viernes, 30 de abril de 2010

6, 7, 8, Goebbels

Editorial del 30 de abril de 2010
Seguramente no seremos ni innovadores ni pioneros en elaborar esta idea, pero como estamos convencidos de su importancia y de la necesidad de esclarecer opiniones al respecto, “allá vamos”, entonces, en el desarrollo de algo que es más que una hipótesis.
Joseph Goebbels, a nadie le escapará, (creemos), fue el Ministro de Propaganda del régimen nazi de Adolfo Hitler. Como tal se ocupó de generar, sin que para ello se cuestionara nunca los medios, la convicción en la comunidad alemana de que, entre otras cosas, la búsqueda de la “solución final” para el tema de los judíos, era lo mejor que le podía pasar al país germánico.
A esta altura no tenemos temor de ser reiterativos en la mención del que quizás haya sido uno de los temas más trágicos de la historia reciente de la humanidad. Y la mayor justificación de esa reiteración la encontramos, no ya en los resultados, por todos conocidos, sino en los albores de lo que muchos, premonitoriamente, denominaron “el huevo de la serpiente”. En efecto, si nos ubicamos, por ejemplo, en el año 1933, cuando comenzaron los primeros movimientos discriminatorios, la gente todavía confiaba en que se trataba de un régimen democrático. Incluso los judíos, que ya eran, en la idea pérfida y preconcebida, las víctimas expiatorias de todos los males habidos y por haber, se quedaron en su país (porque eran alemanes, austríacos, checoeslovacos, etc.), suponiendo que nada podría complicarse.
La semana pasada elaborábamos, a través del pensamiento, el criterio de que para que sucedan tragedias comunitarias hace falta la complicidad expresa o tácita, por acción o por omisión, de gran parte de la sociedad. Y eso se logra, entre otros medios, por la manipulación de la opinión pública a través de la prensa.
Si eso fue así en la Alemania de Hitler, en la cual los actos de gobierno se publicitaban por los diarios y alguna que otra radio, imagínese el lector cómo debemos preocuparnos hoy, cuando la variedad, la cantidad y la llegada de los medios son tan vastas e incontrolables.
Tomamos como ejemplo el programa “6, 7, 8” de la mayoritariamente ominosa TV Pública, porque no creemos errarle al concepto de “miente, miente, que algo quedará” por el cual se hizo famoso el citado miembro del gabinete del Tercer Reich.
Es difícil de entender cómo seres humanos que seguramente tienen una alta autoestima, se degradan tanto para agradar (valga el juego de palabras) al poder. Seguíamos desde hace años los artículos periodísticos de Orlando Barone en La Nación (Puerto Libre, se llamaba su espacio), pero ahora hasta nos da vergüenza decirlo, a la luz de su manifiesta desfachatez para justificar lo injustificable.
Si no fuera trágico para el país este modo de encarar periodísticamente las cosas, justamente en el canal oficial, que debería ser del estado y no del partido del gobierno, nos permitiríamos reírnos de las absurdas expresiones con las que pretenden hacernos creer (a los que gustamos de leer entre líneas) que todo lo que hacen Cristina y su cónyuge está bien.
Se rasgan las vestiduras hablando de libertad de prensa, sin decir que ésta rige plenamente para los periodistas y medios que ven (o que les conviene ver) en la pareja presidencial a los “salvadores de la patria”. Ellos sí pueden decir lo que se les antoja, mofarse descaradamente del Vicepresidente de la Nación, del presidente (o ex, en todo caso, ahora) del principal partido de la oposición (Gerardo Morales), y de cuanta figura política se les ocurra. Y si hay algún medio o periodista que no comparta ese criterio (ex profeso excluimos a Clarín porque compartimos la convicción de que es una expresión del corporativismo más aberrante), será caracterizado de manera agraviante.
