras que judío es un concepto de pueblo. Todos aquellos que, por perseguidos, dejaron esa Tierra Prometida, en varias oportunidades, pero tomemos como ejemplo la del año ‘70 de la era cristiana, cuando se produjo la segunda destrucción del Templo de Jerusalém y la esclavitud en Babilonia, tan bien contada y cantada (ya que estamos) en la opera Nabucco, de Verdi, y muy especialmente en su “Va Pensiero”, son los que justifican que hoy esté yo, acá, cien por ciento argentino (no israelí) y cien por ciento judío.
Es cierto, sin embargo, que quizás como no ha pasado en otras situaciones similares, la creación del Estado de Israel en 1948, muy poco después de ese Holocausto que el mundo permitió con su mirada de soslayo, nos da a los judíos de la diáspora un respaldo que reconocemos, que tenemos incorporado, que valoramos, pero que, por lo menos en mi caso, no es absolutamente incondicional ni acepta cualquier cosa que de él provenga.
Pero ésto no debe resultar raro, salvo que se mire al “problema judío” como algo raro. Tampoco todos los alemanes fueron nazis o aceptaron y convalidaron el nazismo, ni todos los curas son pedófilos o avalan y amparan ese comportamiento, ni todos los norteamericanos estuvieron de acuerdo con la Guerra de Vietnam, ni todos los argentinos nos hicimos cargo de las barbaridades cometidas por el Proceso, ni todos los peronistas son hoy kirchneristas, ni todos los radicales reivindicamos a De la Rúa. Pensar así, como ese lector anónimo, es una falacia.
El actual gobierno de Israel es de derecha, y como tal utiliza algunas metodologías con las que uno puede no estar de acuerdo. Pero eso no significa que, por justificar ese derecho a opinar distinto, terminemos por aceptar que Hamas o los otros grupos terroristas que predominan en la Franja de Gaza y a los que poco les importan sus hermanos, sino solo el poder por el poder mismo, el odio y el fundamentalismo, estén ocupando su tiempo en llevar medicamentos o comidas para aquellos de los que no se hicieron cargo, cuando la partición de Palestina, ni Jordania, ni Siria, ni Egipto, ni Arabia Saudita. Esas son cosas de la Historia que hay que conocer antes de hablar “por boca de ganso”.
Ephraim Kishon es (o era, porque falleció en 2005, aunque su obra perdura) un escritor israelí de origen rumano, y a la vez uno de los más populares y más leídos humoristas del mundo. En sus sátiras describe con mucho amor e ironía la vida del hombre de la calle israelí. Pero esa no es la única faceta de Ephraim Kishon, ya que además emitió opiniones muy sarcásticas sobre la Guerra de los Seis Días y sobre Iom Kippur, luchó una batalla inútil contra la mafia del arte, y se animó a acusar al comunismo de ser la forma de gobierno menos humana (en pleno auge de la URSS).
Kishon tiene un cuento memorable, titulado “Cómo conquistó Israel la simpatía mundial”, en el que relata un resultado distinto al del triunfo de Israel sobre Egipto en la guerra de 1956, suponiendo que la ofensiva de ese año no hubiese existido, y sí un ataque árabe en mayo de 1957.
Obviamente no voy a transcribirlo acá, pero pongo a disposición de quién quiera leerlo el libro “El Arca de Noé” en el que está incluido. Y lo que voy a hacer es tratar de resumir la idea que contiene.
Kishon imagina en su cuento un escenario distinto, con una aplastante derrota de Israel, seguida de su desaparición como Estado y del cumplimiento efectivo de la amenaza que hoy todavía sostiene Mahmud Ahmadineyad, presidente de la República Islámica de Irán, de tirar los judíos al mar, literalmente.
Al día siguiente de esos hechos, que por suerte para la Humanidad no sucedieron así, según el cuento, Israel y los judíos conquistaron la simpatía mundial, al punto de que ambos se convirtieron, por decisión de las Naciones Unidas, en el símbolo internacional de la Justicia y la Moral. Memorable, claro, siempre que uno no se olvide que ya ninguno de los dos existía.
Propongo que, un minuto antes de prejuzgar, no nos olvidemos que Mosen Rabani debería estar siendo juzgado en Argentina como coautor intelectual del atentado a la AMIA, y no lo está porque es un prófugo de la justicia, y si embargo, en otro eufemismo trágico, era “agregado cultural de la Embajada de Irán”.
¿Alguno podrá defender la tesis de que vino a nuestro país a brindar “ayuda humanitaria”? ¡Vamos!
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

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