Y, para colmo de males, luego de esa pública denostación hecha en un canal que se mantiene con los impuestos que pagamos todos los argentinos, y no solamente los kirchneristas, no recurren a la justicia para probar sus dichos, sino que apelan a los barras bravas de los clubes de fútbol que les son afines, o a los afiches que, si no paga el Comfer, por lo menos los avala.
Expresar disidencias o matices es la actividad más peligrosa de la actualidad política. Pero estamos hablando de la verdadera y fundada disidencia, no de la que “pour le galerie” manifiestan en nuestra Entre Ríos los que hasta hace poco brindaban de la misma copa de champán.
En este país que recién está llegando, siendo benevolentes, porque ya dijimos hace pocos días que no compartimos por completo el criterio de que la cuenta comience en 1810, la reiteración de hechos fatídicos es demasiado próxima como para que no la tengamos en cuenta.
En el programa que mencionamos, muy a disgusto, los slogans y las repetidas hasta el cansancio falsas opciones, no hacen más que dificultar el diálogo honesto entre distintas visiones, hasta tornarlo imposible. Desde hace bastante tiempo, cualquier observación ellos la ven y la interpretan como proveniente de un enemigo, cuando, en realidad, puede ser un aporte que incluso le convendría aplicarla al poder dominante.
Nosotros creemos que esta prédica que se inicia en el programa y que se prolonga en Facebook y en marchas “espontáneas” constituye un empleo desfachatado de la prepotencia contra los adversarios políticos, apelando a métodos cada vez más arteros para retener la obediencia del cuerpo social.
Los que integran este “proyecto” y se autoproclaman “montoneros”, muchos de ellos haciendo gala de su militancia y otros muchos inventándola ahora, deberían recordar, a la hora de denostar a los que piensan distinto, que el General Perón los denominó “enemigos embozados” echándolos de la Plaza de Mayo, siendo que antes los había halagado como “la juventud maravillosa”.
En todo caso deberían si aprender de su líder, que en un mismo día, el ya célebre 15 de abril de 1953, luego de asegurar, enfática y textualmente, “vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo”, recuperó el dominio y la cordura y pidió a la muchedumbre “les ruego que se retiren con calma, seguros de que sabré manejar la situación”. El gran tema es que nosotros no creemos que ahora haya alguien que, luego de echar el combustible, sea capaz de apagar las llamas.
El problema de los gobiernos populistas y demagógicos es que necesitan del clientelismo para perpetuarse en el poder y así no arriesgar que se descubran sus tretas. Sin embargo, y pese a ese afán (¡demasiado afán, diríamos!), es notorio que nos gobierna una dirigencia irrepresentativa, que supone que el resto del país está poblado por una sarta de imbéciles (que venimos a ser nosotros), que no nos damos cuenta de que el gobierno de Cristina es el mejor de la historia.
Uno debe escuchar los argumentos con los que se critica al multimedios de Clarín, en su mayor parte ciertos y atendibles, y luego compararlos con el verborragia oficialista de Barone y Sandra Russo, y no encontrará mayores diferencias. Las dos posturas son iguales de hipócritas y están destinadas a confundir a la opinión pública.
Porque, como dijo Sigmund Freud:
“Hay dos maneras de ser feliz en esta vida; una hacerse el idiota; la otra, serlo”.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

viernes, 23 de abril de 2010

El tiempo del miedo

El tiempo del miedo - Editorial del 23 de abril de 2010
El pasado 19 de abril se conmemoró, en forma de “Día de Convivencia en la Diversidad Cultural”, el recuerdo de la jornada en que, en el año 1943, comenzó el histórico Levantamiento del Gueto de Varsovia, en nombre de la dignidad humana.
Los combatientes resistentes, un puñado de jóvenes judíos, eligieron enfrentar a la Alemania nazi y morir peleando. Dejaron para las generaciones futuras un mensaje de esperanza y mostraron que la relación de fuerzas entre hombres y ejércitos, más que una simple ecuación matemática, es una cuestión ética.
Y decimos “resistentes” no por una mera ocurrencia, sino como contrapartida necesaria de la masacre, si es que uno quiere conservar aunque sea un atisbo de esa dignidad de la que hablábamos más arriba, y que tiene mucho que ver con la frase que se le atribuye a la revolucionaria Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”, que se destacó como dirigente política en la Segunda República Española y en la Guerra Civil.
“Más vale morir de pie que vivir de rodillas”, dijo. Afirmación rotunda y contundente que permanece hoy viva en muchos de los que valoramos la vida, la justicia y la igualdad entre los hombres.
El concepto tiene más vigencia si comprendemos que lo que sucedió en los campos de concentración nada tuvo que ver con la guerra en sí. Los muertos no lo fueron por las armas sino por procedimientos sin precedentes en la historia del hombre.
Hitler y el nazismo produjeron la ruptura de valores que conllevaron la recaída de la sociedad civilizada en la barbarie. El mundo admitió la violencia desenfrenada mientras dejaba, hacia adelante y como esperanza, la misión de encontrar los medios para vencer el fanatismo, evitando que la humanidad caiga en la inhumanidad.
Esta conmemoración, que de hecho ya pasó (fue el lunes de esta semana) pero que por estar instaurada por ley se repite todos los años, requiere básicamente respeto, para que la convivencia sea real y efectiva. Respeto que significa conocimiento que integra al otro, al distinto, al diverso, aun sabiendo que ningún régimen funciona sin una defensa a las diferencias de grupos y un ataque a las diferencias de clase.
Convivir es fortalecer la participación comunitaria y ser responsable ante el otro. Es salir del mundo de los hechos y entrar en el de las formas morales y jurídicas. Supone el respeto a reglas asentadas en la libertad, porque, paradójicamente, “para ser libre hay que ser esclavo de la ley”.
Los argentinos sabemos, sobre todo después de los hechos que comenzaron en la década del ’70, que no es posible edificar una cultura de respeto al otro sólo con dolor y pérdida. La suma de los intolerables no los hace tolerables, ni los rechazos generan el conocimiento que lleva a vivir en una humanidad mejor.
A 65 años del final de la Segunda Guerra Mundial todavía es necesario explicar lo que sucedió, porque hay quienes intentan deformar la realidad.
Es tal la enormidad del genocidio, por más que haya todavía quienes lo nieguen, que a algunos “estudiosos” solo se les ocurre pensarlo como un plan premeditado y aplicado con lógica despiadada por una mente criminal. Para ellos todo, desde “Mi Lucha” hasta la “solución final”, pasando por la Noche de los Cristales Rotos, fue obra personal del Fürer.
Quienes disentimos con esta interpretación consideramos que la ideología antisemita del nazismo se convirtió en una máquina de exterminio por la confluencia de un conjunto de factores, que se pueden volver a dar juntos, y que de hecho, aunque en menor escala, se volvieron a dar.
Esos factores son, entre otros, la pasividad de la mayoría de las víctimas que desconocían su destino final, la indiferencia que exhibieron diversos sectores de la sociedad europea, la conquista, por parte de los nazis, del aparato del Estado en 1933, y la guerra que desde 1939 sirvió de pantalla para ocultar los procedimientos finales de aniquilación. A esto hay que agregarle, si queremos tener en cuenta, como solemos decir, que cada vez que se mezcla tierra y agua sale barro, que las formas burocráticas de manejo de la política y de las instituciones, también condujeron a la Shoa.
Y conste que igualmente ponemos entre los factores funestos que nos acercan peligrosamente a una repetición de los hechos que condenamos, a la falacia de disfrazar el antisemitismo con subterfugios tales como “antisionismo” o “antiisraelismo”, neologismos cuyo uso es incluso propiciado desde sectores del mismo judaísmo, en forma de árbol que no deja ver el bosque. Y el bosque, en este caso, es un odio primitivo, cerril, contra los judíos.
El antisemitismo se torna a veces tan profundo que hasta personas de honrada conciencia ignoran haber sido invadidas por su veneno. Son esos que, ante la menor insinuación, dicen “yo tengo un amigo judío”. O, peor, “mi mejor amigo es judío”. ¡Pobre amistad la suya si advierte la diferencia!
Hay muchos que abominan de “cualquier forma de discriminación”, pero se ponen reticentes cuando de condenar el antisemitismo se trata, pese a que es la más vergonzosa, aberrante, antigua e inmoral que existe. ¡Y eso se da aún a nivel de las grandes organizaciones de derechos humanos!
El cultivo del odio religioso, étnico y cultural se ha tornado “familiar” en estos tiempos. Es una afrenta a la dignidad del hombre, pero es una afrenta que crece. Por un lado muchos expertos tratan de entender un fenómeno tan despreciable, pero por el otro es necesario ponerle una barrera maciza, eficiente, lo que no siempre ocurre.
Y ojo que nosotros reconocemos también las propias culpas institucionales. Nunca nos cansaremos de decir que se da más fácilmente la opción de recordar hechos históricos del judaísmo, ocurridos hace milenios, pero que contienen ingredientes de fiesta y regocijo, que la de tener un tiempo de reflexión ante hechos dolorosos ocurridos casi, casi, coetáneamente con nuestras propias vidas.
Cuando se hacían en Basavilbaso los actos que recordaban el Día del Holocausto (hoy rebautizado Shoa, pero el nombre es lo de menos), se prendía una vela por cada millón de muertos (seis fueron los millones) y se cantaba el Himno de los Partisanos, un texto de Hirsch Glick que fue escrito después del primer acto de sabotaje realizado por la resistencia judía del gueto de Vilna, contra las vías de comunicación alemanas, en 1942.
Esos dos hechos, el encendido de las velas y el canto, denunciaban con el valor de miles de gargantas gritando juntas, que no debemos perder la memoria.
Ciertamente estamos recorriendo un camino que todavía no ha alcanzado su meta. Pero a esto hay muchos que no lo ven, o que se niegan a verlo.
Es necesario que también los judíos hagamos un lugar para nuestro propio arrepentimiento y nos demos cuenta de que, acostumbrados a las persecuciones desde tiempos inmemoriales, quizás no tengamos un momento disponible para mirar al otro como a un igual.
La última estrofa del Himno de los Partisanos debería ser también un canto de todos; un canto por la humanidad. ¡Pero sin hipocresía!
Nunca digas entonces que vas por tu último camino
aunque los días azules se oculten tras cielos plomizos;
todavía ha de llegar el momento soñado
y resonará nuestro paso: ¡aquí estamos!
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

sábado, 17 de abril de 2010

Explicación
Para los seguidores de esta página que nos están reclamando la de ayer, les decimos que nuestro semanario descansa una vez por mes cuando hay cinco viernes, como es el caso de abril.
La página editorial forma parte de un periódico que se vende por suscripción, de manera que los costos de impresión requieren de esta medida.
Estaremos nuevamente con ustedes, entonces, el 23 de abril, retomando la senda que caminamos juntos.
Gracias
Mario Ignacio Arcusin

jueves, 8 de abril de 2010

25 de Mayo y Urquiza

25 de Mayo y Urquiza - Editorial del 9 de abril de 2010
Por supuesto que los lectores locales saben que no estamos hablando de una esquina, porque en nuestra ciudad esas calles son consecutivas, o, mejor dicho, comparten entre sí el nombre de la arteria más larga de la ciudad. Descartado este mero aspecto territorial, intentaremos desentrañar en estas líneas la idea central que nos lleva a pensar que, en la Argentina, el concepto del Bicentenario no se puede agotar en el recuerdo del 25 de Mayo.
Rodolfo Terragno, muy importante pensador devenido en no tan importante político, comenzó hace un tiempo a desarrollar una idea que por estos días está volviendo a manifestar en los medios, que tiene que ver con una idea más abarcativa que la del proyecto oficial, y que habla del Bicentenario 2016.
Así, dice, "para celebrar en serio, conviene recurrir a la misma sutileza que emplearon los patriotas de Mayo. Mientras Fernando VII permaneció cautivo en Valançay, ellos gobernaron en su nombre. Fue necesario que se produjera la restauración borbónica para que las Provincias Unidas del Río de la Plata proclamaran, en 1816, su Independencia. Si queremos que el planeamiento coincida con una celebración, aquella demora histórica nos da otros seis años de plazo. El nuevo Plan Bicentenario podría llamarse Argentina 2016. No se trata, sin embargo, de seguir pidiendo prórroga. En estos seis años, se decidirá si la Argentina despega o se hunde".
No es casualidad que nosotros hayamos tomado este tema hoy, y vamos así entrando a explicar el título. El próximo domingo, 11 de abril, se cumplirán 140 años del asesinato (homicidio por encargo) de Justo José de Urquiza.
Es que, yendo un poco más allá de lo que propone Terragno, que reivindica la Declaración de la Independencia, impulsada desde diversos ángulos por el general San Martín y por el abogado y también general Manuel Belgrano, que implicó la voluntad de manejar nuestro destino por medio de un gobierno propio, y teniendo en cuenta que el proceso (¡maldita palabra!) completo en la Argentina no se cerró hasta tener una Constitución, queremos reivindicar en esta hora la figura de quién lograra organizar nuestra sociedad en base a un documento de consenso, la Constitución Nacional, sancionada el 1° de mayo de 1853, impulsada y sostenida por él, y que implicaba, para aquellos tiempos, una filosofía de libertad y de dignidad para el ciudadano. Las posteriores reformas la fueron "aggiornando", pero, aún con defectos, algunos de ellos insalvables, sigue siendo un modelo de cómo se pueden poner en orden las cosas.
No estaría mal, se nos ocurre, que la idea de implementar este aprovechamiento de la Historia para poder festejarlo, comience con un documento similar al que, un 1° de Mayo de 1851, hiciera leer públicamente Urquiza en la plaza de Concepción del Uruguay, y que se conoce con el nombre de Pronunciamiento. Ese breve escrito es el origen de las instituciones argentinas y de la propia Constitución, y puede ser el modelo de un relanzamiento de nuestro país hacia un futuro más venturoso.
Hay que recordar que, en esos tiempos, Juan Manuel de Rosas había aplastado todos los levantamientos interiores de manera cruel (sin chequeras ni coparticipaciones, como ahora, pero aplastado al fin) y había llegado a acuerdos con las potencias extranjeras pagando las deudas (¡oh casualidad!). No reconocía la independencia del Paraguay ni permitía la libre navegación de los ríos (¡Botnia, Botnia!), por lo que ahogaba (si se nos permite el juego de palabras) todo el comercio del interior. Tampoco quería reunir un congreso ni oír voces disidentes (también era del sur, aunque no de "tan" al sur), y expresó y reiteró, aún en el exilio después de Caseros, que era enemigo de cualquier "cuadernito que llaman Constitución" (textual).
Aun aceptando que, tal vez, las razones de Urquiza tenían que ver con su conveniencia personal, uno de los propósitos del Pronunciamiento (es bueno recordarlo en estos tiempos de la "ley de cheques") fue el de nacionalizar la Aduana de Buenos Aires, que era la única verdadera fuente rentística y cuyo producido, con Rosas, quedaba para beneficio exclusivo de su provincia, con excepción de algunas migajas que establecía la ley de 1835.
Algo similar tendremos que hacer para que estos festejos no se transformen en una fiesta particular, a la que muchos estaremos mirando desde afuera.
Sin ir más lejos, y como para ir reconociendo a los cantores por su tonada, la Sra. Presidente, en el discurso en el que anunció la entrega de computadoras portátiles a los alumnos de las escuelas secundarias (las mismas escuelas que se caen a pedazos, que no tienen agua potable, que no tienen bancos ni tizas), se comparó con Sarmiento, un gobernante unitario y conservador, que seguramente no por casualidad estuvo muchos años peleado con Urquiza. En efecto, el resentimiento de Sarmiento perdurará durante décadas, para convertirse en gran enemistad durante los siguientes años, a medida que las disidencias políticas entre ambos se profundizaron. A tal punto llegó el encono que, con motivo del conflicto entre la Confederación y el Estado bonaerense, en el que Sarmiento se alineó junto a Alsina y Mitre, llegó a proponer que Justo José de Urquiza fuera extraditado a Southampton (la ciudad inglesa donde vivía Rosas) o, mejor aún, "que fuera ahorcado por el bien del país".
La reconciliación entre ambos recién llegará en 1870, cuando Domingo Faustino Sarmiento, siendo presidente de la República, efectuó una visita de buena voluntad al Palacio San José, legendaria residencia campestre de Justo José de Urquiza. El entonces primer mandatario concurrió con el fin de obtener del anciano caudillo entrerriano, actor principal, como dijimos, de la organización constitucional de la Nación, el apoyo para su gestión al frente del gobierno. De ese modo, Sarmiento comenzaba a desandar el discutible sendero político que lo llevó, dos décadas atrás, a tomar partido en favor de la facción liderada por Bartolomé Mitre.
Apenas dos meses después de esa visita, significativamente, el 11 de abril de 1870, una partida de federales compuesta inclusive por peones de don Justo, toma por asalto el Palacio, resultando muerto Urquiza en la refriega, la que trata de rechazar empuñando un arma de fuego. La muerte no queda clara. Ricardo López Jordán siempre negará que el asesinato de fuera el objetivo de la rebelión, sino su retiro voluntario de la política y, tal vez, su exilio.
De lo que no queda ninguna duda es de que, a partir de ahí, se terminó de plasmar en la Argentina un proyecto de país que mirara a Europa con admiración y que le sirviera de proveedor de alimentos. Para los "patriotas" que sucedieron a Urquiza y que "lograron" la unidad nacional, se inició un camino de dependencia y de "tirar manteca al techo" que solo verían amenazado por el triunfo de Hipólito Yrigoyen en 1916.
Y aún cuando la frase pertenece a Nicolás Avellaneda, hombre de aquellos que criticamos, es bueno recordar, con él, que:
"Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir."
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso

jueves, 1 de abril de 2010

Hechos, no palabras

Hechos, no palabras - Editorial del 1 de abril de 2010
Con las celebraciones propias del Domingo de Ramos, que memoran la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén en los días previos a su condena y crucifixión, comenzó para los cristianos el período anual que invita a reflexionar sobre los misterios centrales de la fe y que culminará el domingo con la fiesta máxima de la Pascua de Resurrección.
Casi paralelamente, como no todos los años sucede, la comunidad judía está celebrando el Pesaj, una de las festividades centrales del pueblo judío. Es la fiesta de la primavera y la fiesta de la libertad. El mensaje central es de esperanza y renovación: así como la naturaleza florece en la tierra de Israel en esta época, así también hace el pueblo hebreo, y se establece el pacto entre Dios e Israel, acuerdo que agrupa a todos, y no solo a algunos.
Pesaj es el verdadero origen de la Pascua, y se remonta al año 1513 antes de Cristo, cuando el pueblo judío emprendió su éxodo desde Egipto hacia la Tierra Prometida.
En la víspera de primer día se comen hierbas amargas mojadas en vinagre, para recordar la tristeza de la servidumbre. Y se entonan cánticos que hacen alusión a las diez plagas de Egipto. Durante los siete días posteriores al 14 de Nisán, mes del calendario judío correspondiente a marzo-abril del calendario gregoriano, el pueblo de Israel solo come pan sin levadura (no fermentado) al que se denomina “matzá”.
Como decíamos más arriba, para los cristianos la Pascua es la fiesta instituida en memoria de la resurrección de Cristo. El registro bíblico dice que la noche anterior a su muerte, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar el Pesaj. Posteriormente instituyó lo que se conoce como la “Cena del Señor”, y dijo a sus apóstoles “sigan haciendo esto, en memoria mía” (Lucas 22:19). La Cena del Señor debería celebrarse una vez al año y con ella se conmemoraba la muerte de Cristo.
Entendemos, entonces, justificando las coincidencias, que aunque el significado sea diferente para unos y para otros, lo cierto es que nadie escapa a la celebración de la Pascua, porque más allá de lo sagrado o lo profano, constituye una sorprendente unión de ritos, culturas, creencias y leyendas del imaginario y de la realidad.
Y volviendo, entonces, a aquél pasado común, debemos recordar que el Seder, que es la cena de Pesaj, está construido bajo el mandato: “Y le contarás a tus hijos”, porque si no hay trasmisión intergeneracional no hay historia, no hay memoria, no hay vida.
También enseña esta Pascua que es de todos, que la liberación no se consigue sin lucha, y que en este caso un Faraón con el corazón endurecido, que nos demuestra la dureza de los opresores en ceder a la libertad, hace que deba haber diez plagas antes de lograr salir de Egipto.
En un mundo tan angustiado, que vive en un presente tan epidérmico, insustancial y achatado, cuando pensamos que no hay futuro y posibilidad de transformación, la Pascua viene con un poderoso mensaje de renacimiento y esperanza: la redención es posible en este mundo. Los judíos creemos que la Historia tiene un sentido, y que, por eso, la lucha por la libertad es parte de esa búsqueda.
Todo verdadero proyecto espiritual debe ser, ante todo, un proyecto colectivo. No puede ser la salvación de un alma individual. Por eso el proyecto espiritual del judaísmo es (¡debe ser!) comunitario. El éxodo es la salida de todo un pueblo de esclavos, y por eso hay esperanza para todo el género humano.
Pesaj plantea el nacimiento del pueblo de Israel, y un pueblo que pasa a vivir a través de un pacto, de una alianza con Dios, que le da fuerza para seguir adelante a pesar de los golpes, a pesar de las tragedias.
La Pascua nos enseña que la libertad no es todavía un logro de todos: el hambre y la miseria siguen encadenando a millones de personas en todo el mundo. También a muchos les falta la “libertad para…”, que involucra no solo la libertad contra la opresión, sino también la libertad para hacer una vida creativa.
EL título que elegimos para hoy, y la temática, tiene que ver con nuestra convicción de que el propósito de nuestra vida excede en mucho a nuestros propios logros personales, sobre todo si estos son de contenido material.
La búsqueda de un propósito por el cual vivir ha intrigado a la gente por miles de años. Esto ocurre porque solemos empezar por el punto de partida errado: nosotros mismos.
Enfocarnos en nosotros mismos nunca podrá revelarnos el propósito de nuestras vidas. No nos creamos a nosotros mismos, y por eso no hay manera de que sepamos para qué fuimos hechos.
Hay quienes suponen que la esperanza está limitada únicamente al avance de las ciencias y de la tecnología, pero olvidan que a eso hay que agregarle, necesariamente, valores sociales y éticos, sin excluir los valores religiosos, especialmente aquellos compartidos por las religiones que profesa una gran parte de la humanidad.
Enseñamos siempre a nuestros alumnos que la palabra “religión” indica, en principio, la necesidad de “volver a atar” algo que está suelto. Estamos convencidos, entonces, de que las sociedades religiosas ofrecen un particular canal de comunicación entre las personas, a través de las tradiciones morales y sociales. Otorgan a los creyentes los fundamentos de una visión humana no impuesta desde afuera, sino a través de las convicciones de su propia fe. La conexión entre religión y paz es una base muy segura para la esperanza de un futuro mejor para la humanidad.
Las celebraciones cristianas y judías de estos días nos trasmiten un mensaje: buscar lo mejor de nosotros mismos, hallar una feliz convivencia y mayor compromiso con el prójimo, porque esto conlleva un renacimiento espiritual y el enaltecimiento de una actitud moral de comprensión de las diferencias.
Nosotros abogamos desde la acción por el diálogo, llevado adelante en la franqueza de las diferencias. No un genérico y “romántico” abrazarnos, sino un diálogo que no oculta las dificultades y, justamente por eso, está destinado a suavizar asperezas e incomprensiones, en el profundo respeto y escucha del otro.
Sin confusión, pero tampoco con intolerancia y separación, en la libertad del intercambio, cada uno puede redescubrir la raíz de paz que está arraigada en lo más profundo de cada credo religioso. ¡Y gracias a eso hemos construido grandes amistades!
Estamos próximos al Bicentenario de nuestra Patria. Y uno de los pilares de la construcción de la Argentina fue, sin dudas, la fe religiosa. La libertad de cultos de la que ejemplarmente gozamos en nuestro país nos debe comprometer a todos los creyentes y a los que sabemos el valor que para la sociedad y para la dignidad del hombre tiene lo religioso, a construir una “patria de hermanos”.
Dr. Mario Ignacio Arcusin, para Semanario Crónica de Basavilbaso